Aquel 5 de enero se arrancó de una forma burda y cobarde la vida de un joven – casi un niño- que apenas comenzaba a vivirla de verdad, y a entregar lo poco que tenía, que sabía, a otros que lo necesitaban y poseían muchos menos que él.
El joven Conrado Benítez era uno de esos primeros maestros voluntarios que al llamado de la Revolución, subió lomas y montañas para ofrecer la luz de la enseñanza, de la alfabetización, a los que hasta ese momento les había sido negado todo tipo de acceso a la educación.
Comenzó así a alternar las clases que daba a más de 400 niños en una escuela montañosa de Sancti Spíritus durante el día, con las que impartía en horario nocturno a adultos que también sufrían el mal del analfabetismo.
Cuentan que era un joven erguido, muy humilde pero serio, muy profundo, quizás demasiado para su edad, responsable y enamorado de aquella noble misión que él mismo y la vida, el futuro, le habían impuesto para seguir creyendo en el mejoramiento humano.
Y fue entonces que se convirtió en un hijo, en alguien muy cercano para las familias que ayudaba a ver la luz, a sentirse personas, a entender mejor el mundo, a defenderse, a construir un nuevo camino, a recomenzar.
Era el año 1961 y los pasos firmes que daba la obra revolucionaria pesaban demasiado en las espaldas de quienes no la entendían, la despreciaban y la maldecían, haciendo hasta lo imposible porque se retrocediera, porque no fuera verdad lo que se gestaba, porque se pusiera fin a aquello que era realmente diferente.
Por eso – cuenta el abuelo – aquel joven fue asesinado, y tanta rabia generó en los cubanos que poco a poco gestaban su camino, que después surgieron miles de brigadistas dispuestos a seguir aquella noble misión. Por eso Fidel dijo que el pueblo no olvidaría aquel maestro, que sin pretenderlo, seguiría enseñando para siempre.
Muchos han intentado explicarse por qué pueden ocurrir hechos como estos, cuáles son las razones que hacen cometer crímenes tales. Fue también Fidel Castro quien lo explicaría: “era joven, era negro, era maestro, era pobre, era obrero”.
La injusticia no cree en motivos. No hay nada que justifique la pérdida de una vida humana. Pero la muerte de este joven irradió una luz tal que hoy también ilumina a los miles de cubanos y personas de buena voluntad que alfabetizan en todo el mundo creyendo solo en ofrecer, no lo que les sobra, sino lo poco que tienen, que saben, para compartir y crear aún más vida, más allá de cualquier razón para acabar con ella.
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