Para nadie es un secreto a estas alturas de la conversación que la desigualdad de género se ha cimentado en todos los espacios e industrias y que la música no es la excepción, por el contrario, es una de esas industrias en la que más se evidencia la falta de participación (no por falta de ganas, talento o voluntad) y visibilidad de las mujeres y personas trans y no binarias, así como de espacios seguros para ellas.
Los trabajos de cuidado no remunerados, los roles de género, la crianza exclusivamente adjudicada a las madres, el machismo, los acosos, abusos y violencias naturalizadas siguen profundizando las brechas de género en conciertos, escenarios y festivales (en los escenarios y tras escena) y alejando a muchas de sus sueños.
Existe también una desconfianza histórica de la mirada ajena sobre nosotras en la industria que refuerza estereotipos y que debe revisarse no solo desde afuera sino desde adentro, desde la idea sembrada de no ser suficientes que echó raíces y devino, además de las barreras y prejuicios, en el síndrome de la impostora que evita que muchas confíen en su trabajo, en su proyecto, en su talento.
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Países como Argentina y Chile han avanzado ya en leyes de de cuotas para exigir mínimos que garanticen la paridad y presencia de mujeres y personas trans en los festivales, como acción afirmativa. Y aunque las cuotas no son suficientes y a la mayoría de países aún nos falta para llegar a ese mínimo, el patriarcado de la industria de la música se está agrietando desde otros lugares, desde las voces que se alzan inconformes y reclaman, y denuncian, y se juntan con otras y colectivizan sus preocupaciones, sus necesidades y no esperan a que otros las atiendan, y crean, crean juntas sus proyectos, sus apuestas, espacios seguros para ellas y para las demás.
Algunos ejemplos recientes y cercanos en Colombia de mujeres que se juntan y colectivizan en resistencia y amistad son Las Mijas, el dúo compuesto por Briela Ojeda y la Muchacha Isabel, El Avispero, que conforman ellas dos, junto a Delfina Dib, Lalo Cortés y Lianna, o la agrupación Flor de Lava, integrada por Brina Quoya, María McCausland, Natalia Medina, Paula Van Hissenhoven, Pilar Cabrera y Sabi Satizábal, que además hicieron su propio festival, el Festival de Fuego -que llega en octubre a su tercera edición- para visibilizar a otras mujeres en la industria.
Y es que, ante la normalización de carteles sin mujeres entre sus headliners, mujeres como Flor de Lava con su Festival de Fuego, como las creadoras del Venus Fest en Pasto y como las integrantes de la productora Bellakas y la casa lesbofeminista Libres y Visibles, que realizaron el pasado 30 de abril la primera edición del festival Quemarlo Todo, están creando sus propios espacios y festivales, desde la autogestión, la colectividad, la amistad y las alianzas entre mujeres.
No son Páramo ni Ocesa pero crean y lideran espacios más seguros y justos para todas y, sobre todo, cambian las dinámicas o demuestran que es posible hacerlo. Quizás Páramo, Ocesa y demás grandes productoras deberían asesorarse con ellas o contratarlas para crear protocolos que garanticen espacios seguros y libres de violencias para las mujeres, personas trans y no binarias en sus festivales y conciertos. Es invitación.
Lo cierto es que las mujeres no somos minoría ni menos capaces ni talentosas, hemos sido excluidas y reducidas a otros espacios y en consecuencia, nos vemos menos ahí, donde los hombres siempre han brillado. Por eso la visibilidad en los festivales y en los carteles importa y cierra el círculo de acceso, llegada y representación. Y también porque el derecho a la cultura libre de sexismo debe garantizarse en todos los espacios, incluidos los espacios y eventos musicales.
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Entonces esta música hecha por mujeres y estos espacios seguros creados por y para mujeres y disidencias sexogenéricas es música en resistencia y es también una forma de lucha contra el patriarcado. Y entre tanta denuncia, que sigue siendo necesaria pero nos desgasta, es reconfortante ver a todos esos parches de músicas talentosas unirse y sumar fuerzas para abrazarse, levantarse, sostenerse, contenerse, protegerse, inspirarse e inspirar a otras a hacerlo, mientras van fisurando el patriarcado, una canción, un concierto, un festival a la vez y por esas fisuras, pasarán muchas más hasta que se caiga, porque se va a caer.
Feminista colombiana, autora del libro “Que el privilegio no te nuble la empatía” (Planeta, 2020) y cofundadora de la colectiva Las Viejas Verdes. Ita María es Economista de la Universidad Icesi (Cali, Colombia) y tiene un MBA de Esdén Business School.
Desde 2007 ha ocupado cargos directivos en importantes compañías de la industria de moda y tendencias como experta en marketing y estrategia (INVISTA, 2007-2012), análisis de tendencias y comportamiento de consumidor (WGSN, 2013-2017) y más recientemente incursiona en la industria de los medios independientes y alternativos (VICE, 2019-2020).
Cuenta con más de una década de experiencia en generación de contenidos, nuevas narrativas, construcción de comunidades virtuales y comunicación digital y ha sido tallerista y conferencista de mercadeo, redes sociales y tendencias en América Latina.
Actualmente se encuentra dedicada a apoyar y asesorar en estrategia de comunicaciones a organizaciones con enfoque feminista y de derechos humanos.
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