La renovada marcha al Este

Quien no quiera verlo, o es ingenuo o simplemente vive en las nubes.

Y es que a cerca de un decenio y medio de la desaparición de la Unión Soviética, los intereses hegemonistas de Washington (con el boyuno asentimiento de sus restantes socios de la OTAN), destinados a evitar el surgimiento de potencias análogas que socaven sus ínfulas imperiales, vuelve a colocar al mundo en situaciones tan inflamables como en los tiempos de la llamada “guerra fría” y del “riesgo inminente de destrucción nuclear”.

Experiencia que las más nuevas generaciones conocen si acaso de oídas, pero que los más veteranos no han podido espantar definitivamente de sus existencias a cuenta de que la caída del titulado “reino del mal” no implicó para nada una convivencia internacional ordenada y lógica.

En consecuencia, la espiral de peligros sigue su curso ascendente. Ahora mismo se anuncia que el grupo político del sinuoso primer ministro ucraniano, Arseni Yatseniuk, promueve —en un parlamento nacional plagado de derechistas y fascistas— la eliminación en la Carta Magna del acápite incluido en 2010 acerca de la no incorporación de Ucrania a ningún bloque militar, sea occidental u oriental.

Ese paso, según las provocadoras declaraciones del torvo jefe de gobierno, permitirá a Kiev abrir las puertas a una asimilación plena del país por la Organización del Tratado del Atlántico Norte, de manera de colocar las fuerzas militares de ese belicoso pacto ante las mismísimas fronteras rusas.

Desde luego, no se trata de una iniciativa propia de Yatseniuk, sino de la fórmula y el compromiso establecidos de antemano entre la ultraderecha ucraniana, la Casa Blanca y el resto de la OTAN, en el terco y demente intento de hostilizar al Kremlin.

Lo decía el presidente ruso en el informe anual que hace apenas horas presentó ante las diferentes fuerzas y entidades políticas y oficiales del país.

Si Washington no hubiese podido subvertir a Ucrania para intentar convertirla en punta de lanza contra Rusia —precisó Putin— hubiese provocado otro conflicto con iguales miras, porque su objetivo es dañar y destruir al gigante euroasiático y su creciente poderío.

Es también en ese contexto que Occidente y su agresivo líder promueven los sucesivos paquetes de sanciones económicas a Rusia, que a juicio del jefe del Kremlin, si bien causan daño al país, no tienen porque convertirse en una muralla infranqueable, porque el coloso geográfico cuenta con todas las potencialidades para revertir cualquier carencia impuesta desde el exterior.

Se trata de un empeño defensivo que ha comenzado a dar sus primeros pasos con la intensificación de los estratégicos lazos rusos con China y con el resto del Lejano Oriente, América Latina, y otras partes del mundo, como fórmula de reducir sus dependencias con relación al Este imperial.

Una batalla que ya anunció una apertura fiscal, sin mayores barreras y por única vez, para el retorno o la entrada de capitales a la nación, así como fuertes medidas restrictivas contra aquellos que internamente lucran con la fuga de capitales y la manipulación especulativa del valor del rublo.

Elementos que, ciertamente, llegarían para fortalecer la solvencia y pujanza nacionales en un marco en que todavía existen importantes batallas que dar contra fuertes y controvertidos intereses privados, dependencia tecnológica y no diversificación de la economía interna, a pesar de los grandes avances registrados con relación al reino del caos impuesto por el etílico gobierno de Boris Yeltsin, el ladino político bajo cuyo malsano influjo dejó de existir oficialmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991.

Unión que sigue siendo, aún después de sepultada, la gran pesadilla para los círculos hegemonistas de los Estados Unidos, en el entendido de que, aún sin proclamar las banderas del socialismo y el marxismo leninismo, una Rusia poderosa, independiente, orgullosa de su historia y promotora de un universo internacional inclusivo, democrático y equilibrado, resulta un adversario que no puede ser permitido.

De ahí la acertada evaluación de Vladímir Putin sobre la real estrategia de Washington y sus aliados, y la puesta en ejercicio de decisiones que, en la misma medida que intentan proteger de inmediato al país y su multifacética integridad, lo sigan relanzado como otra de las alternativas contra el mundo maniatado y servil que se nos quiere imponer como neto formulario absolutista.