Uno de los duelos más esperados de la Champions se resolvió con par de muescas en el marcador. Los del Cholo apelaron a la intensidad con que han jugado toda la temporada. Organización defensiva envidiable y un plan bien claro: todos defienden como si fuesen el último hombre, como si de ellos dependiese sacar el balón bajo la última línea de cal.
En el otro lado de la balanza, el Barça; un estilo, una religión. Tocar y tocar hasta que aparezca un resquicio por donde pasar el esférico. Andrés Iniesta fue el encargado de mover los hilos, de filtrarla por aquí, de moverla por todo el terreno. Si Messi la tenía, si Neymar gozaba de una oportunidad de gol, todo era gracias al Manchego y su visión de juego. Con su escasa cabellera y su magia en el terreno, por momentos parecía la reencarnación de Zidane.
El partido se desarrolló con el libreto que todos suponían: los azulgranas con el tiki taka y los colchoneros aguantando y contraatacando. Courtois, ese santo con brazos extensibles a lo Reed Richard, el de los 4 fantásticos, mantenía vivos a los suyo con atajadas dignas del último pilar de la maquinaria de Simeone; pero los Godines y Mirandas también se multiplicaban por el campo para cortar y robar balones y hacer inefectivo el juego de los locales.
A los doce minutos Piqué se golpeó la cadera tras un choque con Diego Costa y pidió el cambió. Luego fue el hispano-brasileño quien se lesionó, y aunque le pedía al Cholo seguir en el campo, fue sustituido. Por lo demás, el partido seguía la misma tónica.
Por lo general, cuando uno hace las cosas bien, los goles caen solos, o por actos de magia como el de Diego Ribas. El brasileño recibió el balón en tres cuartos de cancha, zona donde no producía ningún peligro. Se deshizo de su marca y le pegó con el exterior de la pierna derecha. Ciertos momentos en el fútbol nos permiten pensar cuán bello es este deporte. Quizás el balón demoró un segundo en clavarse en el ángulo izquierdo de José Manuel Pinto, pero ese segundo fue suficiente para sufrir el silencio del Camp Nou, disfrutar de la sonrisa in crescendo de Diego Pablo, y pensar “¿¡golazo!?”. Guárdenlo en la hemeroteca, porque ese es el mejor gol de la Champions hasta el momento.
En lo adelante fue el quiero y no puedo tan habitual del Barça cuando está debajo en el marcador después de los primeros cuarenta y cinco minutos. Los rojiblancos, a Dios pidiendo y con el mazo dando, se replegaron por completo sobre su portería e imitaron con desfachatez y cinismo la estrategia de Mou con el Chelsea y el Inter que tan buenos dividendos le dio. Los del Tata se estrellaban una y otra vez contra la defensa. Penetraban al área, pero no lograban sacar un disparo. La disciplina y efectividad redujo a nada la impronta de Guardiola, hasta que Iniesta se sacó una de las suyas de la chistera.
El resto fue fácil, como debería serlo siempre para Neymar. Andrés se la coló entre líneas y la estrella brasileña la envió al fondo de las redes sin mayores complicaciones. El resto fue más de lo mismo. El Barça lanzado y el Atleti agazapado. Con el pitazo final de Félix Brych, el líder de la Liga, ese equipo por el que nadie apostaba un duro y se desinflaría a mitad de temporada, saca un inmejorable resultado de uno de los terrenos más difíciles del mundo.
Ahora el Atleti debe recuperarse y preparar el juego frente al Villareal, una de las sorpresas más gratas de la temporada; mantener el liderato es tan importante como pasar a semifinales de Champions. Para el Barça la situación no es tan terrible. Un empate por más de dos goles o una victoria ya les coloca en semis, pero la baja de Piqué se suma a la de Valdés y puede poner muy cuesta arriba el cierre de temporada para los culés.
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