Luego habrá que oírles hablar de “ejes del mal”, “peligros internacionales”, y hasta “atentado a la estabilidad global”, como si el derecho a la defensa resultase un crimen y las prácticas agresivas pura alegoría.
Pero lo realmente cierto es que al ritmo de los grupos más reaccionarios norteamericanos, voz cantante dentro del titulado “mundo occidental”, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, no ha cesado de expandirse al Este, sobre las mismísimas fronteras de Rusia, mientras el Pentágono se empeña en construir un sistema antimisiles alrededor del gigante euroasiático de manera de poder propinarle un primer golpe atómico anulando toda capacidad de respuesta.
En pocas palabras, se trata de hacer trizas el díscolo concepto de “equilibrio” que en materia de armamento nuclear supone disminuir los riesgos de conflicto bilateral a partir del cierto peligro de destrucción mutua.
Desde luego, si se toma en cuenta que la Rusia de hoy ya no es la de la loca avalancha oportunista y antipatriótica que surgió luego del derrumbe de la Unión Soviética, y que las autoridades del Kremlin no renuncian a que la heredera de la URSS milite por derecho y recursos propios, y de forma independiente, entre las naciones más poderosas del orbe, entonces no es de extrañar, ni la violenta ojeriza hegemonista contra el gigante euroasiático, ni una tajante respuesta defensiva del candidato preferente a víctima.
Y como después de los sucesos de Ucrania se hace aún más evidente que Rusia es un blanco esencial para el orden imperial, Moscú acaba de modificar su doctrina militar y ya no solo asume una respuesta nuclear ante un ataque atómico enemigo, sino que admite esa variante extrema frete a una agresión con armas convencionales que ponga en riesgo su seguridad e integridad.
El país euroasiático no ha cesado de reorganizar y modernizar sus fuer-zas armadas y colocarlas a la altura de las actuales circunstancias, y en materia de poderío naval se apresta a desplegar sus buques de guerra en "seis vertientes regionales que de hecho abarcan todo el planeta y los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, el Mar Caspio, el Ártico y la Antártida.
Según Dimitri Rogozin, viceprimer ministro a cargo de la industria militar, hay un énfasis especial en el reforzamiento de la presencia naval del Kremlin en el Atlántico, especialmente el Mar Mediterráneo y en el Ártico, debido al acercamiento de la OTAN a las fronteras rusas en el primer caso, y al reclamo de Moscú de sus derechos sobre los recursos natu-rales de los gélidos espacios marítimos del Norte, en el segundo. Además, Rusia trabajará intensamente en restablecer sus posiciones estratégicas en el Mar Negro, con más razón luego del retorno de Crimea al territorio nacional.
Justo engarzada en esta estrategia se ubica la muy reciente reclamación del Kremlin a la ONU para que de una vez se adopte su demanda de soberanía sobre la plataforma continental ártica, especialmente en el área de la cordillera submarina Lomonósov, que se levanta unos tres mil setecientos metros desde el fondo oceánico, y que según fuentes occidentales podría contener la cuarta parte de las actuales reservas mundiales de hidrocarburos.
Desde hace un tiempo Rusia ha intentado el reconocimiento internacional a sus prerrogativas sobre ese espacio que abarca 1,2 millones de kilómetros cuadrados y se extiende hasta más de 350 millas desde sus costas. Vale recordar que las leyes internacionales establecen que la zona económica marítima de un país puede superar el límite de 200 millas vigente como norma, si la plataforma continental supera esos límites.
En consecuencia, no hablamos ni más ni más ni menos que de las tem-pestades que van despertando los malsanos vientos originados por la insistencia de una doctrina global imperialista de corte netamente absolutista, inmovilista, agresiva y ambiciosa en extremo.
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