Desde que fundara el Partido Revolucionario Cubano (PRC) en 1892, como quien teje un fino bordado, José Martí ha venido preparando la guerra necesaria, a la cual quiere, como confesara a Máximo Gómez en carta fechada el 18 de noviembre de 1893, “sana y fuerte, y tramada con toda cordura”.
Centavo a centavo, dólar a dólar, la emigración se había apretado el cinto, pero no dejaba de engrosar los fondos del PRC con vistas a la inminente contienda. El 8 de diciembre de 1894 el Apóstol suscribía con Mayía Rodríguez, acreditado por Gómez como su representante, y Enrique Collazo, el Plan de Alzamiento.
Tras enviar el Plan a Juan Gualberto Gómez, Delegado del PRC en Cuba, se hospedó en el hotel Saint Dennis, en Nueva York, bajo el seudónimo de D.E. Mantell y se entrevistó allí con Nathaniel Borden, comerciante del puerto de Fernandina, quien se encargaría de fletar los tres barcos para la expedición libertadora.
De acuerdo con el Plan, una de esas naves, con armas para 800 hombres, llevarían a Roloff y Serafín Sanchez al centro de Cuba; un segundo buque conduciría a los Maceo hasta Oriente, con equipamiento para más de 200 soldados; un tercer grupo trasladaría a Gómez y Martí al Camagüey.
Todos los pasajeros de esas tres embarcaciones aparecían como trabajadores contratados por una compañía agrícola, de ahí la profusa cantidad de machetes que se iban a declarar como cargamento. Una vez en alta mar, no se dirigirían a la supuesta plantación, sino a los campos de Cuba.
Era un plan formidable que contaba con todos los imponderables, menos con la traición. Un veterano del 68, quien ya había perdido sus arrestos revolucionarios, reveló a los contratistas el verdadero destino de las tres naves, lo que originó lógicamente la alarma de los propietarios de los buques.
El traidor fue incluso más allá, declaró en una estación de trenes parte del cargamento como artículos militares. Solo la rápida intervención de Martí salvó la situación, pues recuperó esas cajas y las remitió por otra vía hacia el puerto de Fernandina.
El sujeto, a todas vistas, trataba de hacer fracasar el Plan, por lo que muchos historiadores consideran que era un agente encubierto de España o de Estados Unidos, tal vez de ambos gobiernos.
Un anónimo delató, el 10 de enero de 1895, el verdadero objetivo de dos de los barcos, precisamente los que tenía conocimiento el sujeto a quien aludimos. El departamento de Tesoro comenzó a tomar las medidas pertinentes.
Los buques fueron retenidos, la mayor parte del cargamento, embargado. Contra Martí se desató una persecución implacable por parte de los agentes de gobierno estadounidenses y los espías de España, hermanados en la abominable misión de impedir la independencia de Cuba.
Como en la guerra del 68
Desde principios del siglo XIX, la política estadounidense con respecto a Cuba fue apoyar la soberanía española mientras no pudiera ser norteamericana. Incluso, obstaculizó sublevaciones y expediciones insurreccionales de franco carácter anexionista, como sucedió con las de Narciso López.
Para Washington, era inadmisible que los cubanos pusieran fin a la dominación española por sus propios medios. A la vez, no cejaba en sus propuestas de comprarle la Isla a España: al igual que Polk (1848), otros mandatarios de país norteño, como Pierce (1853) y Buchanan (1857), hicieron ofertas a Madrid, sin éxito.
Durante la guerra del 68, Estados Unidos se negó a reconocer la beligerancia de los mambises y persiguió con saña cualquier intento de llevar una expedición con armas a Cuba. Quienes se involucraran en ellas, aunque fueran ciudadanos de la nación norteamericana, eran tratados como filibusteros.
La administración de Ulises Grant fue incluso más allá: entregó a Madrid 30 cañoneras para reforzar la flota ibérica que bloqueaba Cuba y trataba de impedir la llegada de expediciones independentistas.
Cierta prensa, a la vez que aupaba la anexión de Cuba a los Estados Unidos, se dedicó entonces a calumniar a los mambises y a demostrar que su lucha estaba condenada al fracaso, por lo que era inútil reconocerles la beligerancia.
Años después, a inicios de 1895, esa misma prensa continuaba con sus apetencias anexionistas. Una prominente figura de Wall Street declaraba: “Se me hace la boca agua cuando imagino a Cuba como uno de los estados de nuestra familia”. Un colega de este afirmaba: “A Cuba la queremos ahora”.
Obviamente estos círculos de poder, tras el revés de Fernandina, estimaron que la causa independentista no podía recuperarse sino tras un largo período. Coincidió con ellos la gran prensa, tanto la norteamericana como la española, que divulgaron ampliamente los sucesos de Fernandina.
En Cuba, el pueblo sí valoró la magnitud de la expedición neutralizada. Martí, hasta entonces “un poeta soñador”, comenzó a adquirir para los patriotas de la Isla la estatura de un conductor de pueblos. Meses más tarde, en la manigua, los mambises le aclamarían como el futuro presidente de la nación.
La confianza en el Apóstol devino mística. Con él, Gómez y Maceo, los cubanos marcharían, sin dudas, por el camino a la independencia
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