Jamás he visto una “¡vaca sobre el hielo!”; pero les aseguro que la rusa Maria Sharapova puede aparentar ser cualquier cosa, antes que eso sobre una cancha de tenis. Sin embargo, esta es la metáfora que una y otra vez usó la propia jugadora para reflexionar sobre sus salidas a la arcilla parisina en la búsqueda del Roland Garros; el único Grand Slam que faltaba en sus vitrinas.
En 2012, Sharapova, facturando su reconciliación definitiva con el más alto nivel de juego después de recorrer un camino de regreso cimentado en las victorias en Stuttgart y Roma. En París, encontró un remanso y transitó con seguridad sobre el polvo de ladrillo en “la ciudad de las luces”. Ya en semifinales, despachó a la checa Petra Kvitova por 6-3 y 6-3; asegurándose por primera vez, su último día en Paris. Por cierto, que la checa (ex número 1 del mundo) no ha visto la luz ante Maria en las tres ocasiones posteriores en que se han enfrentado desde le ahogara la felicidad en la final de Wimbledon el año pasado.
Su rival en la final fue la italiana Sara Errani, quien no pudo con el empuje y los potentes derechazos de la siberiana y cedió en sets corridos por 6-3 y 6-2. La victoria le valió para completar sus vitrinas, antes había ganado en Wimbledon 2004, US Open 2006 y Abierto de Australia 2008.
El último día, Masha sonrió para Paris, y desde Paris para el mundo porque concretó la corona de los Grandes Premios convirtiéndose en la décima jugadora que lo logra. Además de que, cuando este lunes se publique la actualización de la lista mundial de la WTA, la rusa aparecerá a la cabeza. Una posición que ya conocía y que ahora le acoge de vuelta después de haber llegado a caer hasta el oscuro lugar 126 de dicho ránking.
Este trofeo es el título 27 de la carrera de la joven de 25 años que también se adueña de millones de corazones con su figura. Así, reafirma su clase y desde ahora dominará como justo premio a la constancia de regresar de una lesión que la mantuvo a media máquina por un buen período de tiempo.
Por esta vez, la “vaca” que dice ser cuando juega en tierra batida quedó a la zaga. Cambió la torpeza por trazos perfectos y seguros y, rodilla en tierra, regaló sonrisas y lágrimas –como manda su tradición- a una grada parisina que ovacionó, por minutos, su raquetazo de historia.
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