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viernes, 29 de noviembre de 2024

Sueños, sombras, abismos, oficios…

Ese sueño del parrandero se parece mucho a los sueños de toda una humanidad...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 18/12/2022
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Pirotecnia Manuel Braojos Remedios
Pirotecnia Manuel Braojos. Remedios. (Tomadas del Museo de las Parrandas).

El artesano no es un autor menor, ni siquiera debe considerársele anónimo. En los grandes eventos -y las Parrandas son eso- los elementos expuestos esgrimen la huella de quien los concibió. No hay estilos parecidos. Desde diseñadores como Cumba Colón hasta el inmortal Roberto Prieto, estos seres han hecho de los festejos populares una exhibición del buen arte, del equilibrio y del excelente gusto. Casi siempre se trata de personas que ejercen otras carreras o trabajos y que en su rato libre se dedican a soñar con ese suceso de una vez al año, el que nos reúne a todos en torno a la plaza para contemplar las rarezas y asombros de la fiesta.

Las crónicas de época relatan que en el siglo XIX y a inicios del XX, los artesanos eran simples simpatizantes que improvisaban una pieza artística con pedazos de madera, de tela, con velas encendidas. Aunque, en el caso de los trabajos de plaza, se realizaban a manos de los carpinteros ebanistas de la villa cuyo excelente oficio se hacía notar. Estos elementos se exponían alrededor de la Iglesia Mayor y fueron creciendo en tamaño.

 

El nombre que resalta en la historia por aquellos años fue el de Celestino Fortún, quien tuvo a su cargo la autoría del trabajo de plaza El Girasol, una alegoría dedicada a Vincent Van Gogh. Se trató del primer elemento de las Parrandas con intermitencia de la luz eléctrica, lo cual se lograba a partir de un pequeño implemento que aún se conserva en el Museo de las Parrandas. Aquello causó gran sensación y se fue superando de año en año.

 

Nadie en Remedios ni en el mundo de las Parrandas desconoce el nombre de Guillermo Duyos. Tuve el honor de despedir su duelo, cuando trajeron sus cenizas a la ciudad, hace ya unos años. Fue un pedido de su hijo. Duyos era conocido como El Chino y desde inicios del siglo XX estuvo haciendo trabajos de plaza. Se puede decir de él que fue el maestro de la artesanía y de la invención. Tres grandes obras pesan en su haber: Tras el Kremlin Surgió un nuevo sol, El Arbolito y El salto del Hanabanilla. Cada una de estas piezas posee una historia que pudiera ser suficiente para varios libros.

 

Hechos en momentos claves del devenir nacional, esos trabajos de plaza hoy nos recuerdan que en Remedios transcurría también ese correlato de la historia grande, ese río silencioso que se narra desde las tradiciones y la inventiva popular. Duyos trabajó durante años como escenógrafo del ICRT, de hecho, fue fundador de dicha entidad y fungió como maestro de generaciones. Varias aventuras, dramas, novelas pasaron por sus manos. Pero siempre pensaba en Remedios, y hacía en la villa su mejor obra. A su deceso no ha sido lo suficiente recordado, quizás por el prejuicio que pesa sobre los artesanos, a quienes no se les da el mérito de artistas profesionales.

 

Por aquellos años lejanos de inicios del siglo XX creció y se hizo un joven el gran parrandero y remediano Esteban Granda. Su pasión por las fiestas y por el barrio El Carmen lo llevaron a realizar carrozas muy atrevidas, en las cuales se ponían en práctica descubrimientos y efectos especiales. Todo ello conllevaba el uso de maquinarias artesanales, por supuesto. Hay una carroza que sacó sobre la historia de Remedios que fue memorable. Desde meses antes, Granda iba de casa en casa a recitarles a los amigos la leyenda que había escrito para el día 24 de diciembre. Su pasión por ser locutor lo llevó a crear incluso una radio en el centro histórico, a través de cuyos reproductores de sonido leyó su crónica, mientras la carroza salía. Las campanas de la Iglesia sonaron, aunque el cura de allí por entonces era partidario de San Salvador. Era una pieza que narraba la gloria de Remedios y eso unía a todos los presentes. Granda estuvo vinculado a las Parrandas hasta su deceso, ya a una edad muy avanzada. Solía sentarse en los bancos de la plaza y recitar las rumbas de su barrio, así como los recuerdos de aquellos años. Junto a Granda, de esa generación, era Octavio Carrillo, un farolero de altos quilates, que hacía de su vivienda una escuela para los muchachos. Les enseñaba cómo trabajar el papel, el pegamento, las plantillas de cartón. El Viejito Carrillo, como le decían en el pueblo, era un ser risueño y jodedor, que siempre creyó en la invencibilidad de su barrio y que promovió la cultura y la creación del Museo de las Parrandas. Ya estas historias son antiguas, pero el pueblo las adora, incluso se interesa por darles realce, aunque no esté de moda el pasado.

 

En los más de 200 años de tradición, quizás ni haya un nombre más famoso que el de Roberto Prieto. Conocido más por su obra en Camajuaní, en la cual realizó grandes temas como Roma pagana, Espartaco y Los Dioses del Olimpo, este autor no solo era artesano, sino que formó una generación de seguidores, quienes aprendieron las maneras y las perfeccionaron. Prieto era un diseñador muy parco, dibujaba un escueto papel, en el cual ponía los elementos indispensables. Sin embargo, en su mente iba todo el fasto de la carroza. Como escritor que era, sus leyendas escritas para acompañar la salida de sus creaciones, eran obras de arte en sí mismas. De hecho, esas grabaciones se conservan como parte del patrimonio parrandero y ameritan estudios que están por llegar. En Remedios, Roberto Prieto hizo elementos casi perfectos, que se destacaron por sus terminaciones. Desde Venecia hasta los vuelos espaciales, pasando por la mitología griega, las calles de la villa conocieron de la grandeza de este hombre. En los años finales de su vida, ya se hablaba de un estilo de diseño y de artesanía que llevaba su sello, porque así son las fiestas, ponderan lo mejor y más alto de la cultura.

 

Hacer una obra en las Parrandas es duro, a veces hay incomprensiones. Más allá de que exista la oportunidad de diseñar, está la industria que lleva adelante el sueño. Por eso, los artesanos en los años de crisis económica no pueden poner todo lo alto que quisieran su esmero y su talento. Hay elementos que con el tiempo se han dejado de realizar, por ejemplo, los faroles, que van decreciendo. Esta figura de las Parrandas tenía un valor utilitario en el siglo XIX, cuando no había alumbrado público, pero ya con los años su uso era ornamental y se llegaba a competir en cuanto a inventiva y originalidad. Los maestros faroleros además han ido desapareciendo y las nuevas generaciones, urgidas de otros oficios, no aprenden ese arte. Pareciera que un alma muere cada vez que no vemos faroles en las calles remedianas.

 

Pero más allá de eso, otros oficios como el del sastre para las Parrandas también decrecen. Golpeados por fenómenos como la emigración o las crisis materiales, los jóvenes que antes se dedicaban a hacer el vestuario de las carrozas han abandonado su puesto. Hoy solo quedan apenas dos personas que consagran todo el año a este trabajo, contra viento y marea. Uno de ellos, el maestro Juan Carlos Morales, tiene en su haber los diseños más atrevidos y novedosos en las fiestas. En una de sus carrozas, que recreaba el pasaje de Moisés en el libro Éxodo de la Biblia, las olas del mar se transformaban en personajes. Esta innovación trascendió y le dio el triunfo en el barrio de El Carmen. Pero en su currículo están además temas como Alicia en el país de las maravillas, Turandot, Cascanueces, Sadko, La bayadera y otros que retratan escenas de la historia y de las obras universales del arte y la literatura. Los artesanos, de esta forma, son profesionales que divulgan la alta cultura, la hacen accesible y la recrean a partir de su filtro muy original, propio del ambiente de las Parrandas. Juan Carlos es uno de esos que desean que más jóvenes se incorporen a este oficio y cada año realiza esfuerzos para formarlos, para motivarlos.

 

¿Qué papel tiene el artesano en el sostén de esta tradición?, su persona hace que las transmisiones orales valgan la pena, ya que se llevan a la práctica. Él es el hacedor de los sueños y las aspiraciones del pueblo. Estos oficios llevan adelante el momento maravilloso en el cual la idea se concreta, está en la plaza, sale en medio de la noche o de la madrugada en forma de trabajo de plaza o de carroza.

 

Son muchos los que hacían este sueño posible. En los fuegos artificiales, todo comenzó con Manuel Braojos y sus hijos, que fundaron la primera pirotécnica en Remedios. Luego otros como Apolinar y Roberlando Valdés continuaron la obra. Aun se guardan los diseños de las piezas concebidas para las noches de jolgorio, muchas son narraciones que, a través de la luz, del movimiento y del color, contaban un tema de la historia, de la actualidad o simplemente recreaban simbologías. Si bien se siguen lanzando voladores, morteretas y palomas al aire, la creatividad en cuanto a los fuegos artificiales ha decrecido desde que se cerró la pirotécnica en Remedios, gesto arbitrario que limitó la tradición de generaciones y que debería reevaluarse. Los oficios son también prioridad si se quiere sostener una festividad que es Patrimonio de todos los seres humanos y uno de los motivos de alegría de Cuba.

 

Los oficios no solo son el alma, sino que con su crisis nos va un pedacito de la existencia. Rescatarlos no solo sería un acto de justicia, sino un fruto del amor a una espiritualidad y un legado. No solo se trata de los nombres de los artesanos y de sus obras, sino de que perviva el fenómeno en el cual se desenvolvieron y alcanzaron la gloria. Obrar en medio de la sombra, del descreimiento, del escepticismo y aun así ver el resultado en medio de la noche como una revelación. Ese sueño del parrandero se parece mucho a los sueños de toda una humanidad.

 

Aquella vez que despedí el duelo del Chino Duyos, sentí tristeza por su desaparición física, pero a la vez el gozo de saber que allí estaba un fragmento de la gloria verdadera, esa que se va silenciosamente. De regreso a casa, las imágenes de su inmortal obra El Arbolito me perseguían en la mente. El arte es misterioso y omnipresente, obrador y siempre curativo. Al final, ese oficio nos supera a todos e indica cómo debemos vivir en honradez y belleza. Nada, ni la sombra podrá detener esos instantes, ni siquiera el abismo que intentó devorar a Duyos aquel día.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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