Llevamos la lavadora a arreglar. La transportamos en una especie de carrito para esos menesteres. Vamos mi esposo, mi hija y yo.
Cuando llegamos al taller, me quedo fuera con Amalia vigilando el carrito y conversando.
Una señora que está ahí y no conocemos de nada, me dice:
–Entra tú, muchacha, para que le expliques bien al técnico lo que tiene.
Yo le respondo:
–No se preocupe, mi esposo sabe bien lo que le pasa a la lavadora.
La mujer me mira asombrada y se encoge de hombros, como quien dice: «se verán horrores».
- Consulte además: Los padres tienen la palabra
De vuelta a casa, con Amalia divertidísima montada en la suerte de carretilla, él y yo tomados de la mano y conversando, me alivia saber que no es un raro espécimen.
Sabe barrer, sabe lavar, sabe planchar, sabe cocinar, pero no como en aquel dibujo animado, un día especial y con poca pericia, sino en lo cotidiano, a la par mía, y eso sí es, señores y señoras, una maravilla, pero no un milagro.
Arquimides Masip Masó
12/7/24 15:40
No soy una maravilla, pero con mis 86 años ayudo en todo lo que puedo en la casa, además de trabajar como profesor en la Escuela de Oficios, Frank Pais. García
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