Paisaje de una mala batalla

Los “pacíficos” manifestantes ucranianos tuvieron este martes 18 de febrero una intensa jornada. Individuos enmascarados, con la cabeza protegida con cascos y portando diversos utensilios agresivos, ingresaron por la fuerza en la sede del oficial Partido de las Regiones, donde una vez derribada la puerta del local, procedieron a incendiarlo tras destruir los documentos que se encontraban en parte de las oficinas.

A renglón seguido, se corrió la voz de que el gobierno había dado orden a la policía de portar fuego real en sus armas, y no dispositivos de goma como hasta el momento. No parece un acto irresponsable o accidental, sino muy bien urdido. Se deduce a partir de hechos específicos, como que entre los muertos reportados hubiera al menos una decena de policías con heridas de bala y un número impreciso con lesiones diversas de similar procedencia.

La cancillería rusa emitió un comunicado afirmando que la intensificación del conflicto era “resultado directo de la complicidad de políticos occidentales y estructuras europeas que cerraron sus ojos (...) a las agresivas acciones de fuerzas radicales”.

Como sostén de la afirmación se había conocido ya en horas de la mañana que uno de los grupos más violentos, el neofascista Svoboda, emitió un llamado de Oleh Tyahnybok, su principal dirigente, para que quienes tuvieran armas, acudieran a las calles cercanas al parlamento, donde debía efectuarse la sesión sobre los posibles cambios constitucionales, según acuerdo con los opositores.

Dentro de las posibilidades para la arremetida se encuentran varias interpretaciones. Una anima a creer que la ruptura del impasse creado a partir de que el gobierno dejara en libertad a los encarcelados en días anteriores, junto al desalojo de quienes ocupaban varias instalaciones oficiales, se debe a decisiones muy personales de capitanes como Tyahnybok, quien no fue invitado a participar en el encuentro sostenido con Ángela Merkel quien recibió, muy animosa, a los líderes de Batkivschina, Arseni Yatseniuk, y de UDAR, Vitali Klitschkó.

La canciller germana dijo tener los mismos objetivos que Estados Unidos en el caso ucraniano, pese a la despectiva y vejatoria expresión de la viceministra norteamericana para temas europeos, Victoria Nuland, cuando comentó que Washington se haría cargo del asunto ucraniano usando a la ONU como parachoques y que la UE se joda, según sus palabras grabadas y difundidas.

Ante los hechos de la víspera, el ministro de Exteriores de Ucrania hizo una urgente convocatoria a gobiernos extranjeros y organizaciones internacionales para que “valoren objetivamente el desarrollo de la situación (…)” y emitan “una condena enérgica sobre los ilegales actos de los radicales”.

El mismo texto alude a que se dicen manifestantes pacíficos, pero “atacan edificios, queman apartamentos, agreden a los agentes del orden, usan armas de fuego e instan a otros ciudadanos a sumarse a la violencia”.

El pasado año, en las primeras semanas de las protestas, apenas conocerse que Víctor Yanukovich postergaba de momento la firma de un acuerdo comercial con la UE, algunos corresponsales extranjeros, pese a no sentir simpatías por el presidente ucranio, dijeron que el propósito de las protestas era derrocar al jefe de estado y no tanto el deseo de acercarse a la Unión Europea. Pero enarbolaron ese pretexto mientras escalaba la violencia, y los grandes medios magnifican derechos, aspiraciones y justificantes de quienes entronizaron el desorden, pero apenas se refieren a la importante cantidad de ciudadanos que, incluso inconformes con la situación nacional, prefieren otros objetivos y métodos de procurarlos.

Si los histriones del último alboroto lo que desean es el retorno a la Constitución del 2004 (más poder al legislativo y menos para la presidencia), ¿por qué impidieron el normal curso del debate en la Rada que debió ser suspendida ante la provocación y la anarquía?

Hasta ahora, la administración Yanukovich ha cedido: dimitió el primer ministro Mikola Azárov, se derogaron las resoluciones contra las manifestaciones públicas y fue aprobada una amnistía para todos los participantes en los desórdenes. Con asombroso estoicismo, además, el gobierno permitió las idas y venidas de políticos extranjeros, que se sucedieron estimulando las tensiones

—Ellos querían promover una serie de demandas, que las autoridades se negarían a cumplir, después de lo cual se podría derribar tranquilamente al poder como tiránico, corrupto, etc. En tal situación, la oposición necesita simplemente el poder, no importa en qué república: presidencial-parlamentaria o parlamentaria-presidencial. Todas estas cuestiones debían resolverse en referéndum. Pero esta consulta mostraría la división en la sociedad ucraniana. Y en caso de que esto se demuestre, entonces se planteará la cuestión de la federalización del país. (Bogdán Bespalko, del Centro de Estudios Ucranianos y Bielorrusos de la Universidad Lomonósov)

La prolongada irregularidad reseñada perjudica al país. La economía ucraniana sigue cuesta abajo. Algunas calificadoras de riesgo le vaticinan un colapso total. No se ha producido gracias al apoyo financiero de Rusia que acaba de trasladarle a Ucrania 2 000 millones de euros, la segunda entrega de los 15 000 pactados, para aliviar la comprometida situación existente.

Según esperan los opositores, la UE le ayudará más y mejor, pero el pacto comunitario tiene dificultades financieras con Grecia, Portugal, España, una incierta Italia y una Francia con agujeros. Luego es un socorro en veremos.

Para EE.UU. y la propia UE, Ucrania es, ante y sobre todo, un mercado donde ubicar sus producciones excedentarias o incluso material de primera, pero destinado a sustituir la tecnología de las actuales industrias nacionales que de ese modo quebrarían. Le conviene a algunos, pero no a todos los magnates ucranianos. Menos aún a la población.

Como expresara el portavoz de la Cancillería rusa, Alexánder Lukashévich, la Casa Blanca, “con la tapadera de los llamamientos a no dificultar la libre opción del pueblo de Ucrania, en realidad pretende imponer el vector occidental de desarrollo (…) como el único correcto, dictando a las autoridades del país soberano qué debe hacer y cómo hacerlo”.

Así es. En Washington llegan al colmo de exigir que las autoridades de Kíev no realicen investigaciones sobre los protagonistas de la peor incitación o los más bárbaros actos y, encima, ordenan que se conforme un nuevo gobierno, como si les asistiera algún arbitrio para dictaminar qué hace o no otro país, mientras ellos son incapaces de cumplir con cuanto exigen a los demás.

Al término de los enfrentamientos, Yanukovich hizo un llamamiento a los opositores para decantarse de los violentos y poder llegar a algún tipo de acuerdo. En tanto, a la Unión Europea no se le ocurrió nada más inteligente que proponer sanciones que pueden alimentar el caos en lugar de frenarlo.

Este proceso, lamentablemente, todavía dará motivos, casi seguro tristes, que tratar.