¿Cómo un joven estudiante de filosofía termina siendo un gorila destacado (guardia de locales nocturnos) saltando de discoteca en discoteca por su fama adquirida? Fue la pregunta que me hice durante toda la duración del metraje Road House (1989). Posiblemente la pregunta que se hicieron todos los espectadores al ver este filme de acción con tintes a “Western citadino”. No tiene mucho sentido, hay algo mal ahí. Pero por qué juzgar. Es un chico que cree en el bien común, que se aferra a las buenas causas y la apreciación del sentido correcto o adecuado en este mundo. Pero con muy malas pulgas, cree en el mejoramiento humano. Y así lo impone ante los maleantes que asedian los locales.
De profesión: Duro (como titularon los traductores de la atmosfera hispana a este filme), me suena a algo que podría protagonizar Bruce Willis, Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger si hubieran más explosiones tras efectos pirotécnicos; sin embargo, lo encarna Patrick Swayze (The Outsiders, Dirty Dancing, Ghost) en un atroz intento de adentrarse en el mundo de la acción cinematográfica poco antes de protagonizar junto a Keanu Reeves (The Matrix Trilogy, Speed, John Wick´s Trilogy) Point Break (1991) donde sí se puede decir que cosechó un buen logro.
Sucede que, con Road House, un filme que no se gasta tiempo en ser pasiva o lenta dentro de sus casi dos horas de duración, figuraba como el acontecimiento que alejara a Swayze de las coreografías de baile. Cambió sus movimientos e intensas cargadas para darle provechó a su quijada robusta, parte de su cara para seguir enamorando jovenzuelas y su expresión de “tipo duro”. Pero, entre la acción que nos prometían terminaría siendo otro intento de mostrarnos el amor y otras cursilerías con alto grado machista de los ochenta (por más que las chicas se quieran defender solas en él) como parte del sacrificio y los obstáculos en el diseño de una película fácil que alcanzaría la cima taquillera si no tuviese tantas “cosas raras”. – Hay tantas maldades en este mundo -.
Este filme dirigido por Rowdy Herrington (A Murder of Crows, I Witness, Bobby Jones: Stroke of Genius) y protagonizada por Kelly Lynch (Cocktail, Drugstore Cowboy, Charlie´s Angels), Ben Gazzara (Capone, Bloodline, The Big Lebowski) y Sam Elliott (The Legacy, Tombstone, Justified), quienes comparten cast con el tipo duro, facilitan la compresión que rodea este guion juvenil. Argumento basado en tres simples razones: el triunfo del bien sobre el mal, el amor que se sobrepone a las penas y las dificultades, y la libertad de la sociedad oprimida. A simple vista denota a temas con una profundidad excepcional, empero, de cara a la imagen se nos hace una película para pasar el rato sin pensar mucho. Aunque, sí, contempla descripciones sociales – generacionales muy interesantes: desde el paisaje rupestre en deterioro, que simboliza la diferencia de clases y poder, pero deja a favor de las escenas, hermosos sonidos naturales, hasta los comportamientos erráticos de las personas que frecuentan estos lugares y su evolución con la trama.
Esta historia se nos abre cuando el dueño de un local de poca monta de la ciudad Jasper (Misuri), Frank Tilghman (Kevin Tighe) decide reclutar al mejor de los mejores en lo que seguridad y manejo de la taberna (bar, pub, o como se le llame aquí) “Double Deuce” se refiere. Dalton, el papel encarnado por Swayze, quien posee cierta popularidad en su sector profesional, decide aceptar la oferta y aventurarse en esta empresa, bajo la premisa casi consigna: “Es la misma historia, en diferente ciudad”. Y como se nos hace conocido, rompiendo la sorpresa, está ciudad, la nueva ciudad, es la excepción de la regla a esa consigna practicada por el chico Dalton y el viejo Wade Garrett (Sam Elliott), su mentor y amigo, su tótem moralista.
La historia aquí tiene varios escalones que conllevan al conflicto principal. Este pequeño pueblo donde todo el mundo parece conocerse, es gobernado maquiavélicamente por Brad Wesley (Gazzara) quien se descontenta por los arreglos llevados a cabo por Dalton. Primeramente, por los cambios del estilo destructivo y abandonado del lugar y después por el despido del sobrino de Wesley (John Doe), quien jura tomar represalias, incluso, por breves instantes lo llega a hacer, rompiendo por aquí y peleando por allá, inmadureces denodadas que, además, te deja la noción de que en los ochenta todo el mundo sabe karate. Todo lo posible para inquietar a Dalton e influenciar a los trabajadores de su tío en realizar la misma tarea. Las maldades de este mundo sobre la eterna lucha entre el bien y el mal.
Pero la expresión dura de este muchacho no lo dejaría amedrentarse ante estos conflictos. Esto sumado a la condición física que posee y su conocimiento profundo de las artes marciales coreográficamente orquestadas. El problema entre los eslabones principales de la película llega al punto de fricción letal cuando Dalton comienza una relación con Elizabeth Clay (Lynch) (él también las prefiere rubias). No hace falta explicar mucho que el villano trillado tuvo un amorío con la damisela, de aquí la razón por lo que se enciende su cólera. Como tampoco es necesario explicar cuando Hollywood juega con nuestras papilas gustativas visuales al ver un romance en pantalla diseñado con antiguas fórmulas literarias e interesantes. Código desvirtuado bajo el aparente cambio o modificación de la chica que cree en el corazón que tiene el héroe bajo ese cuerpo lleno de cicatrices inhumanas, síndrome de princesa abandonada de Disney que se las ha tenido que arreglar para salir adelante, clásico modelo de empoderamiento femenino en los ochenta. También cree en el mejoramiento humano como su novio. Enamorada del aparente chico malo. Lo que nos hace dudar de si posee un patrón.
Esto desenlaza una serie de injusticias y maltratos por parte de Wesley a los diferentes negocios de la ciudad de los pobres de esta tierra, en venganza y muestra de autoridad, que se extiende al resto del elenco (de una forma u otra), en un arranque de ira y complejo de superioridad cuando el argumento no se podía poner mejor. Lo que termina en un final apresurado con sensación a obligada resolución) que se salta diversos pasos lógicos del argumento. Busca cerrar toda la emoción creada con ciertos hechos acelerados que, en sí, lo que hacen es limpiar la solidez que traía consigo el guion para justificar la furia y el arranque que tiene el protagonista en contra de su enemigo común con el resto del poblado, mientras se quita de encima a otros personajes claves y se lían a madrazos el resto de los tipos duros que quedan (quienes no son nadie contra este army man filósofo).
Dicen que, en una película romántica, la escena en que se conocen la futura pareja, la forma en que se desarrolla ese “meet cute”, va a conducir el desarrollo certero del resto del metraje, va a desentrañar el diseño minuciosamente. Sin embargo, en mi opinión, y algo que tienen en común estos dos géneros (acción y romance), nada te dice más que las escenas de sexo, sean pasionales o arrebatadoras. ¿Por qué? Al igual que en la vida cotidiana, durante el sexo se desmitifica la personalidad de cada quien, y se pauta, para decirlo de alguna forma, los acontecimientos del futuro, la manera de proceder correctamente o no, la búsqueda de más, o la creación del simple conflicto para agobiar la trama. Es uno de los momentos en un filme que expresan mayor claridad del asunto y predicen en un análisis profundo los sucesos que están por venir.
En Road House, que no es la excepción de la regla, la escena de encuentro amatorio pasional – agresivo, se da de una forma un tanto descarada. Esto se debe a que no solo es la finalidad física de estas emociones encontradas por encima de las desavenencias que puedan tener el resto sobre la pareja, sino que también, tienen la desfachatez de hacerlo a los ojos del antagonista. Todo comienza con un baile suave, respiración entrecortada, él guía, ella sucumbe, está nerviosa, le amaga los besos creando la sensualidad, la pasión, destellos salvajes de deseo carnal, dicotomía el Eros y el Tánatos que se destacan alrededor de toda la película. Personalidad. Música adecuada, sumisión, pasión y deseo. Jane Austen asustada. Fade, listos para el comienzo del verdadero clímax (ya aquí sabemos que “se va a liar parda”).
El resto de la cinta sigue ese ritmo. Lo que comienza a expiarse con una tímida inspección a las cicatrices, al pasado, al pasado de un hombre que no puede olvidar, de un hombre que no puede vivir sin él, que queda como un sobreviviente engrilletado por una muerte piadosa; culmina con una muerte desventurada y sin piedad, que en realidad simula la competitividad existente entre estos entes. La vida se vuelve un ciclo, lo que a veces es más cruel a la vuelta.
Lo que sería la verdadera representación del mal en todo aspecto filosófico siempre recae en un incentivo incendiario sobre la venganza. Es que no aprenden que no se debe maltratar a la novia ajena y menos “despacharse” brutalmente al mejor amigo de uno. El ser humano no puede vivir sin una fuente de admiración, sin un modelo a seguir; muere desesperanzado, vacío, incauto. Ya la decisión estaba tomada por Dalton, nada se podía hacer, nadie podía intervenir, había que acabar con el otro tipo (para lo cual hacía falta una escena rockylesca que inspirase la reflexión antes o después, por ahí). Con esto y unos cuantos golpes se lleva a cabo la venganza, que como tildaba el largo alrededor de todo su desarrollo, la venganza de uno es la venganza de todo un pueblo.
Así termina una película casi de acción, con un mediano final feliz clásico, donde todo el mundo es “nice”, donde la policía ni intenta intervenir cuando se lleva a cabo un asesinato, o varios, y mucho menos la realización de una debida investigación por los trabajos ilegales que se muestran en toda la trama. Y con el final del largometraje, una crítica de este humilde cinéfilo que solo se inspiró para llevarla a cabo por aquella música ochentera que le tocó la fibra emocional.
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