Hace 252 millones de años, justo en el límite entre los periodos geológicos conocidos como Pérmico y Triásico, una serie de erupciones masivas iniciadas en Siberia dio lugar a la mayor extinción masiva de la historia, que terminó con el 96% de las especies marinas y el 70% de los vertebrados terrestres existentes en el momento.
Es fácil imaginar cómo la tierra tembló a la vez que inmensas lenguas de lava engullían todo aquello que encontraban a su paso. Sin embargo, eso no explica cómo los océanos del resto del planeta pudieron convertirse en un lugar tan inhóspito para la vida. Hasta ahora existen varias teorías: el aumento de la acidez del agua, el envenenamiento de las especies animales a causa de la presencia de metales y sulfuros disueltos o la disminución del oxígeno disponible, fomentado por el abrupto incremento de las temperaturas.
En busca de una ganadora, un equipo de científicos de las universidades de Washington y Stanford ha desarrollado un modelo, publicado en Science, que establece que el calentamiento global fue el culpable de la catástrofe. Estos resultados, además de aclarar un misterio con millones de años de antigüedad, aportan información importante para prevenir futuras extinciones masivas.
HACE MUCHO, MUCHO TIEMPO
La situación a finales del Pérmico, con un aumento de los niveles de gases invernadero en la atmósfera y el consecuente incremento de la temperatura global era muy similar a la que tenemos hoy en día. Por eso, entender qué pasó puede ayudar a evitar que en un futuro vuelva a ocurrir algo parecido.
Para ello, estos científicos han desarrollado un modelo que combina las condiciones oceánicas del momento, junto con información sobre el metabolismo de las especies animales, datos extraídos de publicaciones de otros laboratorios y registros paleoceanográficos. Después de las erupciones, las temperaturas del agua de los océanos se elevarían unos 10ºC, algo que, combinado con las condiciones del momento, pudo resultar fatal.
Las temperaturas aumentaban y, paralelamente, el metabolismo de los animales se aceleraba, requiriendo unos niveles de oxígeno que no se encontraban disponibles en el agua de los oceános, que habían perdido el 80% de los niveles iniciales de este gas. Esto se debe a que la solubilidad de los gases disminuye a medida que se aumenta la temperatura. Como consecuencia, la mayoría de animales marinos terminarían asfixiándose. Las especies terrestres no lo tuvieron tan crudo, pero muchas tampoco pudieron resistir la situación.
Los animales cuyo metabolismo se estudió para la realización del modelo eran especies acuáticas actuales, que incluían crustáceos, peces, corales, moluscos y tiburones. Las condiciones ambientales en las que han evolucionado todas estas especies son similares a las de aquella época, por lo que las consecuencias que pudieron tener sobre ellas las erupciones deben ser las mismas. Los más dañados, según el modelo, serían los animales más sensibles al oxígeno, que además vivirían alejados de los trópicos. Para comprobar si esto se correspondía con la realidad, los investigadores analizaron los registros fósiles correspondientes a ese periodo, que establecen en qué regiones vivían y si fueron o no eliminadas a raíz del incidente. Comprobaron que, efectivamente, las especies más alejadas del ecuador fueron las que más daño experimentaron.
La razón por la que los animales de lugares cercanos a los trópicos pudieron escapar de la extinción reside en que su metabolismo ya estaba adaptado a las aguas cálidas, por lo que podrían viajar hasta zonas en las que la temperatura fuera similar a la que reinaba en su anterior hábitat. En cambio, los que estaban adaptados a climas fríos no tendrían a donde ir.
Comprender las catástrofes del pasado puede ayudar a prevenir eventos similares en el futuro. Se calcula que, en base a los niveles de emisiones contaminantes actuales, para 2100 el calentamiento de los océanos habrá alcanzado el 20% del que se dio al final del Pérmico. Después, en 2300, se encontrará entre el 35% y el 50%. En su día unas erupciones volcánicas aceleraron el desastre, pero en el futuro podrá ser la mano del hombre la que, poco a poco y en un agónico proceso, termine provocando la próxima extinción masiva. Al menos, gracias a estudios como este, se pueden identificar los factores que complican la situación y evitarlos en la medida de lo posible.
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