Si leemos esa obra cumbre de la literatura latinoamericana que es La tía Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa, daremos de bruces con que a mediados del siglo XX la mayoría de las grandes novelas radiales que se consumían eran provenientes de La Habana.
En esa novela, escrita en un tono totalmente autorreferencial y de sátira, se abordan las cuestiones más extraordinarias que atravesaban los guiones cubanos para llegar a las pequeñas emisoras de la ciudad de Lima y así ser trasmitidas y hasta adaptadas de mil maneras por los registros locales. En el imaginario tejido por Vargas Llosa, los estudios de los hermanos Mestre eran una suerte de palacio de las artes donde se tejió lo mejor de la tradición del dramatizado en sus diversos géneros.
En libros como esos, que conforman el corpus de lo que somos como continente, se reconoce la universalidad de un momento en la cultura cubana en el cual casi todo el consumo de las masas estaba constreñido a la radio y sus variables. Se trataba de aquellos instantes en los cuales se dio la guerra jabonera entre las cadenas nacionales, o sea el enfrentamiento comercial en el cual se competía por anunciantes, por dinero corriente y que ello derivaba hacia la asunción de códigos atrevidos y modernos.
La radio cubana tuvo un periodo arcaico en los años veinte que pronto fue superado con la llegada de los grandes trasmisores y la instauración de una sociedad en la cual el comercio, la puesta en escena de los anuncios y de las figuras de las artes se dieron la mano. Como suceso de la cultura nacional, hay que ponderar aquellos avances, ya que a pesar del carácter capitalista de las relaciones y en ocasiones abusivo, se logró un progreso en el formato y en la calidad. La radio cubana era el referente del hemisferio y desde aquí partía todo hacia los confines de esta región hispanohablante.
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Como que al arte es un producto ideológico de los tiempos, todo lo que existe tiene que variar e irse transformando en su contenido. Por supuesto que la llegada de la Revolución trastocó las lógicas y ofreció contratos en los cuales los artistas eran protegidos y recibían salarios fijos de acuerdo a la calidad. Sin embargo, eso no es todo. La hechura de los productos radiales requiere de realidades en el sistema de la producción que no se dirimen con solo los recursos.
La dignificación de los guionistas y de los demás que están detrás de las novelas, series y narrativas mediáticas depende de un conjunto de factores en los cuales se mezcla lo subjetivo con lo sustancialmente objetivo. Sin que nos quede nada por dentro, en los últimos años se ha visto una disminución de la calidad de lo que se radia y ello tiene que ver con una desconexión de las rutinas productivas con los públicos y una alienación de la radio en torno a los estudios de audiencia y la dependencia de la rentabilidad de acuerdo con tales paradigmas.
Lo que era una metodología de trabajo asidua décadas atrás, hoy requiere de repensar las lógicas para alcanzar de nuevo los niveles profesionales. Y es que somos hijos de una tradición que nos da entidad y que no por pasada deja de tributar al presente.
Más allá de que detrás del tinglado de las novelas jaboneras había un mercado que con sus leyes imponía lógicas ajenas a lo esencialmente artístico, se lograban productos que estaban a la altura de los estándares.
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Hay que preguntarse por qué hoy, amén de que se dedican presupuestos, no se obtienen iguales resultados. El detenimiento en las maneras de pensar de tiempos ya idos, la no implicación en las dinámicas de los grupos sociales y sus intereses, el no relejo de la realidad conflictiva y cambiante de la sociedad, alienan las cuestiones que deberían poseer una línea directa con lo real en cuanto tal.
He tenido la oportunidad de trabajar en varias emisoras cubanas y puedo dar fe de que existe excelente personal y que la formación es buena, pero las ideas que se llevan a término son las que al cabo no reconectan a las personas con su yo social más propio. Eso quiere decir que no solo se requiere de la belleza del lenguaje o de la forma, sino pensar en todo y hacer de la radio un espacio para el pensamiento, la crítica, el progreso y la reflexión. Solo así se da la esencia que nos lleva a la génesis del cubanísimo proceso creacional.
Nada como la radio para reconstruir lo que somos y Cuba está necesitada de ello. En tiempos en los cuales nos cuesta levantar cuestiones de la materia, el espíritu es el acicate perfecto para hallar los resortes de lo propio. En la novela mencionada al inicio de este artículo hay una ponderación por los productos culturales que alguna vez salieron de aquí y eso es lo que quisiera que quedara a salvo de mi reflexión.
Cómo en la isla de la maravilla fue pan común la esencia misma de la belleza de los grandes guiones. Y aunque poseemos menos recursos, aún se dispone de la forma de alargar la vida más pura mediante los vericuetos del arte y sus mañas. Tanto la radio como la televisión, las revistas y los periódicos, son una muestra del pulso que llevamos como país y ello recae con fuerza en una visión cubanocentrista del quehacer de la cultura. O somos capaces de reconocernos como lo que somos o seguiremos importando fórmulas que no dan los resultados y que al cabo contradicen una tradición de originalidad de la cual beben nuestros artesanos de las ideas.
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En la radio se dan las dinámicas de consumo que en las actuales condiciones de un internet aún no totalizado pueden suplir las ideas y carestías cotidianas. En las comunidades donde se consume una radionovela existe una visión otra de la cultura. Y siempre voy a recordar esa anécdota garcíamarqueana de una zona de silencio en Pinar del Río en la cual solo llegaba a los receptores Radio Enciclopedia. Allí, los vecinos eran avezados oidores de Mozart, Beethoven y de Bach; pero desconocían las orquestas populares y la producción más reciente del país y del mundo. Todo estaba constreñido al gusto estético de hace tres siglos o más. Ello demuestra que el ser humano es moldeado por una cultura que él mismo hace a la vez de una manera dialéctica.
Entonces, ¿de qué se habla cuando debatimos de volver a la radio a su calidad de antaño? No se trata de meterla en una urna y que ello sea irrompible. No, de hecho, queremos un medio que sea capaz de ensuciarse, de caminar los sitios polvorientos, de sentarse a la mesa de quienes tienen poco y darles fe, necesitamos una radio que sea un poco también la profecía de los tiempos mejores.
Volviendo a la novela mentada, no queremos una realidad ficcional, sino que la ficción parta de las verdades que nos competen como pueblo. Solo así se unirá lo que nos duele con lo que hace que progresemos. A fin de cuentas, la narrativa siempre parte de las aspiraciones, los sueños, las bellezas inalcanzables.
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