sábado, 4 de mayo de 2024

Floridita, un joven bar restaurante de 195 años (+Fotos) (+Video)

En 1817 un avispado español plantó en la esquina de Obispo y Monserrate un bodegón al que nombró La Piña de Plata. Con el tiempo un nuevo dueño lo nombró La Florida, y después como se le conoce en el mundo: Floridita...

Luis Úbeda en Exclusivo 14/10/2012
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Restaurante Floridita 01
Emblemático bar El Floridita, consagrado por el Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway.

El caluroso y cosmopolita latir de la calle Obispo apenas ha variado desde entonces, desde que un hombretón vestido con ropas holgadas para paliar las “caricias” del trópico, caminó por primera vez hasta donde la estrecha arteria se fundía con la avenida Monserrate.

En esa esquina un peninsular había fundado La Piña de Plata, llamada ya entonces —1932—por el nombre que definitivamente ha trascendido hasta el punto de que, en 1953, la revista Esquire lo consideró entre los siete famosos bares más del mundo, a saber: el Pied Piper Bar de San Francisco, el Ritz de París y su similar de Londres, el Club 21 de New York, el bar del hotel Shelbourne de Dublín, el Rafles Bar de Singapur… y el Floridita.

Floridita. Seguro estoy de que Constantino Ribailagua y Vert jamás pudo sospechar, a principios de los años 30, que aquel comercio antes nombrado La Piña de Plata donde se iniciara como cantinero, sería visitado por una constelación de famosos y escogido como suerte de cuartel general por el Dios de Bronce de la literatura norteamericana, un hombre mito, un hombre leyenda: Ernest Miller Hemingway.

Veintiún años después, una crónica de la revista Esquire lo describirá así: “El bar Floridita, en La Habana, Cuba, es una institución de probidad, donde el espíritu del hombre puede ser elevado por la conversación y la compañía. Es una encrucijada internacional. El ron, necesariamente, domina, y como en el caso de muchos grandes bares, el estímulo de la presencia de un hombre famoso presta una atmósfera especial, una sensación de amistosa filosofía por la bebida: el residente cubano Ernest Hemingway.”

En su novela testimonio Islas en el Golfo, el Premio Nobel le rendirá este tributo: “…La bebida no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en ninguna otra parte del mundo… Hudson estaba bebiendo otro daiquirí helado y al levantarlo, pesado y con la copa bordeada de escarcha, miró la parte clara debajo de la cima frappe y le recordó el mar.”

Pero regresemos a 1932. Los pregones de vendedores de billetes de lotería o de frutas, violaban sin consideración la popular esquina, porque la climatización todavía era una quimera más. Pero aquel hombretón entró un día, se sentó en la esquina donde el sólido mostrador de madera dura hacía una curva con vista a la calle Obispo, y para su gloria o su perdición, descubrió el daiquiríi que preparaba Constante: una cucharada de azúcar, un cuarto de onza de limón, una y media onza de ron carta blanca y varios trozos de hielo que se batían en coctelera durante treinta segundos o igual número de golpes, como se decía entonces. ¿Qué hizo Constante? Le adicionó cinco o seis gotas de marrasquino y hielo frappé. El primero le impregnó un perfume característico y suavizó la mixtura; el segundo le dio un “toque” final, insuperable. Y a partir de entonces y a sugerencia del autor de Adiós a las armas y Fiesta, le suprimió el azúcar y le completó las dos onzas de ron.

Ese año, por cierto, Hemingway también había descubierto la Corriente del Golfo y los peces de pico y el hotel Ambos Mundos.

A partir de entonces, Ernest Hemingway comenzó a frecuentar la casa y el Daiquirí Special devino su libación predilecta. Incluso llegaba, degustaba unos cuantos brebajes y se llevaba otro par en un termo para el camino, o si no se lo servían en una copa especial —previamente helada— que iba bebiendo mientras el chofer lo conducía hasta Finca Vigía. Pero según me contara en 1970 Angelito Salas, barman por entonces ya retirado del Floridita y que conociera al escritor, “también bebía mucho whisky. A veces le brindaba el Daiquirí Special a sus invitados, se tomaba uno o dos, y después bebía cualquier cantidad de whisky doble en la roca…”

MI DAIQUIRÍ EN EL FLORIDITA

Tal fue la génesis de lo que con el tiempo devino leyenda. Un hombre. Un cóctel. Un bar-restaurante… Un hombre que conquistó “el gordo” de la literatura. Una bebida mundialmente reconocida. Un establecimiento que figura entre los siete más famosos del planeta… Hemingway. Daiquirí. Floridita. O lo que es igual: el Floridita, donde Hemingway bebía sus Daiquirí Special.

Además del autor de Por quién doblan las campanas, la barra y las mesas del Floridita han acogido a Gary Cooper, Tennessee Williams, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, Graham Greene, los Duques de Windsor, Gene Tunney, Luis Miguel Dominguín, Ava Gardner, Spencer Tracy, Rocky Marciano, Jean-Paul Sartre, Giorgio Armani, Ornella Muti, Imanol Arias, Jean-Michel Jarre, Matt Dillon, Paco Rabanne, Ted Turner, Jane Fonda, Pierce Brosnan, Naomi Campbell, Compay Segundo, Ana Belén y Víctor Manuel, Joaquín Sabina, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Javier Sotomayor, Kate Moss, Fito Páez, Danny Glover y Jack Nicholson, entre toda una constelación de estrellas de las letras, la política, la plástica, la música o el deporte.

A los artistas Fernando Boada (1902-1980), primero, y José Villa Soberón más recientemente, se debe la imperecedera presencia de Hemingway en el Floridita. La escultura a tamaño natural de este último (2003), y el busto de Boada realizado en 1954, escoltan a su banqueta devenida santuario donde rendir culto a Papa.

Ese culto se traduce en el promedio de 300 daiquiríes diarios que la hornada de jóvenes trabajadores provenientes de Formatur se encarga de ofertar a quienes allí acuden tras las huellas del escritor y del Papa Hemingway: Ron Havana Club carta blanca tres años, jugo de toronja, hielo frappé, jugo de limón y marrasquino. Preparación:Se mezclan todos los componentes en la batidora, durante 30 segundos, y se vierte en una copa para agua extraída de la nevera. Ah, y sin azúcar.

Al cabo de 195 años —cumplidos en julio último—, el Floridita continúa siendo el templo del daiquirí. A ello se suma que en 1992 le fue concedido el Premio Best of the Best Five Star Diamond Award, de la Academia Norteamericana de Ciencias Gastronómicas, como Rey del Daiquirí y Restaurante especializado en pescados y mariscos más representativo.

El viejo bar restaurante se ha multiplicado. En Inglaterra radica el bar Floridita London; en España el Floridita Madrid, y en California, Estados Unidos, El Floridita Restaurante, que remedan el ambiente cubano de su homónimo habanero, con su “perfecta mezcla de glamour y decadencia de una era pasada”.

La gloria, como tantas ocurrencias en la vida, puede resultar efímera si no se sustenta en verdaderos valores y cualidades. Pero ese no es el caso de este emblemático bar restaurante, al cual Constantino Ribailagua y Vert, con su talento natural para los cócteles y los negocios, y Ernest Hemingway, con su impactante carisma y leyenda, lanzaron a la fama varias décadas atrás. Para siempre.


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Luis Úbeda


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