miércoles, 25 de septiembre de 2024

Más que cese del fuego

Lo logrado en Minks comienza a indicar un giro positivo al controvertido tema ucraniano...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 24/02/2015
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Los acuerdos para un cese de los combates en el Este de Ucrania, negociados recientemente en la capital bielorrusa, y que van logrando establecer un clima más estable en esa conflictiva zona, han sido valorados por observadores como un paso de avance que podría tener importantes repercusiones dentro y fuera de las divisorias de ese nación.

En efecto, y aún cuando todo indica que un arreglo definitivo es todavía asunto de tiempo, lo cierto es que de alguna forma las hostilidades se han reducido sensiblemente, se comienza a materializar el anunciado intercambio de prisioneros, y el lenguaje diplomático se va imponiendo al ruido de las armas.

Y, desde, luego, no ha sido precisamente un gesto de buena voluntad el que ha llevado a los golpistas de Kiev a admitir la cumbre realizada en Minks en días pasados entre Rusia, Alemania, Francia y Ucrania, reedición de las primeras conversaciones saboteadas casi al unísono por el régimen de Piort Poroshenko y sus socios en Washington y el resto de Occidente mediante la criminal persistencia en la intensificación de la guerra.

En consecuencia, no es erróneo advertir que, si  luego de renovada y brutal ofensiva bélica contra los rebeldes del Este y el virtual fracaso de la primera ronda de Minks, tanto Kiev como sus padrinos extranjeros debieron optar por segundas conversaciones, ello se debe esencialmente a la enconada resistencia de los milicianos del Este ucraniano y a la firmeza y la pulida diplomacia ejercida por el Kremlin con relación al sangriento conflicto.

De hecho, las milicias federalistas no solo han consolidado su control  sobre Donekst  y Luganks, sino que en medio de las negociaciones lograron hacerse del estratégico nudo de comunicaciones terrestres de Debaltsevo, ubicado a medio camino entre ambos bastiones rebeldes.

De manera que el empantanamiento militar ucraniano al oriente, el fracaso de la forzosa campaña de reclutamiento masivo puesta en marcha por el gobierno de Poroshenko, y el desánimo y las deserciones constantes en la línea del frente, sin dudas han pesado en el hecho de colocar el diálogo en lugar preferente por quienes siempre demostraron su clara opción por la fuerza.

Del otro lado, en un esfuerzo por recolocar públicamente a los demócratas en la inminente lucha por la presidencia (luego de perder el Congreso a manos de los Republicanos), la Casa Blanca ha debido anunciar su intención de privilegiar la diplomacia por sobre las opciones bélicas en la arena global, lo que influyó en su decisión de “masticar” los resultados de Minks, no sin advertir que sigue considerando “enviar armas letales a Kiev” como indispensable “tranquilizante” destinado a los sectores ultra conservadores locales, que claman por aplicar mano dura sobre la frontera occidental rusa.

A ello se suma una Europa que –a pesar de su obsecuencia total con relación a Washington- ve con  enorme y creciente preocupación los peligros que comporta la prolongación de una guerra que se suponía rápida y radical en sus “logros”, amén de los prejuicios adicionales que a una Zona Euro desvastada por la crisis económica vienen imponiendo las progresivas sanciones contra Moscú, un vital socio energético y comercial del oeste.

Por último, factores claves e insoslayables en el giro que hoy asume la trama ucraniana lo son, sin dudas, la firmeza demostrada por el Kremlin ante el brutal conjunto de presiones de que ha sido objeto desde el inicio de la crisis, así como su sereno e inteligente  ejercicio de una diplomacia coherente, recta y eficaz, donde la intención de lograr un diálogo constructivo no ha mermado en un ápice las acciones practicas para evitar el genocidio en el Este ucraniano, ni el retrotraerse en asuntos medulares como la reincorporación de Crimea al Estado federal ruso por masiva voluntad de los ciudadanos de esa región del Mar Negro.

Un accionar que –dicho sea de paso- no puede ser asumido como un burdo ejercicio “geopolítico”, tal como lo pretenden algunos reduccionistas que gustan pintar como neto “conflicto entre potencias” lo que viene aconteciendo en el oriente europeo.

Y es que Moscú nunca inició las hostilidades con Ucrania, aún cuando en esa estratégica república ex soviética (siempre bajo la mira hegemonista) ocurrieron cuatro golpes de estado en los últimos veinte años (incluida la titulada Revolución Naranja de 2004), hasta desembocar en las acciones neofascistas del 22 de febrero del pasado año, donde solo en Kiev llegaron a actuar cinco mil mercenarios derechistas entrenados y pagados por Washington y sus aliados europeos de manera de extender las divisoria imperial hasta las propias puertas de Rusia.

En todo caso, Moscú no ha hecho otra cosa que responder y defenderse ante una evidente y anunciada política de cerco que intenta –a tono con los halcones norteamericanos- evitar a toda costa y a cualquier costo la reestructuración o surgimiento de nuevas potencias globales, proyectadas en el torcido imaginario derechista como “brutales y expansionistas” por antonomasia.

En consecuencia, a estas alturas los todavía incipientes resultados de lo que ya podría denominarse “Minks Dos”, pueden catalogarse como logros esenciales de  la solidez práctica y la capacidad política del Kremlin y de quienes en el Este  ucraniano no aceptan ser masacrados ni marginados impunemente en su propio e histórico hogar.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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