El 31 de diciembre es un día de alegría y de unidad del pueblo de Río de Janeiro, la llamada Ciudad Maravillosa de Brasil, en el que por unas horas, sin distinción de clases, credos, ideología, sexo y raza, más de dos millones de personas vestidas absolutamente de blanco se reúnen en torno a la orla marina de Copacabana para rendir homenaje a Yemayá, la reina de las aguas, y esperar el advenimiento del nuevo año en medio del samba, los fuegos artificiales y la esperanza.
Este día último del 2012 desde las primeras horas de la mañana, como una gran ola que crece y crece, van llegando las personas a dejarle a Yemayá, en amorosas ceremonias, múltiples ofrendas en las azules aguas marinas. Desde un bebé alzado en brazos frente al mar, -que se le entrega para que lo proteja- hasta barquitos repletos unos de flores, otros de comida. Personas de distintas edades penetran en el mar hasta las rodillas, o los hombros, para recibir las bendiciones de la diosa.
Llegan una tras otras las procesiones de los macumberos, de padres de santos, seguidores de las religiones africanas, con sus tambores, sus cánticos y sus regalos. También el entorno se va inundando del samba tocado por músicos en las improvisadas tarimas en la gran acera que circunda la Avenida, donde tradicionalmente se bebe agua de coco bien fría y esta noche el “chopo"-copa pequeña de cerveza casi congelada-, porque el calor rebasa los 40 grados Celsius en diciembre.
Según van pasando las horas, Copacabana se va vistiendo de blanco. Solo los turistas ignorantes de las tradiciones colorean algunos tramos . A las 10:00 hora local un enjambre de dos millones de personas ya está en la playa. Han llegado en el metro o en los ómnibus. Muchos lo hacen caminando desde distintos puntos del Estado.
En la arena, las escenas más disímiles. Familias enteras en torno a huecos hechos en la arena para enterrar las velas prendidas en homenaje a Yemayá; otras preparando sus comidas en improvisados fogones hecho de la misma manera; bebés en coches para que estén cómodos, personas tocando guitarra y tamborines, y cantando en ruedas de samba. Flores esparcidas en la orilla reseñan el paso de creyentes y seguidores de Yemayá durante el día.
En el mar, muy próximas a la costa, decenas de pequeñas y grandes embarcaciones de gente rica y de gente pobre que se trasladan desde otros municipios e islas cercanas para presenciar el gran espectáculo de una media hora que recorre los10 kilómetrosde la orla marinera de Río de Janeiro justo cuando el reloj marca la medianoche.
Los más caprichosos dibujos en el cielo carioca son aprobados por la multitud con gritos y exclamaciones de “Tá legal” (Está bien) o “belheza” (belleza, algo muy bello). Es un rumor sordo que se esparce desde la aburguesada Ipanema hasta la parte más popular dela Zona Sur, y llega hasta Leme, un pequeño barrio donde se enseñorea el hotel homónimo que solo esa noche hace descender desde su azotea una majestuosa cascada de artificio como homenaje a los fiesteros situados en las arenas cercanas.
Dos millones de personas, de blanco, color de luminosidad y energía, matices de razas, de creencias, de formas de vida. La espera del año nuevo en Río de Janeiro es una hermosa expresión de libertad espiritual, personal, de seguridad en que próximo año nunca será peor que el que se aleja. Así disfrutan el advenimiento del 2013 los cariocas, esos seres desprejuiciados, bailadores y tomadores de cerveza que guardan con celo su hermosa tradición de fin de año.
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