jueves, 19 de septiembre de 2024

Medio Ambiente: Egoísmos y desastres

Canadá se sumó a quienes denuestan los endebles mecanismos globales de defensa del medio ambiente ...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 25/12/2012
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Caricatura: Protocolo de Kyoto
Caricatura: Protocolo de Kyoto

Ciertamente, suena ridículo escuchar en boca de ciertos personajes y medios informativos sobre la “madurez, inteligencia, personalidad y sagacidad” que caracteriza al titulado Primer Mundo.

Todo, porque se trata de un conglomerado de ricos, concentradores netos de riquezas, consumidores de alto vuelo y con apariencia de infalibles, intocables e inalcanzables.

Pero lo cierto es que resultan tan desmedidos el afán de lucro y el desprecio por los demás, que sus “privilegiados” sentidos se tupen hasta el punto de considerarse inmunes a las desgracias que ellos mismos impulsan …como si vivieran en una ajena galaxia.

Y es el caso de la loca degradación medioambiental que enfrenta la humanidad, justo a cuenta de las economías derrochadoras, insanas y contaminantes de los hasta ahora “líderes” del planeta, negados por demás a hacer efectiva toda tratativa que recorte, aunque sea en guarismos mínimos, la hecatombe de fenómenos impuestos a la naturaleza como el cambio climático derivado de la emisión salvaje de gases de efecto invernadero.

De hecho, vale recordarlo siempre, desde la década de los setenta del pasado siglo los científicos decretaron la incapacidad de la naturaleza para reciclar por si misma los volúmenes de agentes contaminantes que ya desde entonces vertían a manos llenas las grandes economías capitalistas.

Luego, en los noventa, y en la titulada Cumbre de la Tierra realizada en Brasil, surgió con fuerza el reclamo de imponer cuotas a las emisiones de gases de efecto invernadero, capaces de elevar en poco tiempo la temperatura del planeta a rangos inaceptables para las formas de vida conocidas.

Para 1977, en la ciudad japonesa de Kyoto, y tras largas y tortuosas negociaciones, hubo consenso universal sobre la urgencia de reducir en términos controlados esas emanaciones de carácter tan nocivo y peligroso.

Solo que, ni en Río de Janeiro ni en la cita nipona, los Estados Unidos asumieron compromiso alguno, aún cuando, según fuentes especializadas, “con apenas el cuatro por ciento de la población mundial, esa potencia consume alrededor de un cuarto de la energía fósil global y es el mayor emisor de gases contaminantes del orbe”. Curiosamente, el clan Bush (George, el padre, y George W., el hijo) tuvo mucho que ver con esas reiteradas negativas.

A semejante mal ejemplo se suman las reticencias nunca ocultas de otras economías imperiales, que a estas alturas han llevado a la casi liquidación de los acuerdos suscritos en Kyoto.

Para colmo de males, al parecer comienzan otros desgajamientos que agravan la inestabilidad que ya rodea este sensible asunto, y es el hecho de la reciente decisión del gobierno conservador de Canadá de desligarse definitivamente del mencionado Protocolo, inaugurando lo que podría ser una cadena de disidencia entre los ricos.

La actual emisión canadiense de gases de efecto invernadero supera en veintitrés por ciento el índice sugerido por el documento de Kyoto para ese país norteamericano, y ya desde 2006 el primer ministro local, Stephen Harper, había expresado, su “falta de interés en cumplir con el Protocolo, para no afectar el desarrollo de los yacimientos petrolíferos de la provincia de Alberta”.

Por demás, el titular canadiense del Medio Ambiente, Peter Kent, justificó la decisión oficial con el pretexto de que “Kyoto no funciona” y que, “de permanecer en él, Canadá corre el riesgo de tener que pagar miles de millones de dólares en concepto de sanciones por incumplimiento de sus compromisos”.

En el fondo, aducen otras fuentes, se trata simplemente de que la actual administración de Ottawa prefiere andar al lado de Washington, al que considera su “especial aliado”, y proteger los manejos y ganancias de los grandes intereses económicos por encima de otras consideraciones, incluida la integridad del medio ambiente.

Al fin y al cabo, los “sesudos e inteligentes” del Norte industrial parecen creídos de que, a la hora de la hecatombe, sus palacetes, sus climatizadas oficinas, y sus raudos y lujosos autos, serán capaces de protegerles de las dislocadas temperaturas, la elevación violenta del nivel de los mares, los destructivos huracanes, o la acción fatal de los rayos ultravioletas.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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