Soga para su pescuezo

De catástrofe ya califican numerosos analistas occidentales la suspensión por Rusia de las obras del gasoducto South Stream, que esencialmente pretendía llevar gas desde los yacimientos del gigante euroasiático hacia Italia y Austria a través del Mar Negro y Bulgaria.

Una obra, además, que complementaba en parte la proyectada ampliación de otro gasoducto, el Blue Stream, que ya conecta a Rusia con Turquía y atraviesa a Bulgaria y Serbia para concluir en Hungría y Austria.

La decisión de frenar la construcción partió del presidente ruso, Vladímir Putin, en reciente visita a Turquía, como respuesta a la absurda actitud de la Unión Europea de demandar a las autoridades de Sofía que no autorizaran a Moscú el tendido del gasoducto por territorio búlgaro.

“Se acabó. El proyecto terminó”, confirmó a la prensa poco después Alexei Miller, presidente ejecutivo del consorcio ruso Gazprom, involucrado directamente en la ejecución de la obra, que debía evitar en buena medida que el gas ruso destinado a Europa Occidental continuara su traslado a través de la convulsa y problemática vía ucraniana.

En consecuencia, si hay una gran perdedora en este abrupto final es precisamente una Europa del Oeste que compromete la seguridad de los suministros energéticos rusos que le son extremadamente vitales, todo por sumarse de manera irracional e incondicional a la política hegemónica de los círculos norteamericanos de poder contra el Kremlin.

Para Putin resulta ridículo continuar invirtiendo en un gasoducto que ha sido bloqueado por sus principales beneficiarios, y calificó de nada constructiva la posición euro occidental en el tema.

Y, si ciertamente una posible disminución de las ventas de gas al Oeste tendrá alguna repercusión en la balanza rusa, sobre todo por el peso del comercio de energéticos en la economía del gigante de euroasiático, lo cierto es que la permanencia de Putin en Ankara sirvió para concretar la construcción de otro gasoducto, esta vez con su boca final en suelo turco.

Ello sin contar que Rusia tiene además una creciente y prometedora salida de sus combustibles hacia China, la actual primera potencia económica del orbe, y hacia otras naciones del extremo oriente.

En el caso de occidente, a la suerte de “autogolpe energético” que se propinan sus propios gobiernos plegados a Washington, deben sumarse además las claras muestras de disentimiento a esas prácticas que comienzan a producirse en varias naciones del Viejo Continente.

En Hungría, por ejemplo, el gobierno del primer ministro Víktor Orban, hasta hace poco una “prometedora estrella política” para la Casa Blanca en Europa Central, ya había desoído abiertamente las presiones de la UE y había dado su total consentimiento al paso por el territorio nacional de un ramal del ahora detenido gasoducto South Stream.

Orban ha recorrido un largo camino político en Hungría desde finales de la década de los noventa, y su figura estuvo vinculada a la supervisión de la entrada de Budapest a la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y a la propia UE, al mismo tiempo que lo hacían Polonia y la República Checa.

Otra nota sumamente disonante tuvo lugar a inicios de este diciembre, cuando la población de Moldavia, una de las ex repúblicas soviéticas, otorgó mayoría de votos a socialistas y comunistas en las recién concluidas elecciones parlamentarias, dos fuerzas que se oponen a la incorporación de ese país como miembro asociado de la UE.

De hecho, ambas agrupaciones se convirtieron a partir de los sufragios en los principales partidos políticos moldavos, y en sus primeros comunicados públicos indicaron que, con esos resultados, es evidente el deseo de la población local de desentenderse de toda posibilidad de lazos integracionistas con Europa Occidental.

Concretamente el dirigente socialista moldavo Ígor Dodón fue enfático al concluir que “el pueblo se ha manifestado por un vector distinto de desarrollo”.

Durante la campaña, el partido de Dodón se pronunció por la denuncia del acuerdo de unión con Bruselas, y favoreció la idea de la integración con los organismos multilaterales de carácter económico liderados por Rusia.

De manera que en el caso de la UE y su gusto por hacer de perenne segundón de los Estados Unidos, bien vale aquella frase que refiere que existen “cariños que matan”, y en este caso, no precisamente por la “dulzura” de un amor Made in USA con pretendidos ribetes dorados.