Elpidio Valdés desapareció. Pero no os dejéis provocar, si ahora lo cuento es porque ya lo encontramos.
Mi hija Amalia es fan de los dibujos animados de Elpidio Valdés. Los ve una y otra vez y ya repite muchos parlamentos de memoria. Ella, que ni sabe hablar bien, dice: "leche fresca", "adiós, general", "viva, Cuba" (a su manera, claro) y todo otro extenso repertorio.
Lo más complejo es cuando quiere ver un episodio en específico y trata de explicarlo, porque si no la entiendo y le pongo otro, empieza el acabose. Por ejemplo, me tomó bastante tiempo dilucidar que "allo, allo" viene de caballo, que viene de Palmiche, que es el capítulo donde lo apresan y llaman a la yegua traductora pelirroja. Hay que ver cómo disfruta ella con las cosas de Elpidio y cómo sufre cuando el caballo karateca le da una paliza a Palmiche.
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No me sorprendió por eso que el Elpidio de tela que recibió en su primer cumpleaños se convirtiera en su muñeco de apego, el favorito, el que duerme con ella, el que se cae lo mismo en los frijoles negros que en el orinal, el que termina todas las semanas en la lavadora por mal aspecto generalizado y olores sospechosos, el que aparece lo mismo en la ducha que en la zapatera.
Elpidio ya perdió su corbata azul, ripiada en combate, y el aspecto pulcro como del día en que se casó con María Silvia solo le dura mientras cuelga de la tendedera. El resto del tiempo parece que la manigua lo maltrata bastante. Por eso alcanzó proporciones épicas el hecho de que Elpidio estuviera desaparecido durante casi 24 horas.
Amalia sabe casi siempre dónde lo dejó, basta que se acuerde de él y retorna a recogerlo; pero esta vez no sabía. Me dijo: "Pidie, Pidie" y allí fui yo a buscarlo sin darle mucha importancia a la pérdida, pero no estaba debajo de la cama, ni del sofá, ni entre los juguetes, ni en el corral y empecé a preocuparme. Ella se entretenía en otra cosa, pero cada par de horas volvía con el "Pidie, Pidie", y yo sin pistas.
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En la noche fue la mayor crisis, porque viró dos veces la caja de los juguetes buscando el dichoso muñeco y no tenía cómo explicarle que estaba desaparecido. Preguntó por él de nuevo antes de dormir y en la mañana. Eché la casa abajo, no dejé rincón sin explorar, y terminé por pensar que ella misma lo había lanzado por el balcón y estaría en el jardín del vecino, revolcado en el fango.
Entonces se hizo el milagro. Amalia despertó de la siesta y fui allá a darle cariñitos, volvió con el "Pidie, Pidie" y cuando iba a decirle que no había buenas noticias tuve una iluminación: introduje la mano entre el espaldar de la cama y la pared, y adivinen quién estaba ahí atrapado.
Pues sí, me volvió el alma al cuerpo. Y ahora, minutos después, luego de haberlo sacado ya del fregadero, levantado del piso de la cocina, y limpiado las migas de pan del pelo, no estoy muy segura de si Elpidio se había perdido o la verdad se estaba escondiendo.
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