En la puesta Ñaque o de piojos y actores, aparecen difuminados los componentes requeridos por la técnica teatral, desde la concepción escénica como montaje integral, hasta los diseños de escenografía y vestuario, en una representación singular, donde los actores parecen ajenos a cuanto les rodea, al punto de confesar su ignorancia sobre lo espacial y temporal, pues no saben a ciencia cierta en qué lugar se encuentran ni el período histórico donde se ubica su acción.
Desdeñar aparentemente cuanto concierne a la representación como hecho escénico y enfocarla como un ejercicio actoral llevado a su máxima expresión en un montaje que no interpone otros elementos a la consideración del espectador.
El superobjetivo de la autora de la puesta y de su dirección artística y general, Sarah María Cruz, está encaminado a desnudar en escena a los actores, no de sus vestimentas, sino de las veladuras de lo consciente y exponer los sentimientos de los intérpretes al auditorio y establecer un diálogo total, casi inconmensurable por su intensidad, el cual acompaña a dos cómicos de la legua en su viaje por épocas que determinaron estilos, lenguajes, modos de ser y de hacer teatro.
Tales premisas van surgiendo ante los ojos y oídos del receptor a partir de un abanico de códigos, incluso olvidados y que reviven en esta cuarta pared un tanto desconocida y por ello atractiva en lo mistérico del lirismo que aparece o se oculta en el decursar de una trama cuyo conflicto central radica en la asimilación, comprensión o admiración de quien les acompaña en el recinto escénico y que constituye el drama, devenido reto consustancial en la imaginaria travesía por tiempos pretéritos que sutilmente poseen anclajes en el presente.
LO IRREALIZABLE ADQUIERE UN REALISMO CON MÁS POESÍA QUE MAGIA
Un enigma insoluble para la ciencia contemporánea representa la posibilidad de realizar un viaje a través del tiempo, aunque el espacio cósmico haya dejado de ser una travesía inaccesible para los cosmonautas de la Tierra. Sin embargo, la magia de la escena ha convertido en realidad el tránsito de dos cómicos de la lengua, desde el siglo XVI hasta el XXI, en este título del afamado dramaturgo español José Sanchís Sinisterra.
Enamorada de este texto, escrito en 1980, la teatrista Sarah María Cruz lo persiguió en bibliotecas y librerías especializadas de Cuba y España, hasta comunicarse con el autor, quien además de enviarle el texto, le aportó algunas sugerencias esenciales para el montaje de este título, cuyo estreno en Cuba se efectuó recientemente, en la sala Adolfo Llauradó, el Día de Reyes, con el simbolismo de un regalo compartido entre los protagonistas, sus cómplices en este montaje y quienes acudieron al llamado de Talía, la diosa helénica que hacía guiños desde el Olimpo.
SIN MÁS ANTECEDENTE QUE EL CONTRASTE
Tras el gran éxito obtenido por la directora con las actuaciones de René de la Cruz y José Ignacio León en la puesta de la obra cubana Mi socio Manolo, de Eugenio Hernández Espinosa, Sarah decidió encomendarle los protagónicos a ambos, en esta puesta que difiere totalmente de los códigos de aquella, ante todo por ser aquella una expresión de un realismo imbuido de costumbrismo, cuyo canal de comunicación radica en que la historia contada no requiere auxiliarse de ningún tipo de recurso para viabilizar la comprensión del público, pues se refiere a una realidad reciente y compartida por quienes ocupan las lunetas y por quienes encarnan a los protagonistas en escena.
En Ñaque… ocurre todo lo contrario, las historias que refiere y revive, las que forman el tejido de la trama y de las actuaciones como tales, requieren un estado anímico diferente del otro, del que ocupa la luneta y debe realizar, también él un ejercicio de concentración para incorporarse a ese constante viajar, de ahí la necesidad de ahuyentar el naturalismo propio de Mi socio Manolo para buscar otra vía, que establezca una cierta distancia entre el hoy y los ayeres.
UN LENGUAJE DIFERENTE CON DOS ACTORES, SU SOMBRA Y CLAVES BIEN PENSADAS
Esta posibilidad se materializa “a través del simbolismo inscrito en la gestualidad, los movimientos y el minimalismo del diseño escenográfico y la banda sonora de la representación, concebidos como códigos del canal comunicador entre la creación escénica y el público para lograr un equilibrio de disfrute y análisis, a partir de una escenificación, muy bien estructurada, ajena a la banalidad, cuya génesis parte de la Commedia dell`arte y propicia el desplazamiento temporal de los protagonistas por los siglos que separan el medioevo de la actualidad”, según plantea Sarah María Cruz.
El diseño de vestuario, concebido por Lourdes León, con trajes idénticos para los interpretes, solo requiere algún elemento tipificante de lo epocal para la configuración orgánica del personaje, en consonancia con el tiempo en el decursar de la trama, en esta obra que en hora y media enrola al auditorio en las incidencias de un viaje imposible, donde imperan el buen decir e interpretar de dos actores que aceptan el difícil reto de una total transfiguración en los personajes de Ríos y Solano, en un reto constante al espectador para regalarle momentos difíciles de olvidar.
Lo interesante es que ambos intérpretes se sienten muy satisfechos por haber logrado su mayor anhelo: que se perciba que fueron capaces de no repetirse en cuanto a la obra anterior. René de la Cruz plantea que “Manolo no aparece en el escenario y esta era nuestra mayor preocupación, pero muchos espectadores nos dicen que en ningún momento existió el menor punto de contacto”. José Ignacio, por su parte, habla de que “la obra es muy gratificante, porque quienes la presencian aprenden a ver a los actores como seres humanos, preocupados ante todo por la aceptación del público, obsesionados por llevarles el mensaje del autor”, y añadió: “la noche del estreno siempre me aterra y desearía no asistir a ella y empezar en la segunda función, pero esta vez me he sentido como si fuera la función de una larga temporada”.
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