Ante mis ojos, hay un libro sagrado: es el Libro de los Jueces; se abre el paisaje del capítulo doce. Hay guerra entre la tribu de Efraín y la de Galaad. Y vencen los galaaditas, quienes tomaron los vados del río Jordán. “Y aconteció que cuando alguno de los fugitivos de Efraín decía: Dejadme pasar, los hombres de Galaad le preguntaban: ¿Eres tú efrateo? Si el respondía: No, entonces le decían: Ahora pues di Shibboleth. Y él decía Sibboleth, porque no podía pronunciarlo de aquella manera. Entonces le echaban mano y le degollaban junto a los vados del Jordán. Y murieron entonces de los de Efraín cuarenta y dos mil”
La tribu de Efraín no tenía en su registro fonético la combinación de la Sh, y dicen que Jefté, el jefe galaadita, se aprovechó de esa diferencia en la pronunciación para descubrir a sus contarios. La palabra shibboleth, que significa espiga y torrente, entró en otras culturas como símbolo del santo y seña para pasar al lugar del otro.
Si el relato bíblico, oculta una batalla por la hegemonía de un pensamiento religioso o supremacía de intereses, lo que subyace como elemento terriblemente humano es, ¿qué pasa cuando la tribu que extermina a la otra, se ubica en la posición de sociedades más complejas?
El dilema termina siendo este: ¿El hombre es el lobo del hombre, es hermano del hombre, o como diría el ensayista venezolano Mariano Picón Salas: dentro del hombre hay un lobo que aúlla? Tal vez la comparación con el lobo no sea feliz, y dentro del hombre también vive un reino animal.
Bárbaros eran, ante la mirada del otro “superior”, los extranjeros, luego los salvajes, los pueblos incultos, los que no son cristianos, y así hasta completar una larga lista donde una tribu en nombre incluso de Dios, pisotea la cara del colonizado y marginado.
En esa larga lista de pueblos hostigados, está el pueblo hebreo, perseguido por imperios y poderes judiciales. El pueblo hebreo, junto a otros, fueron aniquilados en gran matanza colectiva. Los nazistas, del otro lado del rio, se consideraron una raza superior. Y muchos aplaudieron.
Pero el humo de los crematorios de Auschwitz, está lleno de dolorosos simbolismos dibujados con temblor por las manos del médico judío Viktor Frank, en ese testimonio que lleva por título. Un hombre en busca de sentido.
El hombre hace la cámara de gas; hay otro en la puerta de los hornos, es el capo y miembro del mismo pueblo herido, quien despide con desprecio a sus hermanos por tal de salvarse; y otro hombre, entra a la cámara de gas, alzando la plegaria sagrada: Shemá Israel. ¡Qué diversidad de comportamientos humanos!
Detrás de los modos de pronunciar los nombres, están las culturas, y también las ideologías, el sistema político que puede empujar a los hombres al exterminio y fanatismo. Toda muerte duele, sea judío o palestino.
¿Y se puede aceptar sin conmovernos, ver caer la muerte sobre personas inocentes, en nombre cualquier terror? ¿No causa horror tanto fuego sobre una ciudad que no es Sodoma, ni Gomorra, porque ahora se llama Gaza? ¿ Regresa Auschwitz, en el campo abierto de una ciudad? ¿No tienen los palestinos derechos a tener su propia tierra? ¿Cuando un hombre aniquila a otro hombre no se aniquila a sí mismo?
Tengo ante mis ojos un libro sagrado y por la ventana del televisor, pasan las imágenes repetidas de hombres que se despedazan. Edvard Munch, en un cuadro inmortal, grita sobre el puente de Oslo. Muchos gritos se suman al dolor de los que mueren en los bandos en pugna. Solo puedo desenfundar un poema:
“Atraviesa una luz la sinagoga / la mezquita, el templo en Jerusalén/ Pero los hombres olvidan las palabras para cruzar el río Jordán / Eso que ves caer sobre la ciudad / no es una estrella enloquecida que por el amor se muere/ : Es la Muerte de la muerte en las manos de un niño/ No son tatuajes lo que ves / es la piel quemada por el odio / En la rama humeante no cantan los pájaros / Hay una mordida del Hombre y no amanece/ Dios se ahoga en la ciudad triturada por los gritos / Un niño camina por el borde de las paredes vacías / el patio: mudo de juegos y esperanzas/ madre se fue, sin decir adiós”
Y a pesar de todo, un hombre espera en la otra orilla del rio. No te pide que pronuncies la palabra. Solo te extiende las manos para ayudarte a pasar. Martí, se asoma desde las tierra de los anamitas para decir: “El mundo es un templo hermoso donde caben en paz, los hombre todos de la tierra”. Hay una luz encendida dentro de la casa del hombre, y se niega a morir.
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