Un enterado diccionario me informa que encasillar a la gente consiste en clasificarla según criterios simplistas y poco flexibles. El mataburros, además, propone como sinónimo el verbo etiquetar.
Sospecho que se aplica tal criterio reduccionista cuando encasillamos o etiquetamos a Carlos Padrón con el marbete de "gran actor".
Y conste en acta que jamás uno ha ignorado que el susodicho sabe brillar sobre las tablas o enseñorearse de pantallas grandes y pequeñas.
No. Pero, ¿cómo olvidar sus adolescentes y polígamos jugueteos con las musas? Y su intachable desempeño como director teatral. Y la impronta que ha dejado en calidad de dramaturgo, con obras como su tierna rememoración de aquella posesa sublime que fue La Lupe, en el monólogo La gran tirana. Y a la monomanía por nuestro pasado, que gracias a una paciencia de hormiga hacendosa nos entregó vida y milagros de los francohaitianos en el sudoriente de la Isla (1).
Pero hay más. Cuando, a las tres de la mañana, uno no logra determinar con exactitud las coordenadas de Jimaguayú, o a cuánto ascendieron las bajas españolas en Peralejo, o qué espíritu inspiró algún acápite en la Constitución de La Yaya, basta con discar el número telefónico del amigo, quien —con ánimo bostezante y vivísimos deseos de enviarnos hacia la recóndita comarca de casa del badajo— dará cumplida ilustración a tanta ignorancia.
Fue una tarde luminosa, en la Sala Villena de la UNEAC. "Introductor de embajadores": esa extraña conjunción de dómine universitario con chivador cubano que es Guillermo Rodríguez Rivera.
La cita respondió a un hecho feliz: quienes no habíamos ocupado una luneta para ver en escena El huracán y la palma, de Padrón, ahora en soporte de papel podríamos apropiarnos de la pieza, digna de alinearse en el anaquel de nuestros libros más queridos (2).
Petitoria del lector: "Sí, Argelio, pero de la obra. ¿qué?".
Mi respuesta: "Amigo dilecto: tiene usted a mano dos recursos. O concienzudamente se lee el libro, o acude a algún miembro de la hueste de los críticos, tropa eximia en la que ni de lejos milito. Sólo le adelanto que, inmerso en densa atmósfera onírica, desde los gélidos reinos de ultratumba nos llega la sombra del héroe homérico, ahora no para lidiar contra los batallones de María Cristina, sino con El Inquisidor y con La Señora, quien no logra esconder el rostro espeluznante de la Parca Atropos, encargada de cortar el hilo de nuestras vidas".
Mientras, en segundo plano, un combatiente clama a todo pulmón: "¡Abran paso al General Maceo".
Notas:
(1) Padrón, Carlos: Franceses en el Suroriente de Cuba. Ediciones Unión. Segunda edición. Ciudad de La Habana. 2005.
(2) Padrón, Carlos: El huracán y la palma. Colección Sur. La Habana. 2012.
Carlos Padrón, o las bondades del multioficio
Carlos Padrón no es solo un gran actor cubano, sino también escritor, dramaturgo y director teatral...
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19/04/2015
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