El 6 de agosto de 1945 relampagueó sobre la ciudad japonesa Hiroshima Little Boy, la bomba atómica que, según estimaciones conservadoras, mató a más de cien mil personas e inició un tema que marcó todo un periodo histórico: la era nuclear.
De forma análoga comienza Hiroshima, la crónica testimonial e histórica del periodista y escritor chino nacionalizado estadounidense, John Hersey (1914-1933). En esta ocasión, el autor cambia el tratamiento de las impersonales estadísticas de muertes, y en su lugar, narra seis testimonios contemporáneos de este trágico evento.
Un año después del bombardeo, John Hersey, quien fuera corresponsal de guerra y ganador del premio Pulitzer, en 1945, por su novela Abell for Adano, regresa a la ciudad destruida y entrevista a una veintena de personas de las cuales solo selecciona dos médicos, Masakasu Fuji y Terefumi Sasaki; el reverendo Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia; el padre Wilhelm Kleinsorge; la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre, y la señorita Toshiko Sasaki, empleada de una fábrica.
A través de estas historias personales, Hersey teje un retrato conmovedor de la condición humana en un contexto de devastación absoluta. Te sumerge en el epicentro de aquella mañana, en la que todo fue escombro, muerte y dolor. Bajo este enfoque, el lector es testigo directo de la resiliencia y de los intentos desesperados por sobrevivir en medio de una ciudad consumida por la explosión.
La historia es sustentada en orden cronológico. No hay nada casual en la construcción del relato. Con una prosa cuidadosamente redactada, el autor describe los momentos previos a la explosión, dejando una sensación de tragedia. Luego, a medida que avanza, te hace experimentar el horror de la onda expansiva, e inmediatamente después, la destrucción provocada.
Aunque en la obra no se emite juicios morales ni se señala directamente a los responsables, se palpa un enfoque humanista que acerca a la realidad de los horrores atómicos. El solo hecho de empatizar inmediatamente indica que es bastante probable que después de Hiroshima se haya generado un aumento de conciencia en cuanto al uso de energía nuclear.
Su narrativa impactó en la percepción sobre las consecuencias humanas de la energía nuclear. Antes de la publicación de Hiroshima por la revista estadounidense The New Yorker, el 31 de agosto de 1946, bajo el sello editorial de Alfred A Knopf, el debate sobre la bomba atómica se centró en las pérdidas materiales y la ética de su uso.
Después de Hiroshima el enfoque cambió al alejarse de la destrucción y, en su lugar, humanizar a los afectados, mostrando como en aquellos momentos todavía existió, entre ellos, la solidaridad y la compasión por el otro. Esa simple decisión es la que separa a Hiroshima del resto de los artículos de la época.
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En el año 2000, una encuesta mundial realizada en escuelas de periodismo destacó el libro como el mejor reportaje jamás escrito. Dicho reconocimiento subraya la influencia de la narrativa de Hersey. Además treinta y seis miembros del departamento de periodismo de la Universidad de Nueva York la eligieron como la mejor pieza periodística del pasado siglo.
Cuarenta años después, el escritor regresó a Japón y redactó un último capítulo para actualizar la vida de los sobrevivientes. Este resalta que incluso cuatro décadas después, las consecuencias mortales de la bomba arrojada en Hiroshima seguían afectando a su gente.
Las treinta mil palabras que ocupan esta historia instan a enfrentar la crueldad de la guerra, con la intención de que no se olviden los horrores vividos en Hiroshima. Pero, sobre todo, con la esperanza de que situaciones como las narradas en este libro nunca vuelvan a ocurrir.
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