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sábado, 2 de noviembre de 2024

El joven Martí y los sucesos del teatro Villanueva

Paramilitares españoles protagonizaron una masacre en La Habana, cerca de donde el Apóstol pasaba la noche...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 22/01/2016
1 comentarios

A inicios de 1869 La Habana era una ciudad donde la vida no valía nada. A partir del inicio de la insurrección independentista, el Cuerpo de Voluntarios (una fuerza paramilitar partidaria del colonialismo español) ostentaba una patente de inmunidad para sus crímenes.

El Estado español, con el fin de detener la insurrección, había sustituido como capitán general de la Cuba colonial a Francisco Lersundi, quien no ocultaba su simpatía por la recién depuesta reina Isabel II y sus herederos, y había nombrado al más liberal Domingo Dulce para el cargo.

A finales de 1868, al estallar la guerra independentista, Lersundi no solo había reactivado el adormecido Cuerpo de Voluntarios, sino que le había otorgado como atribuciones el control de las principales ciudades, en un doble rol de policía y ejército de ocupación.

Decenas de miles de inmigrantes españoles que habían venido a Cuba a hacer fortuna vieron en esta fuerza paramilitar un medio para sus fines. El cuerpo llegó a alcanzar una membresía de 60 000 a 80 000 efectivos, según algunos autores.

Cuando Dulce llegó a La Habana, como “regalo de año nuevo” a la colonia, halló en los Voluntarios un poder alternativo que, a la vez de brazo derecho de la dominación española en Cuba, determinaba la política colonial en esta posesión de ultramar.

Enemigos de cualquier concesión a los nacidos en la isla, pues ello equivaldría a la pérdida de sus privilegios, los Voluntarios rechazaron la política pacificadora que al nuevo capitán general le había orientado el gobierno provisional que regentaba en Madrid.

Entre las medidas que Dulce adoptó una vez posesionado en el cargo estuvo el decreto de la libertad de prensa. Multitud de periódicos de diversas tendencias ideológicas hicieron su aparición bajo la nueva situación, entre ellos, El Diablo Cojuelo.

Esta publicación, costeada por Fermín Valdés Domínguez y con textos del adolescente José Martí y otros tres autores más, Fermín incluido, reflejaba el sentir de gran parte de los cubanos que desconfiaban de los gestos amables de la metrópoli.

En un chiste de aquellos días, recogido por El Diablo Cojuelo, un cubano le decía a otro: “¿Qué nombre tendrá la política de Dulce?”. “Dulcificadora”. “¿Dulcificará?”.

En medio de este clima,en la noche del 21 de enero de 1869, en el teatro de Villanueva (Morro y Refugio, cerca del hoy Museo de la Revolución), se llevaba a escena la obra “Perro huevero, aunque le quemen el hocico”.

Si hemos de creerle al historiador Justo Zaragoza, partidario del colonialismo español, los actores de la pieza teatral se habían salido de los límites del programa, entonando canciones hirientes para el sentimiento de los leales a la metrópoli.

Al día siguiente, la noche tomó forma de tornado. Se habían vendido todas las capacidades del teatro. Las criollas asistieron con cintas azules y rojas sobre prendas blancas, como la bandera de la estrella solitaria. Los Voluntarios, en la cantina, procuraban coraje a puro ron. Comenzó la obra. Casi al final, un cómico exclamó: “¡Viva la tierra que produce la caña!”. Un vocerío respondió: “¡Viva Cuba!”. Los integristas replicaron: “¡Viva España! Estallaron los cristales, rodaron sillas, se escucharon disparos.

Los espectadores, baleados por los paramilitares y dispersados a sablazos, huyeron despavoridos, a pie o en carruajes al borde de desbocarse, en tumultuosa carrera, buscando refugio en los callejones mal alumbrados.

Solo la llegada de las autoridades impidió que los exaltados colonialistas quemaran el teatro. Estos atravesaron el Prado, invadieron barrios aledaños y descargaron su furia en avenidas periféricas.

Años después, José Martí describiría aquellos “horribles días de enero” en que los Voluntarios de La Habana “llenaron de cadáveres asesinados la Calzada de Jesús del Monte y las calles de Jesús María […], la misma horrible noche en que tantos hombres armados cayeron el día 22 sobre tantos hombres indefensos”.

El joven Pepe no andaba aquella noche repartiendo por la calle su periódico La Patrialibre, como algunos afirman, sino que estaba en casa de Rafael María de Mendive (Prado 88, cerca del teatro), pues la esposa de su maestro se hallaba de parto.

Los voluntarios se aglomeraron ante el portón de la casa, lo tirotearon, improvisaron una fogata, sabe dios con qué aviesas intenciones.

Luego amenguaron los ruidos, sobrevino un silencio peor que la fusilería. Se oyeron cuatro aldabonazos. Era doña Leonor, la madre de Pepe. Un largo y peligroso trayecto desde Guanabacoa. Martí escribiría tiempo más tarde: “…atravesó para buscarme, y pasando a su lado las balas y cayendo a su lado los muertos”.

Y en el poema XXVII de los Versos Sencillos, describiría: “A la boca de la muerte, /los valientes habaneros/ se quitaron los sombreros/ ante la matrona fuerte.// Y después que nos besamos /como dos locos, me dijo: /‘Vamos pronto, vamos hijo, /la niña está sola, vamos’”.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.

Se han publicado 1 comentarios


Estela
 22/1/16 12:28

Muy emotivo, importante y bello este artículo. QUÉ SE DIVULGUE EN OTROS MEDIOS (sobre todo los Noticieros e Informativos culturales) PARA CONOCIMIENTO DE LOS JÓVENES Y DE TODA LA POBLACIÓN.

Gracias a Pedro Antonio.

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