El señor de las moscas, entre la civilización y la barbarie (+PDF)

El señor de las moscas, libro del autor británico William Golding, es una alegoría a la fragilidad de la civilización humana.

Para su novela utiliza una ubicación bastante usada en la literatura: una isla desierta. Atractiva por las múltiples posibilidades que ofrece para las aventuras de supervivencia, historias de naufragios, corsarios y piratas.

Pero la obra va más allá del mero hecho de lograr mantenerse vivo en condiciones excepcionales. El motivo de la isla es una especie de experimento social con un marcado simbolismo, en el que en una sociedad en miniatura hace de referencia a la civilización humana. Lo hemos visto por ejemplo en La isla de los Pingüinos, sátira de la historia occidental escrita por Anatole France, o en Los náufragos del Liguria, de Emilio Salgari, este último más centrado en la parte de la subsistencia.

Más que una novela de aventuras, El señor de las moscas es una novela que apuesta por la psicología de sus personajes, los conflictos y  dilemas morales que sufre el ser humano una vez puesto en una situación extrema. Intenta a través de sus protagonistas desentrañar la naturaleza humana.

El libro relata la historia de unos estudiantes británicos, únicos supervivientes de un accidente de avión. Ese grupo de chicos con edades entre los cinco y 12 años consigue salvarse al llegar a una isla tropical deshabitada.

En lo adelante, los pequeños robinsones tendrán que sobrevivir por su cuenta. Asumirán diversos roles jerárquicos y construirán una especie de comunidad. Cada niño representa un tipo de personalidad, un estereotipo: el líder, los sumisos, el bondadoso, el racional, el impulsivo, entre otros.

Mientras se las ingenian para mantenerse a salvo, les surge un problema mayor. Al ser tan jóvenes y sin una guía, sin una distinción clara entre el bien y el mal, víctimas de sus impulsos e inmadurez, convivir será todo un reto.

Ralf, uno de los protagonistas, se hará líder, pero tendrá sus detractores. Además, para él será difícil mantener el orden. Organizar el trabajo de unos niños que no están adaptados a las responsabilidades, será un gran reto.

Fotograma de la película El señor de las moscas, de 1990, basada en la novela (Foto tomada de La Tercera)

En la obra hay también varios elementos simbólicos. Un ejemplo es la caracola que Ralf hace sonar para llamar a los niños al lugar de asamblea. Representa el debate, la civilización, la democracia. Por otro lado está la cabeza de cerdo, ofrenda de los cazadores a un supuesto monstruo que los persigue. Esta es el miedo, la superstición, lo salvaje.

 Temen a un ser supernatural cuando el verdadero miedo debería ser hacia ellos mismos, hacia los que son capaces de hacer con su lado más cruel. De hecho, el título de la obra alude a Belcebú, un demonio según la creencia cristiana. Entre estas dos aristas se mueve la sociedad de los pequeños náufragos: la civilización y la barbarie.

Golding emplea a los niños como símbolo de la naturaleza humana, en su estado más puro. En una edad inocente, todavía sin una personalidad totalmente conformada. Chicos que se adentran al mundo de los adultos, desde la imitación, por instinto o necesidad. Una mezcla cruel entre lo salvaje y lo civilizado, lo racional y las emociones.

La vida en la isla sacará lo mejor y lo peor del ser humano ante situaciones complejas, en que obligatoriamente hay que elegir sin tener la madurez necesaria, y no todo es en blanco y negro.

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