Durante la década en curso, una ola de nostalgia atraviesa el séptimo arte, como antes sucediera en la teleficción. Italia, tierra fértil para ese sufrimiento y esa melancolía agridulce que bañan -sin importarle los tiempos, desde los ojos de Mastroianni hasta los recuentos autobiográficos de Sorrentino-, las riveras fílmicas peninsulares, encuentra en la Nostalgia, de Mario Martone, una lectura pertinente del sentimiento impregnado en muchos seres humanos a la altura de los cincuenta: esa “media rueda” instituida en medidor del pasado, los errores y todo lo aún pendiente que ojalá algún día pueda salir adelante. O no.
En la película presentada durante la edición de 2022 del Festival de Cannes, el personaje central de Felice Lasco (un comedido Pierfrancesco Favino, en tono similar a su labor en El traidor, para Marco Bellocchio) viaja de vuelta al Nápoles de su infancia, tras cuarenta años de circunvalaciones geográficas y sentimentales a lo largo del Líbano, Suráfrica y Egipto, para reencontrarse con su madre, bien anciana y mal atendida, a cuyo lado pasa los últimos días.
Lo lógico hubiese sido que, al ella fallecer, el hijo regresase a El Cairo, junto a su bella compañera y el próspero negocio que regenta en la nación norteafricana. Pero ni el personaje ni Nostalgia –ni supongo que tampoco la novela de Ermanno Rea en la cual está basada la cinta– obedecen a esa lógica. Dentro de Felice, de ahora en más, comienzan a desencadenarse implosiones de recuerdos y emociones que le atan sin escapatoria a la ciudad donde nació hace 55 años y donde alumbró su adolescencia, en moto, junto a Oreste, el amigo que, entonces, le mostró la cara de la solidaridad pero también la de la muerte (y se la volverá a mostrar al final de sus días, en una de las soluciones dramáticas menos justificadas y convincentes del largometraje, aunque no por ello menos predecibles).
Nostalgia crece en la interacción de Felice con su madre (las escenas del baño a la anciana son vívidas, crudas, tristemente hermosas), a través de su idealización romántica del pasado, mediante sus remembranzas de las callejuelas de aquel Nápoles por donde se paseaban la Mangano o la Loren para De Sica y que Martone -nacido allí en 1959- plasma en estos fotogramas con vehemencia afectiva. O sea, en todo cuanto remite a los afectos y propende a consolidar un personaje tan correctamente delineado como defendido por Favino.
Ahora bien, donde derrapa la película es en su giro hacia la estampa social. No es que esté mal discursar en torno al peso nefasto que, todavía a las fechas, posee la camorra en dichos lares; sobre el papel de esa iglesia socialmente comprometida en contra de dicha lacra y a favor de la juventud; o alrededor del cisma económico entre la Italia sureña subdesarrollada y la Italia norteña industrial rica. No, cuanto ocurre es que eran temas de otra película. Nostalgia caminaba sobre una tesitura distinta, de la cual no debió moverse el guion de Mario Martone e Ippolita di Majo, aun y cuando el primero de los elementos antes citados, a la larga, determine el desenlace del sinuoso filme.
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