Llovió en La Habana. Aquí, cerca del Latinoamericano, cayó mucha agua, sin parar, durante una hora más o menos. Llovió y la turbación hizo nido en los muchos aficionados de estos lindes que planificaron agotar la noche de este sábado entre bolas y strikes.
Ya cerca de las siete de la noche fruncen el ceño y miran al cielo con gesto de imploración. El Tope Bilateral Cuba-Estados Unidos deparó sorpresas y emociones en apenas dos partidos y, luego del empate 1-1, se avizora más beligerancia en el Coloso del Cerro.
Se avizora, o más bien eso quiere la mayoría. Late el morbo, se respira, se ve en los ojos y el semblante de quienes quieren otro desafío a vida o muerte, como si en estos juegos, precisamente, nuestra pelota se jugara su existencia.
¿Y por qué extraña? La sinrazón, con frecuencia, llueve sobre mojado en asuntos de béisbol. ¿Y por qué extraña?, me vuelvo a preguntar. A fin de cuentas, por encima de la calidad del béisbol, mal que me pese, es el resultado de la contienda entre estas dos potencias lo que importa aquí, lo que moviliza. Ganar o no, la mayor cantidad de veces sin tamiz mediante, hace grande o no a peloteros y técnicos.
Fue, ha sido, es y, quizás, siga siendo así durante mucho tiempo. Más si el rival viste una casaca de barras y estrellas.
Pura y bruta beligerancia, infértil conflagración, que nos hace —al béisbol nuestro le hace— más mal que bien.
Fíjese si así es, que Cuba no bateó en ninguno de los dos desafíos, jugó bien el primero, peor el segundo, debutó con un revés antes de igualar el duelo, y la mayoría valora a contrapelo del significado de los resultados.
Poco se dice de la apertura de Yadier Pedroso en el primer juego, luego de una temporada atascado en la mediocridad de Artemisa y de meses sin lanzar en un partido “importante”. O de la posibilidad de observar a varios de los buenos lanzadores jóvenes del país, que no son tanto, ante una novena impúber sí, pero con calidad y rutina más exigente que la que enfrentan en la Serie Nacional. O de los aciertos de Víctor Mesa en el manejo de su nómina.
Se habla más del hit de William Luis en el segundo desafío para definir el marcador, de los errores norteamericanos (como si los yerros del norte no estuvieran en el juego, y los del sur sí) que le abrieron las puertas al triunfo, o de los atributos ofensivos del equipo universitario.
No se justiprecia el momento del tope, su propósito y mucho menos el camino ya andado por el contrario. Se atoran en comparaciones de edades y otras aún más festinadas.
Se valora a contrapelo de los resultados, como si el Tope no fuera eso, un duelo para estudiar, modelar, perfilar y definir la fisonomía y dinámica del equipo Cuba, con la mira puesta en el III Clásico Mundial de Béisbol de marzo venidero, aunque con la intención, intrínseca y natural en todo competidor, de ganar en cada pitcheo, swing y jugada, en cada in-ning, en cada partido.
Lejos de esa perspectiva, los aficionados dicen y comentan, en ocasiones con sorna, muchas veces sin pensarlo bien, eso sí, siempre aguijoneados por el ansia de ver aquel team Cuba todopoderoso, que lo ganó todo, o casi todo, contra equipos jóvenes e inexpertos como este que llegó a La Habana.
Jueves y viernes, cubanos y norteamericanos no se sacaron ventajas, como no sea aquella escrita en el estudio que cada uno hizo del contrario. Primero ganó la visita, con marcador de 4x3, a base de buen pitcheo y en virtud de un gran batazo. Después se impuso el home club, con pizarra de 7x6, gracias al trabajo del bullpen, de tres jonrones (todos solitarios, por cierto) y a pesar de cuatro errores.
A partir de las ocho de la noche de hoy, y al cabo de unas tres horas o poco menos, sobrevendrá el desequilibrio parcial. Eso, si la lluvia lo permite.
Hasta entonces, y quizás después también, seguirán manando opiniones. Algunas será pertinente escucharlas. Otras, las que desentienden que el Tope Cuba-Estados Unidos es una batalla, no la guerra, deberán quedar en las oscuras manos del olvido.
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