Ucrania: a una…otras

Condenadas y rechazadas por Kiev y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y reconocidas como positivas por Rusia, las elecciones realizadas en el Este ucraniano confirman la persistencia de la crisis interna que vive esa ex república soviética.

En efecto, Donetsk y Lugansk, dos de los principales territorios rebeldes opuestos al gobierno derechista instaurado en Kiev, decidieron llevar a cabo comicios gubernamentales poco después de que la derecha nacional ejecutara las votaciones para constituir un nuevo parlamento, cuyo antecesor había sido disuelto semanas atrás por el titulado presidente Piotr Poroshenko.

Y mientras los informes indicaban una elevada concurrencia ciudadana a las urnas en las dos proclamadas repúblicas autónomas del oriente, así como un significativo número de sufragios a favor de los respectivos ganadores, adscritos a la convergencia con Moscú, los comicios oficiales convocados por la derecha instalada en Kiev apenas lograban movilizar a la mitad de los posibles votantes, y las fuerzas en pugna —conservadoras y neonazis en su totalidad— debieron conformarse con irrisorias sumas de boletas a su favor, muestra de su baja preferencia pública y de la fragmentación de los grupos pro occidentales aspirantes a controlar el país.

En consecuencia, la ejecución de actos electorales que no se reconocen entre sí deja a Ucrania en las mismas.

En pocas palabras, una nación radicalmente dividida, donde, al Oeste, las fuerzas hegemonistas globales lideradas por Washington insisten en establecer un régimen incendiario que mantenga en jaque la extensa frontera local con Rusia, mientras en el Este persisten su lucha los grupos poblaciones y sus organizaciones armadas negados a colocarse bajo la égida de quienes no dudan en hablar de “limpieza étnica” y negación de todos los derechos ciudadanos a la “gente impura”.

El Kremlin, por su parte, que dijo reconocer los resultados de los controvertidos comicios organizados por la derecha en las plazas bajo su control, otorgó también su respeto a la voluntad de los ciudadanos del Este ucraniano, y anunció la continuación de las caravanas de ayuda humanitaria hacia esas áreas vecinas, aún cuando Occidente y Kiev las estiman como un apoyo directo a los grupos armados que califican de separatistas.

Para Moscú, que tiene como prioridad geoestratégica defender su integridad y seguridad, conjurar un genocidio a las puertas de su divisoria con Ucrania, y establecer una paz firme en esa nación vecina, resulta innegable que el gobierno prooccidental no posee el control de todo el territorio ucraniano, y por tanto es importante respetar las decisiones políticas y ciudadanas del Este para lograr, mediante negociaciones justas, el fin de una guerra interna que ya ha causado casi cuatro mil muertos, según cifras de la Organización de Naciones Unidas.

Este panorama, al que aspira Moscú, está contemplado en los acuerdos multilaterales logrados el pasado 5 de septiembre en Minsk, la capital de Bielorrusia, y que hablan de un alto al fuego y “una amplia autonomía para las zonas separatistas con sus propios gobiernos y elecciones locales, en el marco de una descentralización y no de una independencia”.

No obstante esa importante negociación, lo cierto es que en medio de mutuas acusaciones los combates persisten en el Este ucraniano, y es de esperar que con los ácidos tonos de que se habla en el Oeste con respecto a lo acontecido en Donetsk y Lugansk en materia política, se hacen menos tangibles las oportunidades para al menos un respiro en medio de los disparos.

Es lo que siempre sucede cuando la imposición sustituye a la lógica y la objetividad, dos atributos sumamente escasos en mentes hegemonistas y absolutistas como las que encendieron la hoguera en Ucrania.