Cuando el chikungunya comenzó a destacar en el coro irritante de las arbovirosis de moda creí que sería algo pasajero, y gracias a nuestra experiencia en lidiar con otras epidemias no nos sacaría del paso como sociedad.
Obviamente, me equivoqué… y como yo mucha gente que aún paga caro el desliz, porque a estas alturas creer que no te va a picar un mosquito sin tomar las medidas necesarias en tu entorno es como afirmar que la Tierra es plana. (Y sí existen los terraplanistas, pero ese es tema para otro devaneo).
De cómo actúa el vector y el curso de la enfermedad mejor te enteras en otros espacios de nuestra revista, muy bien documentados. Lo mío será hablar de los debates en la red sobre la pertinencia de hacer el amor a partir de la segunda fase del proceso infeccioso, por aquello de que las endorfinas asociadas al orgasmo aumentan la respuesta psico-inmunológica con bastante rapidez.
Sí, sí, leyó bien: a partir de la segunda, o fase subaguda, la que viene antes de los aburridos dolores crónicos, cuando el cuadro clínico depende más del temperamento y la historia de salud personal que del virus en sí.
Esa en que amaneces con articulaciones de Pinocho, pero mejoras si te animas a dar pasitos de Robocop, y te preocupan los anillos atrapados en tus calambrosos dedos, pero no dejas de teclear, tejer o peinarte sí o sí antes de coger el Sol en la ventana, porque la enfermedad algún día se acaba, pero las malas lenguas del vecindario nunca tienen fin.
Dicen que esa fase es buena para retomar los escarceos cariñosos, pero des-pa-ci-to, como la canción, porque la actividad física extrema sigue contraindicada, y si te fijas bien puede haber ganglios inflamados en algunas zonas que es bueno acariciar, pero no presionar demasiado, para que el sistema linfático cumpla bien su función.
Durante la primera fase ¡ni pensarlo!, admiten hasta los más atrevidos lujuriosos: en esos días de fiebre pegajosa y rigidez articular incapacitante es mejor no inventar nada en la cama… ni fuera de ella, si logras dejarla a pura voluntad.
Y hablo de oídas porque no fue mi caso: a mí no me dio fiebre ni tumbadera ni revolturas (no sería justo, con tanta miel con cúrcuma que me he zampado en los últimos años). Pero aún con el ánimo íntegro no he podido experimentar la dichosa terapia de colchón porque Jorge andaba por Barcelona cuando me picó el maldito, y a su regreso me enganché un yihab y un vestido de tela de mosquitero que sólo dejaban fuera la cara, para no servir de intermediaria del odioso contagio viral.
Creo que ahí es donde fallan muchos: si ya sabes que te cogió lo que anda, ¿por qué no tomas precauciones y te aíslas de la gente que quieres, para evitarles ese fastidio? No hay nada que justifique andar de bufé ambulante para los mosquitos del barrio, o en tu propia casa, o esta lipidia nunca acabará.
Entonces, ¿funciona de verdad lo del sexo para aliviar ciertos malestares? Pues sí: de manera general es un buen tratamiento analgésico, siempre que el mal no involucre órganos internos inflamados o una cicatrización posquirúrgica (me consta), y mejor no intentes tirarte del escaparate ni juegos de roles extravagantes si acaban de sacarte un molar.
Por cierto, esta semana de obligado distanciamiento conyugal (al final mi gordo pescó el virus, también bastante leve) coincidió con los preliminares de un taller sobre BDSM (Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo) organizado por la comunidad cubana de esa especialidad sexoerótica, que puede considerarse todo un estilo de vida, con sus códigos, sus técnicas y su divertido lenguaje protocolar.
Huelga decir que me apunté de observadora para entender la dinámica, conocer más su historia y dialogar con sus practicantes, a ver cuántos de mis prejuicios sobre el tema quedan intactos al final de estas clases, que para mí de teóricas no van a pasar.
Algo sí tengo claro: lo de exponerse a enfermedades y no seguir consejos médicos ni tomar precauciones para el bien colectivo no es cosa de masoquistas ni de sádicos, sino de ignorantes, porque ningún dolor lleva al placer sin responsabilidad, y no es lo mismo un amarre de estética shibari que quedar ambos inmovilizados en camas adyacentes sin mimos erotizantes ni fotos lindas para recordar.

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