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domingo, 10 de noviembre de 2024

Camilo, “El Catey” todavía llora (+Fotos)

Camilo apareció cuando nuestra existencia afrontaba la amenaza del naufragio batiendo la escasa proa de nuestra estatura y de nuestras certezas...

Luis Sexto Sánchez en Exclusivo 28/10/2012
2 comentarios
Camilo Cienfuegos1
Camilo Cienfuegos, Señor de la Vanguardia.

Al imaginar a Camilo definido por una sonrisa donde jugueteaban todas las alegrías del mundo, muchos de cuantos en 1959 éramos adolescentes debemos volver necesariamente a ese año cuando nosotros, sin ser todavía consciente del cambio, empezábamos a sentir a Cuba desde el heroísmo, la sencillez, la solidaridad.

Unos entonces comenzaron a darle menos importancia al filo del pantalón juvenil, y los sueños de muchos no se ciñeron ya a pilotar alguna vez un Buick -ese mismo que la publicidad nos decía que cualquiera podía tener-, ni insistieron en habitar una casa mejor y ganar mucho dinero para que las mujeres te miraran. Los muchachos de aquel año teníamos un nuevo paradigma, un paradigma constructivo a quien Leonardo Moncada le entregó voluntariamente las llaves de nuestra sensibilidad romántica, y que sustituyó de un planazo a Tarzán, al Llanero Solitario, incluso a Yarini, nombre heredado en la tradición por los más adelantados en los misterios de las relaciones entre los sexos.

Camilo apareció cuando nuestra existencia afrontaba la amenaza del naufragio batiendo la escasa proa de nuestra estatura y de nuestras certezas. Apareció como uno de los líderes del barrio de Lawton y de todos los barrios del país. Era casi como nosotros, pero con los ojos más anchos y las barbas más largas. Y cuando todavía no habíamos podido achicar nuestras pupilas para mirar con fijeza su luz, se escondió de nuestras miradas entre nubes y aguas insolentes.

Ante su presencia, tan fugaz como un día de Reyes, nosotros no podemos evocarlo sin evocarnos como gente nueva en aquellos meses nuevos; tiempos de ideas nuevas y de necesidades nuevas. Porque nosotros, de tránsito por la etapa de las rebeldías, perdimos y a la vez retuvimos en nuestra edad impresionable , a aquel que se acercaba a nosotros diciéndonos entre jaranas lo fácil que resultaba ejercer de hombre útil, de patriota sin estiramientos, de capitán hermano.

Mi amigo “El Catey”, si la modestia no le limitara la lengua o los dedos, pudiera contar el privilegio especial con que la Historia lo condecoró. A veces evoca ese instante. La fecha se le ha encapsulado en la emoción.

Pudo haber sido cualquier día de agosto o septiembre de 1959. Quizás antes. Ya no importa saberlo. “El Catey” solo recuerda la visita; el día… ah, cualquier día era bueno para recibir a Camilo.

Esa mañana muchos se aglomeraban en el campo de golf de Banes, ya casi entonces justamente despojado de su título de capital de la United Fruit Company. Estaban las autoridades revolucionarias del pueblo: ediles, policías con barbas, otros miembros del Ejército Rebelde, combatientes de la lucha clandestina urbana, milicianos.

Entre los soldados voluntarios, mezcla de adultos, jóvenes y adolescentes, alineaba “El Catey”, de cuyo sobrenombre quizás nadie se acuerde. Hacía poco que había dejado de jugar con los americanitos, prole privilegiada de la burocracia de “Mamita Yunai”. A esa relación le debía hablar un inglés casi de cuna, aunque lo masticaba en los patios entre malas jugadas y palabrotas beisboleras.

Cuantos lo conocieron en la niñez, si se esfuerzan en recordarlo, no permitirán que el cronista mienta. Saben que es de escueto formato, con músculos de lápiz, pero superdotado en los atributos morales propios de un varón: tanto coraje lo distingue que a los 14 años rompía sus botas marchando o andando vigilante sobre las piedras afiladas de la costa norte de Oriente.

Famoso era su revolver 44 Frontera. Y midiéndolo con ojo generoso, parecía un cañón que, colgando de la cintura, caía sobre el tobillo derecho del muchacho.

Camilo bajó del helicóptero. Miró al grupo. Y soslayando a los principales jefes y personajes, se dirigió hacia aquel milicianito. Los labios del Comandante semejaban un vaso de agua pura. Le tiró el brazo por la espalda. Todos oyeron el saludo: “Guajiro, Guajiro: ¡Tú eres más revólver que gente!”

EL Catey” me lo cuenta. Y todavía llora.


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Luis Sexto Sánchez

Periodista de oficio y de alma. Maestro de generaciones. Premio Nacional de Periodismo José Marti por la obra de la vida. Autor de la columna "La Palma de la Mano" en Cubahora.

Se han publicado 2 comentarios


Jose Luis López López desde FB
 29/10/12 8:21

Camilo fue y será siempre un hombre extraordinario que hizo las cosas que otros queremos emular ¡Por eso nunca su memoria se perderá!

Tide
 28/10/12 8:29

Bella la anécdota de nuestro invencible guerrillero de la Sierra y el Llano. Gracias por regalárnosla.

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