A García Márquez no se le ocurrió título alguno para el artículo donde años después contaría cómo llegó por primera vez a La Habana, la capital de un país que nunca tuvo curiosidad por conocer antes de enero de 1959, pero que tras el giro dramático de los acontecimientos descubrió envuelta en ese “desorden creador” que el cronista recuerda admirado y compara con lo vivido en Caracas luego de la explosión popular del 23 de enero de 1958.
Casi sin previo aviso, el colombiano se vio viajando de una revolución a otra en un “bimotor sin alma”, sobrecargado, lleno de colegas y aparatos, que tras una “mala noche” de horror e inconsciencia fatalista “aterrizó temblando de frío y con los motores bañados en lágrimas” en Camagüey . El mismo avión trasladaría al grupo periodístico hasta el campo de Columbia, en la principal urbe de la isla caribeña, y muy pronto el escritor captaría esa “atmósfera febril” que haría clic en su espíritu y lo vincularía para siempre a la Revolución Cubana.
Es en medio de ese ambiente enfebrecido, ese caos creador del año 59, donde toma cuerpo y echa a andar una vieja idea acariciada por algunos en el continente: la creación de una agencia de noticias independiente del trust mediático hemisférico liderado por las norteamericanas las UPI y AP.
El 16 de junio se crea la Agencia de Noticias Prensa Latina (PL) y el aún conjetural autor de Cien años de soledad se embarca en la aventura.
Desde la distancia, haciendo un zoom sobre ese momento, García Márquez –quien no demoraría en escribir un par de novelas ciertamente inmortales, y luego para colmo ganaría el Nobel - se ve, gracias sobre todo a que no podemos sustraernos a su descomunal prestigio ulterior, como uno de los personajes fundamentales en el mito de origen de PL. En aquel momento ya es un notable periodista, forjado en la escuela de El Espectador, ha vivido en París, y es un narrador que promete sus mejores ficciones para el futuro, para cuando se le calme un tanto en las venas el furor que lo lleva a ser corresponsal, en Bogotá y en Nueva York, de esta nueva agencia que aspira a mostrar otra verdad sobre Latinoamérica.
La saga genésica de PL incluye al menos otros tres héroes, argentinos los tres. Uno es el motor fuera de borda, el Che Guevara, que pone su mano y bendice –anima, supervisa cada gestión del grupo fundacional, visita una y otra vez la redacción y el centro de comunicaciones- para que la cosa comience a moverse como se mueve él mismo por las calles de La Habana y las avenidas o los trillos de la Historia; el otro es el organizador, Jorge Ricardo Masetti , el brazo que actúa y la pluma que se quema porque se adivina fusil, el cuerpo quijotesco y joven que se amarra desde el primer día a las máquinas de teletipo y corrige el tiro cuando una información no da en el blanco; el tercero es un actor a primera vista secundario, un chupatintas que ha escrito algunos buenos relatos policiacos, pero pronto reparamos en que este tipo, miope y bilingüe, se llama Rodolfo Walsh y ya a esa altura ha publicado un reportaje alucinante y valeroso, Operación masacre.
Otros notables periodistas del continente formaron parte de aquel equipo inicial de redactores, corresponsales y colaboradores, señaladamente el uruguayo Carlos María Gutiérrez –quien redactó los estatutos y confeccionó la primera lista de reporteros -, la chilena Lenka Franulic y los también argentinos Gregorio Selser y Rogelio García Lupo.
Este último ha hablado recientemente sobre el fin de la etapa de los precursores debido entre otros factores a lo que Walsh describe como “el momentáneo auge del sectarismo” y él mismo no duda en definir -ajustándose al ámbito de la agencia- como “una enorme presión para que el grupo de argentinos perdiera poder”.
No obstante, el alejamiento de Masetti a principios de 1961 tiene que ver sobre todo –según Walsh- con “su deseo de ocupar un puesto de más riesgo en la tarea revolucionaria a la que ya estaba entregado por completo”. Tras su salida, Masetti solo retoma la conducción de PL momentáneamente durante los días del ataque mercenario por Playa Girón. Más adelante viaja a Argelia para conocer de la lucha armada en aquel país y luego se incorpora a la comandancia del Che –a quien lo une amistad desde que lo entrevistara en la Sierra Maestra- durante la Crisis de Octubre. La espiral de su existencia termina por integrarse definitivamente al tornado de la Historia cuando se convierte en el Comandante Segundo –como el Segundo Sombra de Güiraldes- al frente de un foco guerrillero en la región selvática y montañosa de Salta, Argentina. Allí, asolado por los enemigos y las fiebres, se le pierde el rastro para siempre y se da por muerto en abril de 1964.
Si el ascenso a la gloria de García Márquez está jalonado por el brillo de sus novelas y por la casi unánime aclamación de los lectores en cualquier parte del mundo, el destino de los tres rioplatenses se decide por otras vías. El Che, ya se sabe, es atrapado en la selva y ultimado en octubre de 1967. Walsh –quien desde la redacción de Servicios Especiales de PL y con la lucidez que solo propician las horas de insomnio se había adelantado por varios meses al desembarco de Girón al desencriptar un mensaje en clave de la CIA y revelar que exiliados cubanos se entrenaban en Guatemala con el objetivo de atacar la isla- es secuestrado en marzo de 1977 en Buenos Aires por las oscuras fuerzas de la dictadura. El autor de ¿Quién mató a Rosendo? y relatos clásicos como “Esa mujer” (alguien ha dicho que ese es el mejor cuento del siglo XX argentino, una opinión sin dudas temeraria) había colmado la copa con su “Carta abierta a la Junta militar”, una denuncia implacable de los represores, un testamento político insuperable y una pieza irrepetible del periodismo universal.
Bajo la luz o la sombra de estos hombres, PL ha andado mucho más allá del primer mes de vida que le auguraron sus enemigos hace 55 años. Su historia después de aquellos primeros años se asemeja –acaso por contraste con los fundadores- a un páramo sembrado de medianías en el que de vez en cuando sobresalen testimonios como Grandes alamedas. El combate del presidente Allende, de Jorge Timossi, otro argentino y para 1973 corresponsal en Santiago de Chile. En buena medida, la agencia sigue cumpliendo hoy –con una treintena de corresponsalías, unos 400 cables diarios, y servicios de televisión, radio, fotografía y la edición de diversas publicaciones periódicas- el mandato de decir otra cosa sobre la realidad latinoamericana y mundial.
El mito de origen de PL tiene la virtud de ser también un pedazo irrompible de la Historia de Cuba y Latinoamérica.
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