¡Cubano! ¿Qué vas a ser? Es la pregunta tajante cada vez que en algún momento de mis 70 años de edad ha habido una conversación sobre nacionalidad, país y patria; temas de indagación constante en lo interno desde que adquirí capacidad de razonar.
En esas charlas he escuchado puntos de vista del que no se ha mudado siquiera de su casa natal, no ha emigrado hacia otra ciudad ni provincia, pero ha leído y oído sobre irse, fenómeno que existe desde antes del género humano, pues los animales se desplazan en busca de alimentación y condiciones de vida favorables.
También sé puntos de vista de familiares, amistades y conocidos que emigraron hace mucho o poco tiempo de Cuba, pero solamente, hasta ahora, he conocido de alguien con mis características: ser hijos de madre y padre emigrantes.
En mi caso: un hombre y una mujer venidos desde China, y en el otro, sus padres son argentinos que hicieron familia en España. De lo que me confió, no diré nada por razones éticas, salvo una frase (lo único que revelaré): A los españoles no los soporto, y a los argentinos no los entiendo.
Recuerdo abundantes ideas expresadas por quienes estaban en proceso de decidir emigrar o no, y al ser consultado por ellos, daba mi respuesta de que no puedo estar en contra de migrar o emigrar porque soy fruto de ese fenómeno.
No me agrada influir ni mínimamente en que alguien realice o no un acto que significa comenzar otra etapa de la vida o empezar otra vida nueva, me niego a politizar el asunto y a pretender que alguien sea el modelo o el ejemplo de triunfo o fracaso de un emigrante.
Lo que diré es muy personal y lo comparto por una necesidad de comunicación y también para quienes no me he sabido expresar eficientemente mediante la palabra hablada cuando trato de decirles que no puedo sentirme cubano como ellos aunque nací en Cuba, ni tampoco soy chino aunque mis orígenes genéticos están en el lejano país asiático.
Desde siempre me han llamado chinito o chino, no cubano, y ni siquiera casildeño o casildero por haber nacido en el sureño puerto espirituano del litoral de Trinidad. ¿Habrá contribuido esto a alejarme de lo cubano?
Tampoco me acercó lo suficiente a lo chino, aunque el mostrador de la tienda tras la cual nací y me crié se convirtió en una frontera que dividía la zona en la cual hablaba español de la que no solo me expresaba en chino, sino también pensaba en ese idioma.
Más allá de ese mostrador no comía con palitos, no tomaba té; sopas de arroz, aletas de tiburón o carnes saladas de pescado o cerdo, era como un segmento infranqueable de la Muralla con la cual los antiguos chinos se defendieron de la intromisión externa.
Apenas había cumplido cinco años de edad y en la sociedad de recreo de los blancos a donde iba con mucha frecuencia, me impidieron la entrada porque: “Tu papá le da dinero a los negros para que hagan su sociedad”.
En la de los negros también me cortaron el paso, por lo cual exigí a mi padre que dejara de sufragar gastos de la obra porque “nosotros somos chinos y esos blancos y negros son cubanos”.
Por si fuera poco, en un recién construido parque infantil donde jugaba con niños (cubanos todos) blancos y negros, por obra y gracia de alguien, me dejaron totalmente solo en medio de los columpios, cachumbambé y otros artefactos de juegos infantiles. ¿Qué dijo? Solo esto: “Miren: no jueguen con él porque él es chino y a lo mejor los padres de ustedes no los dejan jugar con él”.
Ya cumplidos los 16 años de edad, en el ómnibus de La Habana a Trinidad, uno de los choferes me exigió poner una diminuta maletica en el maletero de la guagua, y a pesar de mi protesta de que tenía forma de maleta, pero era tan pequeña como una cartera, me obligó a cumplir sus caprichos.
Cuando uno de los pasajeros intercedió, le explicó: “No, no, que lo ponga en el maletero ¿qué se creen los chinos estos? ¿Se creen que pueden venir de China a vivir de nosotros aquí y hacer lo que les da la gana?”.
Además de estas hostilidades, mis padres vivieron y me hicieron vivir como si estuvieran en China, lo cual reforzó ideas y sentimientos que no tuvieron en cuenta, pues evidentemente buscaban un mecanismo para compensar no estar donde habían nacido, donde comenzaron sus vidas.
Ambos murieron sin cumplir los deseos de retornar a sus orígenes, sus restos reposan en un cementerio cubano, aunque a mi papá le hicieron una tumba en su terruño natal, por supuesto que está vacía, pero supe que aún lo veneran con frecuencia.
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