Cienfuegos perdió su sexto partido en fila a pesar del undécimo cuadrangular de José Dariel Abreu; la derrota de ayer fue ante Metropolitanos, que logró su tercer éxito en fila y el sexto en los últimos siete desafíos. Santiago de Cuba le ganó 3x1 a Holguín, con el décimo jonrón de otro internacional, Héctor Olivera, y se mantuvo cerca de la cima en la Liga Oriental.
Ganaron Pinar del Río, campeón defensor, que pasó con marcador de 7x3 por encima de Camagüey y Vicyohandri Odelín; y Ciego de Ávila, que se impuso 10x2 versus Artemisa, conectó tres cuadrangulares y le arruinó la tarde al zurdo Yulieski González, seleccionado nacional en el último año igual que Odelín.
También, Isla de la Juventud, atravesado en el camino de Sancti Spíritus con un triunfo de 2x1; Villa Clara, que perdía 1x6 en cinco capítulos, y salió airoso 10x7 a Mayabeque; y Las Tunas, que con el primer éxito en Series Nacionales del novato Darién Núñez, doblegó 6x4 a Guantánamo e hilvanó el cuarto triunfo en fila.
Siete jugadores tienen de diez a 13 cuadrangulares y dos acumulan nueve bambinazos; es dura la carrera por uno de los títulos individuales más codiciados. Alfredo Despaigne, ahora de descanso, tiene números de Jugador Más Valioso, y Roberto Carlos Ramírez es el guerrero que comanda la reacción de Metropolitanos.
Cumplida la jornada de ayer, estos y otros guarismos tienen para sí la atención de aficionados, técnicos y cronistas, que seguimos un campeonato disputado, reñido en un bajo nivel de béisbol, pese a las magras calidades de la mayoría de los peloteros inscriptos y, por tanto, de las nóminas de los 17 equipos contendientes.
Hoy miércoles y mañana jueves, no obstante, esas historias quedarán detrás del telón que la TV abrió para el duelo entre Matanzas e Industriales, los dos equipos con más victorias en este tramo de la competición doméstica.
Cual pelea entre los dos mejores pesos pesados, en un hipotético cartel boxístico en Cuba hoy, las huestes de los polémicos DT Víctor Mesa y Lázaro Vargas, con sus rendimientos, calentaron la previa de la pugna, dispararon los vaticinios y demandaron todas las atenciones en las subseries de principios de semana.
Para colmo de bien, y aunque tuvo todo de lo malo que ahora mismo caracterizan a este deporte aquí, el juego de pelota del martes satisfizo a la mayoría de los que en Cuba respiran, sienten, tocan, degustan y miran béisbol todo el año.
Lógico, ¿no? El vacío de buena pelota, de pelota de calidad, aquí en Cuba lo pueden llenar las individualidades, y sobre todo las rivalidades, las batallas publicitadas sin mojigaterías, los partidos peleados a todo o nada, los juegos de hombres, los desafíos después de los cuales no hay mañana, como si estuviera en disputa el mismísimo título.
En los que el drama, las oscilaciones, el donaire y los arrojos, los yerros y asertos —individuales, colectivos, técnicos, de arbitraje—, las chifladuras y originalidades, trascienden, importan más que la duración del pleito, los números ofensivos y los promedios de carreras limpias; trascienden, importan más que el lanzador ganador o el perdedor.
Sí, se sabe, ayer ganó Antonio Armando Romero (5-1), salvó Yohandry Portal (6) y cayó, por vez primera en la competición, el también cerrador Félix Fuentes (1-1). Sí, también hubo jonrones de Yasmani Tomás, Carlos Tabares y Serguei Pérez; José Miguel Fernández se mantuvo como líder bateador y Yasiel Santoya bateó de 3-3 contados dos biangulares.
Todo eso, y más, fue a los libros. Y claro está, la victoria 25 de los Leones y el duodécimo revés de los Cocodrilos.
Pero las millones de personas que vieron anoche —más de 25 000 en el Victoria de Girón, decenas de miles vías TV— el partido entre Matanzas e Industriales, lo recordarán por las cuatro horas de gozos y desilusiones, de certezas y esperanzas, de luchas entre strikes y maderos, que vivieron la noche del 24 de enero de 2012 y querrían vivir cada día de la Serie Nacional.
Más que el 7x5 final, los aficionados se llevaron a casa, grabaron en sus memorias, que nueve capítulos no alcanzaron para definir el ganador; que los Cocodrilos, aunque reptaron mal, nunca estuvieron en situación de víctimas; que este Industriales, pese a sus endebles serpentinas, tiene corazón de león.
Más que los 17 jugadores utilizados por la dirección de Matanzas o los 16 por Industriales, los aficionados se llevaron a casa, grabaron en sus memorias, los esfuerzos de Ariel Sánchez para capturar un foul en el jardín izquierdo o de Yamil Rivalta para impedir un hit, las alegrías —de niño casi— mostradas por Carlos Tabares tras su jonrón o José Miguel Fernández por su hit impulsor de dos carreras.
Más que los 18 hits entre las dos novenas, los aficionados se llevaron a casa, grabaron en sus memorias, el modo peculiar de dirigir de los DT Víctor Mesa y Lázaro Vargas. Víctor: quisquilloso, original y exigente para algunos, irritable, excéntrico, duro y agresivo para otros; como jugó la pelota alguna vez, ni más ni menos. Vargas: tranquilo, tolerante, ensimismado para muchos, cordial, lisonjero y permisivo para el resto; como no se le vio nunca en un terreno de béisbol.
Pueden ensalzarlos o condenarlos. Criticarle a Víctor arriesgarse a los dos outs finales, en el último inning con el marcador en contra, con una jugada de corrido —hacia tercera— y bateo —en dos strikes—; o crucificar a Vargas por su renuencia a tocar bola hasta en los pasajes que el juego lo exige y con jugadores capaces de hacerlo con calidad. Pueden condenarlos o ensalzarlos, no importa. Ellos también son parte del espectáculo que resulta —debe resultar— jugar pelota aquí. Y sus actitudes, las decisiones y sus resultados, sus modos de encararse como lo harían Leinier y Bruzón, los aficionados se lo llevaron a casa, lo graba-ron en sus memorias, más que el hecho, por ejemplo, de que se jugó sin errores.
Es que el béisbol, si tiene calidad cuestionable, solo puede seducir con las grandes individualidades y, sobre todo, las rivalidades, las batallas publicitadas sin mojigaterías, los partidos peleados a todo o nada, los juegos de hombres, los desafíos después de los cuales no hay mañana, como si estuviera en disputa el mismísimo título; los partidos que, una vez tatuados en la historia, siempre pueden volver a respirarse, sentirse, tocarse, degustarse, volver a mirarse, como si ocurrieran por primera vez.
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