La historia es la gran narración del hombre, la narración por excelencia. Y el arte es, en buena medida, la recreación de ese devenir. Hay una y mil maneras de contar la historia, y los medios de comunicación (que son, que deberían ser al mismo tiempo arte e información) tienen en esa disciplina campo extraordinario para la comunicación, la socialización… y fuente de inspiración.
No vamos a insistir en la importancia del conocimiento de la historia. Nos centraremos en lo que hacen los medios de comunicación, que no es poco, y lo que pudieran hacer, que es mucho, en lo que algunos llaman la divulgación de la historia y otros su comunicación y promoción.
No creemos que los espacios para esa promoción sean escasos, insuficientes. Si una revisa las parrillas de los canales de televisión, de las emisoras de radio, las páginas o los sitios de las publicaciones periódicas, notará que hay un interés marcado por acercarse a la historia nacional y universal. Ciertamente, hay etapas, procesos, contextos… mejor y más tratados que otros, pero abundan los espacios.
La cuestión está en las maneras de abordar la historia. Y para los medios generalistas, no estamos hablando ahora de ámbitos académicos y especializados, la mejor manera de acercase a la historia es contándola.
Las doctas conferencias, las clases televisivas pueden ser útiles (mucho más útiles si están bien televisadas), pero no son la propuesta ideal para el medio audiovisual. Como tampoco los enjundiosos tratados y ensayos encuentran generalmente nicho adecuado en los periódicos, revistas o sitios informativos de la red.
Pero los medios tienen sus propios medios, o sea, maneras de socializar los contenidos, formatos. En la radio y la televisión, sin desdorar los programas especializados y los documentales, prima el dramatizado. Es el más efectivo, el que más cala en el público. Y hay ejemplos recientes que dan fe: telenovelas, teleseries, películas que se han acercado a hechos o procesos de la historia nacional y que han estimulado el interés de los espectadores.
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La cuestión está en la profundidad del abordaje, en su verdad, y en el vuelo en la realización. Y ese es un debate multidisciplinario, que involucra a historiadores, a las instituciones y organizaciones que los agrupan, y a los artistas, periodistas y los medios en los que se desempeñan.
El consenso está en el atractivo de la historia, contada de tantas maneras; y en la necesidad de contarla con rigor, coherencia y vuelo estético. Historiadores, artistas y periodistas tienen ahí una agenda común.
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