La caída de José Martí en Dos Ríos, el 19 de mayo d 1895, representó un duro golpe político para la reiniciada Revolución. Aunque la lucha continuó como prueba de la utilidad del convite martiano, el curso posterior no tuvo, sin restarle un ápice de hidalguía y trascendencia patrióticas, el alcance que aspiraba el Apóstol.
Establecida la República, calificada por Eusebio Leal como aborto de la Revolución, el proyecto martiano queda trunco y su ideario aletargado. Algunos años tuvieron que pasar para que ese arsenal ideológico fuera esgrimido por las nuevas generaciones de cubanos. Un ejemplo de ello es la labor revolucionaria de Julio Antonio Mella, quien puso las ideas de Martí en la primera línea de combate.
En esa evocación constante del ideario del Maestro se sucedieron las luchas de nuestro pueblo durante el resto del siglo XX. Al mismo tiempo, las semillas socialistas que no dudaron en aliarse a aquel novedoso Partido Revolucionario Cubano, fundado por Martí en 1892, germinaban lentamente y sus expresiones más auténticas se fundieron inevitablemente con el pensamiento martiano.
Carlos Baliño, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Fidel Castro… son muestras de ese proceso formativo del pensamiento revolucionario cubano en la primera mitad del siglo XX.
El estudio profundo de ejemplos como los anteriores, y de las causas de aquel 26 de julio del Año del Centenario de Martí en Santiago y Bayamo, explican esa misteriosa e inevitable conjugación que experimentaron, y experimentan aún hoy, las ideas más revolucionarias en Cuba: las martianas y las marxistas-leninistas.
Sin embargo, es también importante mostrar, desde el pensamiento del Apóstol, algunas de las singularidades que explican esa fusión ideológica, una de las esencias de la autoctonía de nuestra Revolución.
Al morir Carlos Marx, el 14 de marzo de 1883, José Martí contaba solo 30 años y llevaba viviendo en Estados Unidos cerca de tres, sin contar los meses que estuvo en Venezuela. Para esa fecha ya tenía formado un juicio, aunque inacabado, sobre la sociedad capitalista estadounidense, que vivía entonces su tránsito hacia el imperialismo.
Martí estudió las contradicciones sociales de ese país y observó con detenimiento “el amontonamiento de la riqueza” y su desigual distribución. Analizó los cauces de una política maniatada por intereses económicos en un sistema donde “ayudaban los políticos a los ricos y los ricos a los políticos”.
No obstante, sus artículos en este período aún no reflejan las raíces explotadoras del sistema, a pesar de que expuso la carcoma del bienestar de los trabajadores y la injusticia que los envolvía. El continuo conocimiento de las complejidades socioeconómicas de aquel país le impiden ver en paz “la vida dolorosa del pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas tierras frías…”
Por ello, en ocasión de la muerte de Carlos Marx, Martí sostiene que fue “veedor profundo en la razón de las miserias humanas…”, palabras que indican determinada noción sobre la obra del filósofo alemán. Pero considera que “no son aún estos hombres impacientes y generosos”, seguidores de Marx, “los que han de poner cimiento al mundo nuevo: ellos son la espuela…”
La respuesta martiana a la incógnita consecuente está en el propio trabajo: “…no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa”.
En su conocido y profundo comentario sobre la obra La futura esclavitud, de Herbert Spencer, Martí hace varias reflexiones que evidencian sus posturas. Advierte sobre el encono del filósofo inglés contra ese nuevo sistema llamado Socialismo, desmonta varios de sus argumentos de forma balanceada y objetiva, y señala aquellos en los que, a su juicio, el filósofo exagera.
También esboza sus ideas sobre el papel del Estado en la consecución del bienestar común sin que llegue a suplantar la responsabilidad individual, y sobre los peligros que para el poder del pueblo representaría “la casta de funcionarios enlazados por intereses comunes”.
Martí concluye cuestionando a Spencer por no señalar “con igual energía (…) los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida con tal inhumanidad en Inglaterra, que ha de mantener naturalmente en ira, desconsuelo y desesperación a seres humanos que se roen los puños de hambre en las mismas calles por donde pasean hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas de un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de guineas”.
La voracidad del monopolio contra el pequeño productor, la concentración de la propiedad de la tierra en manos privadas y/o extranjeras, la corrupción, la detentación del poder por la oligarquía y el gran capital, y la difícil situación de los obreros en Estados Unidos, fueron preocupaciones que estimularon la evolución continua del pensamiento martiano, sobre todo después de la segunda mitad de la década de 1880, siempre en los marcos de las relaciones de producción conocidas hasta ese entonces.
Esa creciente comprensión de los problemas sociales en EE.UU. acrecentó su vocación justiciera y democrática y lo armó de un conocimiento indispensable para sus planes. A su vez, con la celebración de la Conferencia Internacional Americana y de la Comisión Monetaria Internacional Americana, confirmó que había llegado la hora de acelerar la preparación de la Guerra Necesaria en Cuba.
El análisis de esta compleja interacción de factores le permitió develar los orígenes económicos de las apetencias imperialistas de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe, y distinguir la dimensión geopolítica que adquiría la conquista de la independencia de Cuba en ese momento de la historia continental.
Es por ello que el proyecto liberador martiano acrisoló en un mismo cuerpo ideológico las ideas independentistas y latinoamericanistas, pero esta vez acompañadas de una dimensión antimperialista.
En ese crisol fundacional, Martí vierte un cuarto elemento esencial: sus conceptos sobre la libertad y la dignidad humanas con bases éticas muy sólidas, contrarios a cualquier tipo de injusticia, discriminación y explotación, que lo llevan a meditar sobre los “problemas sociales” que la República, mediante la Revolución, tendría que erradicar.
Esta novísima conjugación que logra Martí es lo que Julio Antonio Mella llamó “el misterio del programa ultra-democrático” del Partido Revolucionario Cubano (PRC). Un proyecto dirigido a enfrentar una realidad colonial, en un momento en que también está naciendo el imperialismo con el neocolonialismo como nueva forma de dominación.
La grandeza de José Martí como ideólogo, político y estadista estriba en que logró unir bajo un mismo cuerpo, el Partido Revolucionario Cubano, a los principales y diversos representantes de las fuerzas patrióticas y a los distintos elementos sociales de la Nación dispuestos a lograr la independencia, primer paso de sus planes revolucionarios.
Ese novedoso Partido llevaba en su seno el proyecto de República fraguado sobre las bases ideológicas apuntadas. Una república destinada a lograr el máximo de justicia social —que no podría existir, según Martí, sin justicia económica— y a ser el primer esfuerzo revolucionario orientado a impedir la expansión imperialista sobre Nuestra América.
Ese es el Martí que heredan las distintas generaciones de revolucionarios en el siglo XX, cuyas ansias renovadoras se fueron complementando progresivamente con los fundamentos marxista-leninistas que explicaban las causas de la explotación del hombre por el hombre y la existencia raigal del imperialismo y el neocolonialismo.
Fue un proceso continuado, pero no lineal, que por martiano aquilató su autoctonía, lo que permitió conquistar y preservar el triunfo de 1959.
Las inevitables conexiones entre las ideas martianas y marxistas-leninistas en la realidad cubana son aún mayores, aunque desandan dos vertientes esenciales: la lucha constante por la justicia social y la importancia estratégica de la independencia del país frente al imperialismo para preservar la justicia y la nación.
Esa indispensable conjugación es la única que permitió, en la práctica, salir de los estados colonial y neocolonial, consolidar la victoria, evitar el retroceso. Y es la que nos permite seguir avanzando por el camino socialista que transitamos, que nos llevará, ineludiblemente, hacia cuotas superiores de justicia.
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