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martes, 26 de noviembre de 2024

Hallazgos y afinidades del canto lírico en Cuba

Entonces no hay que frenar a la ópera, sino colocarle los recursos mínimos para que llegue al país…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 24/10/2023
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Teatro Lirico Nacional de Cuba
Teatro Lirico Nacional de Cuba en plena función. (Tomado de su sitio oficial de facebook).

La ópera es un arte que por siglos ha sido cultivado para los grandes escenarios. Quien quisiera presenciar las obras debía vivir en urbes bien centradas y con una presencia en cuanto a vida cultural. Y es que el bello canto se deriva de todo un movimiento que hunde sus raíces en lo más refinado de las artes y que requiere no solo de un amplio bagaje cognoscitivo como idiomas, nociones de historia, mitología; sino que conlleva una amplia sensibilidad.

 

Ello ha determinado que una parte de la crítica y de los públicos haya considerado que la ópera es un arte demodé o sea fuera de uso y propio de una época en la cual se hacía una creación más pausada, menos a tono con la rapidez y el farragoso torbellino de la posmodernidad. Pero, contrario a tales juicios, la realidad dibuja que en los escenarios más exigentes del mundo siguen las obras clásicas y se hacen adaptaciones que reactualizan los grandes hitos de la música. La ópera aún es el elemento fuerte junto al teatro o las interpretaciones de conciertos; cuando hay que hacer un trazado de París o de Nueva York. Cierto que sigue siendo el bello canto un ente con altas dosis de exigencia y que no cualquiera puede apreciarlo.
 

En Cuba varias compañías cultivan las piezas clásicas, entre estas, la ópera y sus diversas variaciones. Existen en el país obras que expresan nuestro folclore y tradiciones y que a la vez se unen a la larga tradición hispana de las zarzuelas y operetas tan degustadas siglos atrás que en el presente quedan casi de forma exclusiva para públicos muy especializados.

 

Entonces no hay que negar el atractivo que posee para los cubanos el acudir a las modalidades y géneros del teatro lírico, toda vez que por mucho tiempo hubo una tradición. En La Habana, como en casi todas las ciudades de Cuba, hay problemas de producción. Hacer una escenografía, ensayar, montar un repertorio conlleva esfuerzo. Y no solo en cuanto a lo físico, sino en lo referente al financiamiento. Los vestuarios, la época, la atmósfera y el buen gusto poseen una equivalencia en recursos que no siempre están a la mano. En este sentido, el teatro lírico ha visto afectada no solo su presencia en los escenarios sino su movilidad por los sitios de provincia, en los cuales antaño se hacía muy común.
 

Quien tome en los archivos una muestra de lo que fueran las programaciones del teatro en el siglo XIX o en los escenarios de inicios del siglo XX va a ver una gran tradición operística. Eran habituales los repertorios completos o las selecciones con piezas emblemáticas. También, las giras de los grandes cantantes y de los espectáculos más exuberantes.

 

La Revolución a partir de sus políticas de carácter público potenció por décadas las escuelas de arte en las cuales el canto lírico era una de las especialidades más exigentes y que graduaban personas con altos niveles de conocimiento de su técnica.

 

Pero también allí hubo en su momento un palmo de certeza que iba más allá del dinero y del recurso y se trataba del espíritu emprendedor del cubano que ama las bellas artes y que es capaz de recrear en la soleada isla el más exótico de los dramas clásicos. La ópera en Cuba tuvo tiempos de esplendor, en los cuales por unos pocos centavos cualquier persona accedía a lo más elevado. Hoy ya se trata de un suceso que se constriñe a la capital apenas. Y eso duele, es duro en materia formativa y de divulgación de la gran cultura universal.
 

Resulta noble el esfuerzo que realiza CMBF Radio Musical Nacional, que posee espacios especializados en los cuales se comentan y se comparten las grandes obras. El maestro Vázquez Millares ha sido todo un referente en cuanto a la crítica y la publicidad de un arte que pudiéramos decir que se ha segregado hacia destinos selectos. Pero no debería ser todo. El canto lítico no alcanza a todo el que puede y quiere apreciarlo. Si la radio ha sido el gran escenario que con omnipresencia ha estado en todos los sitios de Cuba y que posee la ubicuidad de las grandes magias; no nos muestra toda la belleza visual, todo el esplendor de una función de la ópera. Y el arte entra por los sentidos, posee esa dimensión sensorial en la cual o nos hallamos o nos perdemos, pero que siempre va a expresar la totalidad de un universo humanista.
 

Entonces no hay que frenar a la ópera, sino colocarle los recursos mínimos para que llegue al país. Antiguamente se disponía de salas de teatro en casi todos los pueblos y ciudades medianas, pero hoy es mucho lo que se ha perdido de infraestructura. También se ha subvalorado la presencia de elementos de la alta cultura como parte de las programaciones. Otros sucesos, como la moda, la música popular y manifestaciones más masivas se llevan grandes boletos y promociones, mientras los muchachos crecen sin escuchar las arias de las grandes obras.

 

La educación no está haciendo su papel y más que la carencia material se está creando una carencia subjetiva e incapaz de moverse en la misma dirección del mundo. Mientras el canto lírico sigue siendo una manifestación de las artes más exigentes y un signo de pueblo civilizado, en Cuba cada vez resulta más extraño que se produzca un consumo al menos aceptable o visible de estas producciones. Si bien programas de televisión como De la Gran Escena hace unas décadas contribuyeron a formar un público, las apuestas hacia fórmulas que no edifican, sino que imitan tendencias foráneas y comerciales les han restado estelaridad a los espacios de formación y de prestigio. Entonces, no hay habido reemplazo, ni se ha colocado en su justo sitio una jerarquización de los contenidos en la cual se acceda de forma adecuada a la cultura.
 

Si bien una parte de la gente cree que el canto lírico es demodé, no hay que pasar la línea y dejar esta página en blanco, sino invertir en la formación de personas sensibles y capaces de crearse un juicio estético que dé lugar a un comportamiento en el orden de lo civilizado. Como país tenemos el deber de que el futuro no quede hipotecado por maneras simplistas del consumo en las cuales asoma peligrosamente la oreja peluda de un mercado en el cual no interesa la emancipación de la persona, sino su encadenamiento a adicciones ya sean físicas o del espíritu.

 

La sujeción opera en tal sentido como una especie de esclavitud invisible que hace que las personas no busquen en los horizontes culturales una respuesta ni una identidad, sino que se conformen con lo que les toca en el reducido espacio de significación que les fuera dado por poderes y por repartos desiguales. Si la ópera expresa algo es precisamente esa forma en la cual el hombre construye su destino valiéndose de artes y de sortear la peligrosa fortuna. En ese azaroso camino de la cotidianidad, lo universal está presente como uno de los ingredientes esenciales de la construcción de sentido.
 

No solo hay que potenciar el buen consumo, sino el carácter crítico del receptor, pero ello conlleva exposición de las artes, manejo de las categorías y acercamientos responsables al proceso de recepción. Es el acto de comunicación en su plenitud lo que le da entidad y soberanía a una obra, lo que la completa y le otorga su dimensión real y concreta. Por ello, la ópera está viva y con ella todas las demás manifestaciones que, a pesar de los siglos, poseen la locuacidad de viejos amigos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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