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domingo, 22 de diciembre de 2024

Cercanías al 14 Festival Nacional de Teatro

El Festival Nacional de Teatro de Camagüey convirtió durante 7 días la ciudad en una gran escena...

Zoila Sablón en Cubasí 17/09/2012
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Reírse es cosa muy seria
Reírse es cosa muy seria, del Centro Promotor del Humor.

El arranque no pudo ser mejor. Una fiesta del teatro, un reconocimiento a la tradición renovada y legitimada por Reírse es cosa muy seria, del Centro Promotor del Humor, en el Teatro Principal abrió las jornadas del encuentro. 

Sin duda, el sabor que nos ha dejado el 14 Festival Nacional de Camagüey, organizado por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y Consejo de esa provincia, ha sido diferente esta vez. Al parecer, luego de años de batalla — en particular desde este espacio ha sido uno de mis reclamos—, el sentido común ha triunfado. Desde el inicio hasta el sábado cuando concluya esta edición, los aires festivaleros han sido refrescantes y conciliadores. La decisión de que la cita más importante del teatro nacional no sea competitiva no solo ha transformado la dinámica interna del encuentro, sino que ha instalado un diálogo más saludable entre escena, espectador y entre los propios teatristas.

Lo que podría parecer para muchos un dato circunstancial, es, sin embargo, un gesto que ha cambiado la cualidad de esas interrelaciones. Como se ha expresado en los espacios teóricos, la competitividad, también estimulante y gratificadora para muchos, pendía particularmente sobre los encuentros con la crítica y entre los propios teatristas como una punzante línea divisoria entre los participantes. El premio conquistado es, entonces, la presencia misma en el Festival, la oportunidad de intercambiar, encontrarse, enriquecerse en el diálogo formal e informal entre colegas.

En la historia del Festival, puede observarse una correspondencia entre el premio y los montajes que han marcado al movimiento teatral. Asimismo, esa correspondencia, muchas veces, ha sido equívoca, sujeta a absolutos subjetivos —como muchas veces ocurre en los jurados— y ha creado falsas expectativas que, incluso, han truncado el proceso natural de desarrollo de un grupo.

Tampoco debemos demeritar los foros de la crítica, habituales en el Festival, en los cuales se ejercía el criterio con honestidad. Muchos disensos contribuyeron a un análisis interno de los montajes por parte de los grupos. Los encuentros con la crítica, más de una vez postergados en los festivales, eran espacios necesarios y útiles, marcadores del estado de cosas alrededor no solo de un montaje, sino del teatro todo. Hay que decir, igualmente, que eran desaprovechados y hasta despreciados por teatristas que no creían en ellos, muchas veces con razón y por falta de una cultura del diálogo alentada, sin dudas, por la condición de competitividad de la cita.

Ahora bien, esta nueva condición del Festival no puede, de ninguna manera, enfriar el sentido crítico de esos trueques. En esta edición, la mayoría de las intervenciones provienen del asesor, una mirada que aun siendo reflexiva, está muy comprometida con el resultado final de ese proceso. Contribuiría más al debate, la inclusión, en ese desmontaje del espectáculo, de la mirada del otro que, sin predisposición, apunta, señala, subraya la culminación de un proceso del cual no fue parte directa. Una visión analítica y escudriñadora  de los signos de la puesta en particular y de su relación con sus coetáneos teatrales.

Otra de las marcas felices del 14 Festival, es el menor número de espectáculos en relación con ediciones anteriores. Sobra decir que hay puestas que quizá no debieron integrar esa lista, siempre sucede. Sin embargo, esta vez son las excepciones, pero, de alguna manera, ellas también nos hablan de un teatro que convive con nosotros, que forman parte del movimiento escénico del país. Quizá no se les haga justicia al ponerlos en igualdad de condiciones con otras propuestas de mayor calidad, ya este es otro asunto, o es probable que su espacio de diálogo no sea a esta escala; pero están ahí y como diría un colega, ese es también es el rostro de nuestro teatro. Apuesto por que el Festival de Camagüey sea la condensación de la escena que somos: imperfecta, lograda, riesgosa. Aquella donde las preocupaciones más urgentes, en tanto arte y sociedad en conflicto, se muestren en su más auténtico ser. Aquella en la cual las preguntas más inmediatas que el teatro necesita plantearse encuentren nuevas interrogantes y dudas. 


Antigonón: un contingente épico (Teatro El Público) (Foto: Jorge Luís Baños)

Un acierto ha sido la inclusión de una franja de la escena emergente: Antigonón: un contingente épico (Teatro El Público), La mujer de carne y leche (Proyecto MCL) y Por gusto (Teatro El Portazo). Colocados en el Teatro Avellaneda, espacio sin terminar, aún a pie de obra y con el polvo en el aire, los espectáculos también han asumido esa condición de precariedad, de riesgoso intento ante el público. Una franja viva que desordena, descoloca y cuestiona nuestra condición de espectadores y ciudadanos.

En un concentrado circuito teatral que agrupa ocho salas de presentación, además de plazas y espacios públicos de la ciudad, la audiencia camagüeyano, la más privilegiada de Cuba, ha disfrutado de casi un centenar de funciones.

A la cartelera, se han sumado exposiciones de disímil carácter, presentaciones de audiovisuales y publicaciones, un ciclo de teatro en el cine, un taller comandado por la ASSITEJ, etc. Un aparte merece el espacio teórico el cual ha incluido dos sesiones de trueques bajo el denominativo de Devoluciones y son, en su mayoría, como mencioné al inicio, suerte de relatoría crítica de los espectáculos. El debut del segmento teórico fue la celebración de una mesa sobre el teatro para niños y jóvenes bajo los auspicios de la UNIMA, que revisó, polemizó y puso en valor la reciente producción en Cuba y su relación con la institución, entre otros puntos de su agenda.

En el centenario de Virgilio Piñera no podía faltar un panel dedicado a su figura. En él, fueron conectándose experiencias de prácticas escénicas como las realizadas por Raúl Martín y Alexis Díaz de Villegas, el testimonio de Manuel Villabella sobre Virgilio en Camagüey y el acercamiento de Omar Valiño a las puestas en escena de Aire frío y Una caja de zapatos vacía. Como preámbulo, fue presentado el número 94 de La Jiribilla de papel, contentivo de un dossier sobre Piñera. Presencia que ha sido completada con la programación de espectáculos de su repertorio, como la versión dramática de Un jesuita de la literatura, El trac, Dos viejos pánicos y su presencia en tanto personaje en La boca.

El Festival ha tenido buen cauce. No ha habido cambios en el programa ni suspensiones que puedan empañar su organización. Ha sido, sin duda, una de las mejores ediciones en las que he participado desde la mitad de la década del 90, aunque reconozco detalles que se escapan de sus hacedores, pero no determinan el balance final del encuentro.

Se han echado de menos a muchos habituales del Festival, se han unido nuevos rostros que conforman hoy la escena cubana y que traen, igualmente, otros aires a esta ciudad cándida y sinuosa, convertida en puerto seguro para el teatro cubano.


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Zoila Sablón


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