En la mañana del 17 de septiembre de 1879, José Martí y Juan Gualberto Gómez se encontraron en el bufete de Nicolás Azcárate. Ambos estaban involucrados en la conspiración habanera con vistas a insurreccionar el occidente de Cuba en la guerra que había estallado semanas antes en el Oriente cubano.
A mediodía fueron a almorzar al hogar de Martí, quien entonces residía con su esposa Carmen Zayas Bazán en la calle Amistad entre Neptuno y Concordia. Estaban aún en la mesa cuando alguien llamó a la puerta. Era un celador de la policía que venía a detener al dueño de la casa.
El Apóstol tomó calmadamente el café de sobremesa y se marchó con el uniformado. Juan Gualberto los siguió, sin ser detectado, hasta la Jefatura de Policía (Empedrado y Monserrate). Una vez que se cercioró de que Martí quedaba allí detenido, corrió a avisarle a Azcárate.
Este le entregó unas llaves y una maleta con papeles comprometedores, con la encomienda de entregárselas a otro conspirador, Antonio Aguilera, quien al ser detenido a su vez, encargó a un familiar devolvérselas a Juan Gualberto para que la escondiera en un lugar seguro.
Entre los conspiradores había un traidor, un antiguo mambí que había perdido sus arrestos revolucionarios y estaba comprado por la corona española, por lo que la detención de Gómez no demoró mucho. Pero todos los registros y pesquisas hechos por la policía colonial fueron infructuosos, nunca pudieron hallar la maleta.
Juan Gualberto lo explicaría años después: “Siempre he tenido entre mis amistades gentes en quienes he podido fiar, y que por su posición modesta y hasta pobre, como la mía, resultaban casi insospechables a las autoridades españolas”.
Gómez fue deportado a Ceuta, una posesión de Madrid en el norte de África destinada a servir de cárcel. Durante diez años permaneció en el Estado español. No rgresó a Cuba hasta 1890.
EL HIJO DE ESCLAVOS
Juan Gualberto Gómez Ferrer nació el 12 de julio de 1854 en el ingenio Vellocino, Sabana del Comendador, en la provincia de Matanzas. Ya era libre desde el vientre materno, pues sus padres Fermín y Serafina, esclavos de la dotación de la hacienda, habían comprado su libertad.
A los 10 años fue para La Habana a estudiar. En 1869 lo enviaron a París para que aprendiera el oficio de carruajero. Pero, ya en la capital francesa, dado su rápido aprendizaje en Matemáticas e Historia, sus maestros le aconsejaron matricular en la escuela preparatoria para ingenieros.
Siendo aún estudiante, sirvió de traductor a los patriotas Francisco Vicente Aguilera y Manuel de Quesada. Gracias a ellos, que le inculcaron el amor a la independencia de la Isla, contactó con otros emigrados cubanos. Fue testigo de la guerra franco prusiana y los días de la Comuna.
Al agotarse el dinero de sus padres, no regresó a Cuba y se quedó en París. Trabajó en casas de comercio o como reportero y corresponsal de diversas publicaciones francesas, suizas y belgas. Tras una breve estancia en La Habana (1876) se trasladó a México. Allí le sorprendió el Pacto del Zanjón.
En la patria de Juárez conoció a Nicolás Azcárate. Y este le presentó a José Martí en su bufete de La Habana, cuando el hijo de esclavos retornó a Cuba poco después de finalizada la Guerra del 68. Entre el Apóstol y él nació una duradera amistad, cimentada por sus coincidencias ideológicas.
Ambos soñaban con una Cuba independiente, en la que conquistarían toda la justicia.
EL DELEGADO DEL DELEGADO
De regreso a Cuba, en 1890, Juan Gualberto se consagró a dos causas: la independencia de Cuba y la igualdad entre todos los cubanos, que necesariamente tenía que partir de la lucha por eliminar todo vestigio de discriminación racial y de cualquier otro tipo en la Isla.
No es de extrañar que al fundar Martí el Partido Revolucionario Cubano, el cual lo eligió como delegado, el más alto cargo dentro de la organización, escogiera a Juan Gualberto como el intermediario natural entre los conspiradores de la Isla y la emigración revolucionaria.
Poco a poco devino el hijo de esclavos representación del Delegado entre los independentistas de Cuba. Por sus manos pasaron las instrucciones y órdenes necesarias con vistas al levantamiento simultáneo del 24 de febrero de 1895, con el que Martí inició la Guerra del 95.
Juan Gualberto intentó incorporarse a la manigua con el Grito de Ibarra pronunciado en esa localidad matancera. Al fracasar esta sublevación, fue aprehendido e internado en el Castillo del Morro. Al principio quisieron aplicarle la pena capital pero el capitán general Martínez Campos decidió desterrarlo a Ceuta.
En 1898 España, en el colmo de la desesperación, al constatar que ya no podía vencer por las armas a los cubanos, decidió concederles la Autonomía. Simultáneamente se promulgó una amnistía y Gómez abandonó España y marchó a Norteamérica. Allí asumió misiones del Partido Revolucionario Cubano.
Al cesar la dominación española, volvió de nuevo a la Patria, ahora bajo la ocupación yanqui. Otras batallas emprendería entonces el hijo de esclavos, porque la tarea de la independencia aún no había concluido.
Francisco Rivero
12/7/14 15:07
Soy de lo que estima y considera necesario para nuestro tiempo tener una referencia como la de Juan Gualberto Gomez. Pienso en el cultivo y cuidado de la fraternida entre las personas. La fuerza de corresponder con lealtad al compromiso contraido. La virtud forjadora que nace del seno de la familia.
Gracias Sr.Pedro Antonio Garcia por esta cronica.
Un saludo cordial
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