//

martes, 1 de julio de 2025

Un grito por encima de los tejados rojos de Remedios

La ciudad palpita de historia y vida…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 24/06/2025
0 comentarios
Un grito por encima de los tejados rojos de Remedios
Un grito por encima de los tejados rojos de Remedios

Cada año que pasa voy a una ciudad que, siendo la misma, presenta rasgos diferentes. Como las villas de los cuentos fantásticos, persisten detalles que son uniformes, pero a la vez se van produciendo variaciones como si de una pieza musical se tratase. Solo que, en el caso que nos ocupa, San Juan de los Remedios transcurre en el tiempo y traspasa todos los límites que le intentan imponer las condiciones materiales y humanas. Uno se identifica con algún detalle de la arquitectura o de la forma de pensar de las personas, de hecho, en mi caso nada hay más revelador que la torre de la Iglesia que pervive por encima de los siglos y de los tejados. Es como un grito.

Remedios encarna, en sus piezas más absolutas, a ese ser misterioso que posee una personalidad múltiple, especie de homúnculo colectivo que no desea otra cosa que la trascendencia por inhumana que parezca. Y es que, más allá de la historia y sus derivaciones, está la vida cotidiana que se siente cuando se nace entre las callejas enrevesadas y los pregones, entre el pasado ampuloso de la vieja sociedad y el presente lleno de gracejo popular, de cultura y de personajes variopintos. Solo en Remedios usted va a ver que un sujeto típico de las calles, un recitador o un decidor de disparates, posee la misma posición que un doctor o un intelectual. Aquí las jerarquías quedan elididas y existen mecanismos de nivelación como las parrandas en los cuales todos hallan su felicidad. A la villa se va a vivir sus riquezas espirituales y a dejar de lado las diferencias humanas, los dolores y otras nimiedades del momento.

Creo que, más que un sitio geográfico, se trata de un posicionamiento del alma, de un estado de ánimo y de un texto que se va reescribiendo una y otra vez por múltiples autores incluso anónimos. Esa es una de las ganancias de la ciudad, que en ocasiones es villa y otras tantas veces no llega a la categoría de poblado. En la existencia plural, en ocasiones caótica, Remedios despierta cada pasión y posee la capacidad de nunca quedarse apagada, de reinventarse y de darse a sí misma un destino.

 

Toda la multiplicidad, no obstante, se detiene cuando el grito traspasa los estadios existenciales y establece una especie de orden. Ente los tejados rojos y marcados por las batallas de los barrios rivales, resurge con persistencia la torre de la Iglesia. En su estilo se hallan los tres órdenes universales de la cultura clásica y en su interior hay la mezcla de estilos, de lenguajes y de signos más rica que se conozca. Desde unos olvidados enterramientos en forma de catacumbas hasta una virgen embarazada, desde los santos patronos hasta una imagen de María que posee un arraigo local poderoso. Y en todos esos episodios prevalece, siempre, la vocación de la ciudad por una permanencia ciega, terca, más allá de las amenazas y de los fracasos.

 

Varias veces me han dicho que Remedios sigue teniendo fama de sitio endemoniado, que en ocasiones sus habitantes muestran una actitud impredecible y que ello impacta en las dinámicas de convivencia. Pero pienso que, incluso si eso fuera cierto, se debería al encanto de prevalecer tantas veces y de irnos por encima de las circunstancias adversas ya sea en lo natural, lo histórico o lo social. La villa, simplemente, es una inmensa mezcla de valor, de legado y de seres que llevan lo sobrenatural hasta los extremos y que dan de sí mismos mucho más de lo habitual. No hay un solo remediano que no esté dispuesto a hacer lo que sea porque su sitio natal brille y en ese caso la lista de ilustres no solo es inmensa, sino que va de un extremo a otro de la sociedad, con seres de diversos pensamientos y praxis. En la contraposición, en lo rico de lo contradictorio, Remedios nos evidencia su añeja existencia y cómo de tal manera ha podido engendrar tantos hijos agradecidos.

 

Allí se escucha a Caturla y se baila con las rumbas de los solares, se hacen carrozas sobre los temas más cultos y se lleva con orgullo la polka de los barrios parranderos. Quizás la imagen más entrañable sea la de cualquier remediano común que va en su bicicleta interpretando con un silbido las melodías de El Carmen y San Salvador. Ese momento cotidiano, cargado de simbolismo, se nos hace habitual cuando vamos a las callejas e intercambiamos. También, la cantidad de personas que todo el año se la pasan hablando de las parrandas que vienen y de las muchas iniciativas. En todo ello va la vida de un lugar que irradia cultura y que ha sido como el punto de partida de muchas identidades y de una estela de pensamiento.

 

Cada tarde, cuando tengo la oportunidad, me gusta pasearme por los alrededores de la ciudad, ir a las calles más alejadas del centro, mirar desde lejos las torres de las dos iglesias, determinar el punto exacto en el cual comienza a surgir cada barrio e imaginarme cómo fue la vida de antaño. El sol baña las fachadas coloniales y el silencio se ensancha sobre toda la trama urbana. En las grandes ciudades no se duerme, pero en Remedios pareciera que estamos siempre en un estadio intermedio. No hemos acabado de soñar cuando sentimos que estamos despiertos. En la contradicción, en la lucha de saberes y de misterios, están las claves de una ciudad que, si bien ha llegado más allá de sus fronteras, sigue creciendo hacia adentro. El grito de la torre, ese ser sobrenatural, interrumpe mis divagaciones y me regresa a este tiempo.

 

Hacer una columna solo porque es un aniversario más de Remedios quizás no es todo lo justo que merece un tema como este. De los sitios que son como microcosmos habría que escribir todo el año y con las pasiones más honestas.

 

 


Compartir

Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


Deja tu comentario

Condición de protección de datos