Marzo de 1895 fue un mes agónico para José Martí. Muchas de las gestiones para fletar una expedición hacia Cuba desde República Dominicana fracasaron. Tanto él como Gómez comprendían que la partida hacia la Isla de los principales jefes (ellos dos y Antonio Maceo) no podía dilatarse más.
Desde el 24 de febrero se combatía en la Isla. Pero se corría el mismo peligro de la Guerra Chiquita. Entonces la dirección de la revolución tardó demasiado en incorporarse a la manigua y cuando lo hizo, ya agonizaba la insurrección y resultó imposible revivirla.
Aunque continuaba en los trámites para conseguir un barco, no relegó su labor en la agitación ideológica y la propaganda. El 25 de marzo Martí redactó el Manifiesto de Montecristi, también suscrito por el Generalísimo expresión de cómo se había radicalizado el pensamiento revolucionario cubano.
Para recalcar el espíritu de continuidad histórica del 95 con respecto al 68, inicia el Manifiesto con la siguiente sentencia: “La Revolución de independencia, iniciada en Yara, después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en un nuevo periodo de guerra”,
Documento de carácter popular y latinoamericano, también refleja el antirracismo del Apóstol: “No tiene el cubano negro escuelas de ira como no tiene una sola culpa de ensoberbecimiento indebido o de insubordinación. En sus hombros anduvo segura la república a que no atentó jamás”.
En ese día envía cartas a la madre (“Hoy 25 de marzo, en víspera de un largo viaje, estoy pensando en usted”), a Ulpiano Dellundé, Federico Henríquez y Carvajal, Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra.
Pasaron los días. Los intentos de comprar una goleta no fructificaron. El 1º de abril, mientras los Maceo y Flor Crombet desembarcaban por Duaba, partieron de Montecristi el Apóstol y el viejo General, junto con Paquito Borrero, César Salas, Ángel Guerra y el dominicano Marcos del Rosario.
Con fecha de ese día redactó nueve cartas. En una de ellas, a Gonzalo de Quesada, les dio unas orientaciones de cómo ordenar su obra escrita en caso de que no sobreviviera a la guerra necesaria y su interlocutor insistiera “en poner juntos mis papeles”.
De los versos, precisó el Apóstol, “podía hacerse otro volumen: Ismaelillo, Versos sencillos y lo más cuidado o significativo de Versos Libres… No me los mezcle a otras formas borrosas y menos características”.
Para su hijo, el Héroe Nacional tuvo unas palabras de despedida. Le escribiría: “Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti… Adiós, sé justo”.
En horas de la noche llegaron los seis patriotas a Gran Inagua, Bahamas. Las gestiones en esa isla, entonces bajo dominio británico, por contratar una tripulación que los llevara a Cuba, resultaron infructuosas.
Entre tantas idas y venidas, echó una ojeada al lugar. Contempló “mansiones desiertas y descabezadas, muros roídos del abandono y del fuego, casa blancas de ventanas verdes, arbolejos de púas y florales venenosos”. No vio allí un ambiente cultural significativo: “el salón de leer tiene quince socios”.
En la tarde del 4 de abril el cónsul de Haití en la ínsula, partidario de la causa independentista cubana, los presentó al capitán del carguero Nordstrand, otro simpatizante de los mambises. Este aceptó a los seis patriotas como pasajeros, con pasaportes falsos, facilitados por el diplomático haitiano. .
Tras una estancia de tres días en Cabo Haitiano, adonde los llevó el Nordstrand el 6 de abril, Martí y la mano de valientes que le acompañaban regresó a Gran Inagua. Allí izaron un bote, comprado previamente, a la cubierta del carguero, el cual zarpó en la mañana del 11 de abril hacia Jamaica.
Ya al anochecer divisaron las costas de Cuba. Martí no pudo articular palabra. Tras quince años de ausencia, tenía ante sí la tierra de la que el colonialismo español lo había deportado dos veces, en 1870 y 1879.
La noche se tornó cerrada y tempestuosa. “A tierra”, conminó Gómez. Con mucho cuidado bajaron el bote. Llovía grueso, por lo que al empezar a remar, enrumbaron mal. El chubasco se intensificó en vez de amainar. El timón se perdió en un golpe de agua. Fijaron rumbo.
Martí llevaba el remo de proa. Salas remaba segundo. Paquito Borrero y el general ayudaban de popa. Relata Martí en su Diario de Campaña: “Nos ceñimos los revólveres. Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras. (La Playita, al pie de Cajobabo)”.
El Apóstol es el último en abandonar el bote. “Salto. Dicha grande… Arriba por piedras, espinas y cenagal. Oímos ruido, preparamos, cerca de una talanquera. Ladeamos un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, en el suelo.” Así pasó Martí su primera noche mambisa en la Patria.
Manuel
19/4/15 9:37
Nuestro querido Heroe nacional tenia razon ; es cierto que nacen entre espinas flores , sus pensamientos y su sacrifio fueron clave para el logro final de nuestra independencia ,y la inspiracion suprema de nuestras luchas actuales . vibra el cuerpo de emocion en los cubanos con solo mencionar su nombre .
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