lunes, 16 de septiembre de 2024

Luminosa y oscura París

El desatino en la forma y la determinación de un tono posmoderno a contrapelo de coherencia y de sentido; dañó la comunicación de la excelente propuesta entre el artista y el público.…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 29/07/2024
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París 2024
Esta gala ha retrotraído el debate entre modernidad y posmodernidad, solo que aderezado por las cuestiones que se potencian en un espacio tan mundializado como unas Olimpiadas. (Página oficial de las Olimipadas)

La ceremonia de los Juegos Olímpicos en París fue una exhibición de todo lo que hoy implica la llamada cultura occidental en tanto pretendido centro civilizatorio. Francia es, sin dudas uno de los códigos nacionales de mayor interés e impronta tanto por la historia, como por las artes, tanto por su ascendencia en la política global, como por los símbolos que la acompañan. Pero más allá de eso, la ceremonia tuvo el acierto de abandonar los predios de un estadio para irse a la ciudad en pleno y explotar en el buen sentido los espacios físicos, culturales y espirituales que definen a la nación.

 

Las aguas del Sena como ese signo compartido con todos, junto a edificios icónicos de la trama urbana, dieron el contrapunto perfecto al mensaje de bienvenida, de ecumenismo y de buen gusto que se trasmitió en gran parte de la gala.

 

No obstante, las certezas y los buenos momentos se vieron empañados por el uso de la ceremonia como una plataforma para ideologías que no necesariamente representan a todos. Y aunque es loable que se pondere la diversidad sexual o la igualdad; los enfoques dieron paso a interpretaciones en las cuales por momento se perdía la esencia del mensaje y nos quedamos con formalidades que generan ruido, distorsión, desfase en cuanto a decodificación de símbolos.

 

La gran Francia, la civilización que se siente plena de superioridad cultural; nos intentaba dar además una lección moral, una que nos hiciera recordar que ahí en 1789 se hizo un proceso revolucionario de tintes globales que le cambió la faz al planeta. Y precisamente, con aquel suceso que dio paso a la modernidad; se iniciaba uno de los bloques, en el cual la cabeza de la otrora reina María Antonieta salía por una de las ventanas de palacio para cantar.

 

En ese instante, la deconstrucción de la modernidad en otra cosa, las caídas de los grandes relatos de la historia daban pretendidamente paso a la realidad caleidoscópica de lo múltiple, lo diverso, lo libre e incluso lo deforme. En esas categorías a entender de muchos se diluyó lo que en unos inicios iba a ser una de las ceremonias de mayor prestancia entre todas las que se hayan realizado.

 

El propósito era genial, incluso la manera de plantearlo desde la prestancia de los símbolos; pero en el desarrollo de la propia tesis hubo instantes en los cuales la diversidad, que es amplia, que es justa y necesaria; se confundía con la fealdad o con una rebeldía mal planteada en la cual se extrañaba cierto humanismo imprescindible y un toque de irreverencia que incluyera la sensibilidad, la empatía y la no violencia.

 

Todo eso el director de escena y creador del espectáculo Thomas Jolly lo tenía planteado desde el inicio. Su punto no era reflejar las cuestiones consabidas de Francia, sino la propuesta posmoderna de una nación que se acerca a procesos de transición civilizatoria de los cuales quedan impregnados los seres humanos. Ideologías que van más allá del respeto y de la aceptación y que se plantean con la fuerza de lo impuesto y que trascienden las luchas fragmentadas y han dejado atrás la visión realmente revolucionaria del obrero, la plusvalía, la alienación del trabajo y las categorías en todo frente de combate clasista.

 

Lo posmoderno no puede ser la solución al dolor de la gente, porque precisamente es la renuncia a hallar salidas prácticas y definitivas a los problemas, es la opción por crear realidades virtuales en las cuales el hombre halla un bálsamo y un silencio cómplices ante el desbarajuste de un mundo que ya cada vez carece más de sentido y que debería beber más de una modernidad de la cual reniega, sin que existan muchas otras visiones coherentes y válidas.

 

La propuesta de Jolly, ante la carencia de sentido, es imbuirse como Baco en esa fiesta, hacer del caos ese beneficio dionisiaco que no apuesta por las estructuras, sino que las mata.

 

La ceremonia, según cuentan personas que viven en Paris, no tuvo nada trascendente desde la presencialidad física. Era difícil poseer una imagen global de lo que estaba pasando si estabas en una de las orillas del Sena, porque entonces no veías otras partes del espectáculo. El hecho de haberlo sacado de los límites del estadio, deslocaliza los sucesos y los transforma en realidades virtuales, que solo son posibles de decodificar a partir de su unión en el espacio televisivo o de las redes sociales, con lo cual lo tangible queda elidido o silenciado por una irrupción ruidosa de lo posmoderno. Y es que el fin de los grandes acontecimientos no tiene sentido si a lo que se apuesta es solo al fin, sin que exista una conciliación.

 

La teleología de la historia es tan surrealista como injusta si en su magma interno no incluye a los desvalidos, a los menos favorecidos y solo se nos habla de una diversidad en la forma, en los estilos de vida, en la sexualidad que a fin de cuentas es un asunto privado y que deberá resolverse en ese marco.

 

Esta gala ha retrotraído el debate entre modernidad y posmodernidad, solo que aderezado por las cuestiones que se potencian en un espacio tan mundializado como unas Olimpiadas. Y es que la validez de estos puntos está dada por su nivel de humanismo o sea si voy a hablar de la Revolución Francesa desde el presente, los códigos no deben abandonar la esencia de aquel suceso histórico solo porque a alguien en particular le guste o porque se responda a un determinado criterio estético o ideológico.

 

Aunque se hable de la muerte de los grandes relatos, se trata de un fallecimiento simbólico y semiótico, porque en realidad esas verdades siguen vivas a partir de diversas metamorfosis del pensamiento y de las asunciones humanas. Lo moderno está en lo posmoderno, un plano se debe al otro y de la controversia salen las cuestiones que definen y pautan el debate.

 

Jolly, sin querer quizás y dejado de la mano por la libertad discursiva desbocada, dio con íconos que pueden generar ruido en caso de ser mal colocados. Y así pasó con lo que muchos tomaron como una burla a La última cena de Da Vinci. Con independencia de que luego excusaron que ese no era el código; se hizo presente una universalidad de lecturas que le pasó factura a la ceremonia desde la cancelación.

El respeto al pensamiento diverso, a las estructuras que para muchos aún sí son relatos válidos; debió tener mucho más peso en la construcción dramática del espectáculo. Pero allí el director prefirió lo bello y lo formal y no ahondó en las muchas interpretaciones de su propuesta.

 

La cancelación es un arma de la posmodernidad en la época de las redes sociales para silenciar aquellas propuestas que no se avienen con determinados prejuicios de colectivos humanos. Se basa en la existencia del poder de los relatos en los espacios virtuales y de la aceptación acrítica de los mismos por parte de los militantes digitales que estarán dispuestos a linchar o a obviar a quienes no se avengan.

 

La respuesta, precisamente, a la presencia de códigos que fueron leídos como ofensivos, creó un cisma y una manera de violencia simbólica en las redes que trajo consigo la eliminación finalmente de la pretendida escena de La última cena, que según los organizadores se trataba de Le festin des dieux de Jan Harmensz. Una mirada a esta última obra arroja, no obstante, que los comensales que aparecen son diez y no doce como los que estaban en la ceremonia; a la vez, las poses de los personajes eran un calco de Da Vinci. O sea, que los usuarios de las redes sociales tienen elementos para dudar tanto de la disculpa del Comité Olímpico, como de la supuesta explicación dada por Jolly.

 

Lo sucedido en la ceremonia nos enseña que la posmodernidad es un corcel que debe ser embridado por el buen gusto, el respeto y la ética, ya que deconstruir no es destruir ni anular. En ese sentido, tienen mucho más peso otras visiones ecuménicas propuestas en Olimpiadas anteriores.

 

Londres nos hablaba sobre una ciudad cosmopolita, en la cual coexisten las culturas que han hecho la identidad de las islas británicas; a la vez hacía balance de dicha realidad con las tradiciones y lo legendario.

 

Beijing jugó con el concepto asiático de armonía en la cual la música y las partes de un determinado acorde no desaparecen, sino que todas se escuchan y conforman una totalidad coherente y necesaria. Barcelona fue un lanzamiento al mundo de la nueva España, moderna, global, abierta, donde a pesar de ser un país cuna del hispanismo; primaba la búsqueda de un espacio para todos.

 

Esas son las diversidades, en plural, que conviene defender y no solo una visión politizada, sesgada, sectaria y parcial de la misma en la cual si no piensas de una manera te excluyen.

 

Una vez más, la virtualidad nos conmina a sustituir la realidad por sus engaños. Con la ceremonia se ha negado una diversidad plena, la de la gente común y sus problemas que no hallan solución; para centrarnos en las particularidades y los conflictos caleidoscópicos que nos dispersan, destruyen la lectura coherente y veraz e imponen una eticidad que no se aviene con el humanismo a ultranza que tendríamos que profesar.

 

La ceremonia, no obstante su inmensa polémica, tuvo como aciertos un buen gusto estético y una elección brillante de los hitos de la cultura francesa. Con independencia de omisiones, que hay que lamentar; no era fácil reflejar la grandeza de un país como ese en pocas horas. Solo el desatino en la forma y la determinación de un tono posmoderno a contrapelo de coherencia y de sentido; dañó la comunicación de la excelente propuesta entre el artista y el público.

 

Todo el conflicto es salvable, en tanto Francia será siempre un faro de belleza y de grandes conmociones, donde unos Juegos Olímpicos son suficientes para que se nos mueva el pensamiento y tengamos que posicionarnos frente a las pasiones filosóficas de sus eventos. Así es París, luminosa y, también, oscura y contradictoria.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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