¿Fue acaso correcto desde el punto de vista militar y revolucionario atacar la guarnición atrincherada y bien armada en la misma orilla del mar, donde se embarcaba la madera extraída de aquella zona?, se preguntaba Fidel Castro, jefe de la fuerza guerrillera que atacó y tomó el cuartel de El Uvero, en una Reflexión titulada Un esclarecimiento honesto, publicada el 1 de junio de 2012.
Para a continuación volver a inquirir: ¿Por qué lo hicimos? Dos preguntas claves para entender aquel acontecimiento histórico llevado a cabo en la madrugada del 28 de mayo de 1957, hace ahora 61 años.
El propio Comandante en Jefe esclarece el porqué del violento ataque, primero de su tipo que hacía el incipiente núcleo combativo a un cuartel bien guarnecido y protegido por más de 60 soldados de la dictadura:
“Ocurrió que en ese momento, el mes de mayo, se había producido el desembarco del Corynthia bajo la dirección de Calixto Sánchez White. Un fuerte sentimiento de solidaridad nos llevó a realizar el ataque contra la guarnición de El Uvero”.
O sea, fueron sentimientos solidarios los que llevaron a Fidel adoptar tal decisión e iniciar un violento combate que duró varias horas y donde sobró el arrojo y la valentía de los aún bisoños barbudos; entre los que sobresalieron Juan Almeida, Ernesto Guevara, Raúl Castro y el propio Fidel, quien inició el combate con un disparo de su fusil de mirilla telescópica que inutilizó la radio e impidió al enemigo solicitar refuerzos.
Resultó la manera más eficaz que encontraron los rebeldes para aliviar la persecución que contra los expedicionarios del Corynthia realizaba el sanguinario coronel Fermín Cowley Gallegos, jefe del Regimiento Holguín, quien, con información previa acerca del desembarco, logró finalmente darle caza a esos revolucionarios y asesinarlos a todos.
No obstante, Fidel, apelando a su arraigado sentido de la autocrítica, consideró en la referida Reflexión que “la decisión adoptada, si se excluye el mérito de la solidaridad que entrañaba, no fue en absoluto correcta. Nuestro papel, al cual se subordinaba cualquier otro objetivo, tal como se hizo a lo largo de nuestra vida revolucionaria, no se ajustaba a aquella decisión”.
Tres horas duró el enfrentamiento. Almeida resultó herido de gravedad y logró sobrevivir de manera milagrosa al chocar una bala con una cuchara que llevaba en el bolsillo de la camisa, que impidió le atravesara el corazón y otro proyectil en una lata de leche condensada. Mientras, el Che mostraba sus dotes de guerrillero impetuoso y de pie tiraba con un fusil ametralladora Madsen que se le encasquillaba a menudo.
También Raúl, al frente de su pelotón, sobresalió por acciones combativas tipo comando. En tanto, el bravo teniente Julio Díaz, artemiseño asaltante del Moncada y expedicionario del Granma, caía con un disparo mortal en la frente.
Casi la tercera parte de los participantes resultaron muertos o heridos. Las fuerzas rebeldes tuvieron siete bajas y ocho heridos. Mientras, las fuerzas batistianas perdieron 14 hombres y totalizaron 19 heridos. Solo unos pocos soldados pudieron escapar.
Los revolucionarios ocuparon decenas de fusiles, armas cortas y miles de proyectiles y en la tropa rebelde se acrecentaron el espíritu de lucha y la decisión de vencer. Además, los soldados de Batista quedaron totalmente desmoralizados, no solo por la contundente derrota, sino al ser testigos del trato decente y respetuoso que recibieron de los rebeldes, quienes curaron a sus heridos y les dieron la libertad ese propio día.
Al valorar el violento combate afirmó el Che: “A partir de este combate, nuestra moral se acrecentó enormemente, nuestra decisión y nuestras esperanzas de triunfo aumentaron también, simultáneamente con la victoria y, aunque los meses siguientes fueron de dura prueba, ya estábamos en posesión del secreto de la victoria sobre el enemigo”.
A propósito de aquella acción, el capitán Raúl Castro afirmaría luego que Almeida fue el alma del combate y el Che Guevara comenzó a destacarse allí como un guerrillero impetuoso: “El encuentro de El Uvero nos dio categoría de tropa experimentada”.
Fidel Castro, apenas pasados unos días del hecho, en carta a Frank País le escribía: “Sin tanto derroche de valor no hubiese sido posible la victoria”.
Después sobrevendrían otros muchos episodios combativos hasta el triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, pero El Uvero, como significó el Che en su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, “marcó la mayoría de edad del Ejército Rebelde”.
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