domingo, 22 de septiembre de 2024

Los mil huevos de la serpiente

Acerca del fascismo y la posibilidad de que vuelva a instaurarse en tierras de nuestra América tratan los filmes Wakolda, de la argentina Lucía Puenzo, y Cirqo, del chileno Orlando Lübbert...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 13/12/2013
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Wakolda nos advierte del peligro del nazismo, incluso en la actualidad.

El fascismo es como un ofidio venenoso con taras de monstruo mitológico. Cuando uno piensa que lo decapitó, ha desovado en lugares ocultos más de mil retoños, los cuales, ante una situación determinada, nacen e infestan con su ideología perversa todos los confines del mundo.

De tal fenómeno nos advierten dos filmes en concurso en la categoría de Largometraje de Ficción en este 35º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL): nos referimos a Wakolda, de la argentina Lucía Puenzo, y Cirqo, del chileno Orlando Lübbert.

A un pueblito de la Patagonia argentina, donde hay una poderosa comunidad germana, llega un emigrante alemán. Es un médico atractivo, amable, educado. Y para colmo, adinerado. Como quiere tranquilidad, escoge un hostal en remodelación y convence a los propietarios a albergarlo con una generosa suma.

Los propietarios, un matrimonio de un argentino con una alemana, tienen una hija con retardo en su crecimiento físico. Además ella está embarazada de gemelos. El médico ayuda gratuitamente a la preadolescente a crecer varios centímetros en cuestiones de semanas. Y comienza a atender a la parturienta.

Con un ritmo que recuerda algunos de los filmes de Alfred Hitchcock, en los primeros minutos un poco lento, deliberadamente, luego trepidante como lo requiere todo thriller, Lucía Puenzo (XXY, El niño pez) construye Wakolda, conocida también en algunos países como El médico alemán.

Del divino Alfred, Puenzo retoma algunos de sus recursos predilectos: el misterioso médico lee el periódico y ve la foto del prófugo de lesa humanidad Joseph Mengele, el médico nazi que experimentaba con seres humanos. Luego nuestra sospecha se confirma: él es Mengele.

A muchos en el Cono Sur le hubiera gustado que el filme se limitara a la historia intimista de la niña que crece poco y el médico criminal que la hace crecer. Pero Lucía Puenzo los desilusiona. En subtramas revela el apoyo que la comunidad alemana le brindó a los criminales de guerra nazi.

No se detiene allí. Relata cómo en la escuela para descendientes de alemanes se conserva literatura nazi y todo lo hitleriano es objeto de devoción de gran parte del alumnado y el profesorado. Los ideales del Tercer Reich, por tanto, tienen vigencia: la niña que no crece es objeto de vejaciones por sus condiscípulos.

De Wakolda no solo la trama es encomiable. Marcel Chaves, en la dirección artística, logra una impecable reconstrucción de época. La fotografía de Nicolás Puenzo resulta excelente. Y guiando a los actores y actrices, Lucía Puenzo se anota un punto a su favor.

Si bien todo el elenco es eficaz, los aplausos mayores siempre serán para Florencia Bado, como Lilith, la niña que no crece, y Àlex Brendemühl, cuya personificación de Josef Mengele nada tiene que envidiar a la de Gregory Peck, en Los niños del Brasil, cuando encarnó el mismo personaje.

Pero donde se aprecia la mano directriz de Lucía Puenzo es cuando la vemos contener la bis cómica de Diego Peretti (Enzo) y lo ransforma en un perturbado padre o convertir a la voluptuosa Natalia Oreiro en la recatada Eva, irreconocible para quienes se acostumbraron a ella medio vestida en los Wallpapers de Internet.

Entretanto, el chileno Orlando Lübbert prefirió en Cirqo, transitar por el camino del melodrama y le fue bien. Al menos en el público asistente a este Festival logró una buena comunicación, aunque la crítica especializada se ha ensañado con su filme.

La cinta aborda las desventuras de dos oposicionistas a la tiranía de Pinochet que hallan refugio en una compañía circense. Al inicio lenta en el ritmo, se va componiendo en el transcurso de la proyección y mantiene a los espectadores en sus butacas.

Al igual que en Wakolda, el fascismo se ve simbolizado en un lobo disfrazado de cordero, esta vez no un médico alemán sino un policía con vocación de perro de presa que es capaz de tener una relación con la mujer de uno de los oposicionistas (a ella le han hecho creer que ha muerto) en un intento de capturarlo.

Cirqo  tiene buenos momentos (la boda en el bosque, la secuencia de la pareja recién casada visitando la casa de la madre de él sin percatarse de la vigilancia de la policía), otros demasiado manidos (el bueno mata al malo para complacer a la taquilla). Y lo peor, sin duda, es la teatralidad que impera en la actuación.

Sin embargo es un filme importante como denuncia a la época de Pinochet, pues hoy día ciertos sectores de la sociedad chilena minimizan o quieren hacer olvidar los crímenes y violaciones a los derechos humanos de aquellos años.

En cuanto al desenlace, tan oscuro para algunos y soslayado por los críticos en sus crónicas, deja en el aire ciertas interrogantes: ¿es por casualidad un homenaje del realizador a la clásica pieza de Ambrose Bierce Un suceso en el puente sobre el riachuelo del búho

O, simplemente, ¿nos estará alertando que el fascismo en Chile, cuando estén dadas las condiciones, puede renacer como un fénix depravado, para ensangrentar las calles de Santiago?


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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