Mucho ha dado de qué hablar la contribución desinteresada de los internacionalistas cubanos en las gestas por la liberación de África del coloniaje y el apartheid. En el Congo, Angola, Namibia, Sudáfrica... la huella dejada por esta lejana nación del Caribe permanece imborrable.
Negociaciones Tripartitas en la sede de la ONU, el 22 de diciembre de 1988.
Como diría durante su visita a Matanzas en el año 1991 el recientemente fallecido Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela: "El pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África (...) La decisiva derrota infligida en Cuito Cuanavale alteró la correlación de fuerzas en la región (...) ¡La decisiva derrota de las fuerzas agresoras del apartheid destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco!".
Pero la mano amiga de Cuba en el continente más explotado del mundo se mantuvo tendida, más allá del campo de batalla. "¿Cuántos países del mundo se benefician de la obra de los trabajadores de la salud y los educadores cubanos? ¿Cuántos de ellos se encuentran en África?", añadió en aquella oportunidad el expresidente sudafricano.
Era, sencillamente, una deuda que teníamos con esa tierra que tantos hijos vio convertirse en esclavos de los expoliadores de las Américas. ¡Cuánta sangre cubana y africana no se mezcló desde entonces!
Nelson Mandela lee el libro de Antonio Guerrero, Desde mi altura, entregado al expresidente sudafricano por Jorge Risquet Valdés en Maputo.
Este 22 de diciembre se cumple un cuarto de siglo desde la firma en Nueva York de los acuerdos que garantizarían la independencia definitiva de Namibia, la seguridad de Angola y la paz entre los países del suroeste africano y, en consecuencia, el regreso victorioso de nuestras tropas internacionalistas. Sobre este pasaje de la historia compartida entre africanos y cubanos conversó con Granma Jorge Risquet Valdés, miembro del Comité Central del Partido.
—Aquel día de 1988, en la mesa de negociaciones estaban de un lado de la Re-pública Popular de Angola (RPA) y Cuba, y de otro Sudáfrica. Usted presidió la Delegación de nuestro país en ese acto histórico. ¿Pudiera describirlo para los lectores?
—Con mucho gusto recordaré momentos tan gratos y emotivos. En uno de los grandes salones de Naciones Unidas y en presencia de su Secretario General Javier Pérez de Cuellar, nuestro canciller Isidoro Malmierca suscribía, en nombre de Cuba, los llamados Acuerdos Tripartitos.
A su lado, el general de cuerpo de ejército Abelardo Colomé Ibarra subrayaba el papel de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias en la epopeya que el pueblo cubano escribió en Angola y África, a lo largo de tres lustros, donde participaron más de 380 mil soldados y oficiales, y cerca de 75 mil colaboradores civiles.
Desde mi asiento de Presidente de la delegación cubana a la memorable ceremonia, me pareció que en el momento de la firma, la estrella de Héroe de la República prendida en el pecho de Colomé, fulguraba con más brillo. Pensé en la estrella que llevaba en la frente Calixto García, la cicatriz heroica. Imaginé con cuánto legítimo derecho hubiera estado en París, en diciembre de 1898 como Lugarteniente General del Ejército Libertador, para firmar a nombre de nuestra Patria el acuerdo de paz que pusiera fin oficialmente a la guerra hispano-cubana-norteamericana y reconociera el nacimiento de una nación soberana, la heroica Cuba, que durante 30 años había esgrimido con impar bravura el machete redentor y pagado su libertad con la sangre y la vida de cientos de miles de sus hijos. Sin embargo, la historia fue bien diferente.
Parecido pensamiento me había asaltado tres décadas atrás, cuando en la noche del Primero de Enero de 1959 los combatientes bajamos jubilosos tras Fidel y Raúl desde las lomas de El Escandel, atravesamos entre vítores El Caney y fuimos acogidos triunfalmente en Santiago de Cuba.
La entrada del Ejército Rebelde en Santiago y la victoria sobre la sangrienta tiranía prohijada y asistida militarmente por Estados Unidos, reivindicaban para siempre la afrenta inferida a Calixto y su tropa mambisa por el general norteamericano Shafter, al impedir su presencia en la ciudad que habían ayudado decisivamente a cercar y hacer capitular a sus defensores colonialistas. Y lo que era más importante aún, anulaba para siempre el Tratado de París y lo que le siguió, la ocupación militar, la Enmienda Platt y la neocolonización de Cuba por Estados Unidos.
—¿Qué rol desempeñó Cuba en las negociaciones?
—La presencia cubana en esta ceremonia de Nueva York, como signataria de los Acuerdos y miembro de derecho pleno, junto a los hermanos angolanos, en las negociaciones que transcurrieron durante todo el año 1988, mostraba el reflejo de los éxitos militares que las tropas de Cuba, Angola y la SWAPO (Organización del pueblo de África del Sudoeste, la resistencia namibia) habían logrado en el campo de batalla y de la posición firme de nuestro país, que compartía el Gobierno de Luanda, rechazando la pretensión norteamericana de que fuéramos excluidos de unas discusiones donde uno de los temas debatidos se refería a las tropas internacionalistas cubanas.
Desde principios de la década del 80, representantes de Angola y Estados Unidos habían sostenido no pocos encuentros bilaterales acerca de la situación en el suroeste africano. En todos ellos, los personeros de Ronald Reagan planteaban la exigencia de la retirada, en plazos conminatorios, de las tropas cubanas que habían acudido al llamado de Agostinho Neto desde 1975, al amparo del Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, cuando la joven nación, en el momento mismo de conquistar su liberación del yugo colonial, fue invadida por poderosas fuerzas extranjeras desde el norte y desde el sur.
Al mismo tiempo, la Casa Blanca mantenía una política de compromiso constructivo con el régimen del apartheid y proporcionaba suministros bélicos a los fantoches de la UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola). En consuno con Pretoria, EE.UU. presionaba a Angola para que solicitara la retirada del contingente militar cubano, como única alternativa para evitar los golpes del gran garrote sudafricano.
Washington ofrecía a cambio vagas promesas: reconocimiento diplomático, inversiones de las transnacionales norteamericanas, una imprecisa solución al tema de Namibia mediante una Resolución 435 (acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU para Namibia) modificada, mediación para la reconciliación con la UNITA y con el Gobierno de Mobuto en Zaire.
En julio y septiembre de 1987, se efectuaron en Luanda dos rondas de negociaciones bilaterales EE.UU.-RPA. El asistente del Secretario de Estado para los Asuntos Africanos, Chester Crocker, pretendía jugar el papel de intermediario entre Angola y Sudáfrica. Las exigencias del gobierno racista, transmitidas con mal disimulada simpatía por Crocker, resultaron inaceptables.
En estas reuniones —en las que no se llegó a nada tangible— como en las de los años anteriores, Estados Unidos se opuso rotundamente a cualquier participación cubana, como no fuera en la ceremonia final de firma de la retirada de nuestras tropas. Pretendían desconocernos, como en París de 1898, como en la Crisis de Octubre de 1962.
—Se repetía la historia en su esencia...
—Se repetía, sí.
—Pero, ¿cómo se desarrollaba el proceso en el terreno militar?
—En el mes de julio de ese año, se había iniciado la ofensiva de una fuerte agrupación de las FAPLA (Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola), con asesoría soviética, en dirección al extremo sureste del inmenso país, Cuito Cuanavale-Mavinga-Jamba, sede este último punto del cuartel general de la UNITA.
Tal como ya había sucedido dos años antes, al acercarse las tropas de las FAPLA a su objetivo, los sudafricanos intervinieron para impedirlo. Mas esta vez, no se limitaron a interferir el avance angolano, sino que iniciaron la persecución de las unidades de las FAPLA en retirada, con poderosas fuerzas de blindados y artillería de largo alcance. La infantería era fundamentalmente de la UNITA, el batallón mercenario Buffalo y tropas negras reclutadas en Namibia, encuadradas por oficiales blancos.
En esta ocasión, Pretoria no justificó su intervención, como era usual, con el pretexto de perseguir a las guerrillas de las SWAPO, sino patentizó su intención de avanzar en dirección nordeste y aniquilar las unidades de las FAPLA. El presidente sudafricano Pieter W. Botha y varios ministros de su gabinete, impúdicamente, revistaron sus tropas en territorio angolano, con intencionada publicidad.
La agrupación angolana se replegó hacia Cuito Cuanavale y en esta pequeña cabecera municipal situada en la margen occidental del río Cuito, estableció sus posiciones defensivas. Fue evidente que las tropas angolanas podrían ser cercadas y aniquiladas en Cuito Cuanavale.
—¿Cómo recuerda la acción de Cuito Cuanavale? En estos días dolorosos en que recordamos a Mandela, nos viene a la mente el momento cuando este afirmó que esa batalla cambió para siempre la historia de África.
—A pedido de Luanda, la Dirección de la Revolución decidió, el 15 de noviembre, enviar a Angola las fuerzas y medios adicionales necesarios para resolver, de una vez y por todas, la situación en el sur de aquel país.
El Comandante en Jefe asumió directamente, junto a Raúl y al Estado Mayor de las FAR, la dirección cotidiana y en detalle de las operaciones durante los diez meses finales de la guerra, así como del proceso negociador. En enero de 1988, la correlación de fuerzas en el teatro bélico meridional experimentó un cambio favorable a nuestras armas.
Cuito Cuanavale devino baluarte inconquistable y un símbolo de la resistencia y la victoria frente a las huestes del apartheid. El general de cuerpo de ejército Leopoldo Cintra Frías regresó a Angola para asumir el mando de la concentración de tropas cubanas, angolanas y de la SWAPO en el sur del país: 50 mil hombres, mil tanques, 600 transportadores blindados, 1 800 bocas antiaé-reas de todo tipo, 370 piezas de artillería terrestre, 80 aviones y 20 helicópteros de combate, en números redondos.
—¿Cuál fue el impacto de esa victoria en el proceso negociador?
—La nueva situación permitió exigir a Estados Unidos, como condición sine qua nom para nuevas rondas de conversaciones, la participación de Cuba junto a Angola. Washington se vio obligado a aceptar ese amargo trago.
El curso de la guerra comenzaba a ser desfavorable para su aliado, por lo que para Estados Unidos resultaba urgente encontrar una solución negociada, que mejorara, además, su imagen y sus relaciones con África.
El jefe negociador norteamericano, Crocket, en su libro La hora crítica de África meridional escribió: "Mbinda y el general Nadalu suspendieron la reunión para buscar a Risquet. Era el 29 de enero de 1988. La negociación estaba a punto de cambiar para siempre".
Estados Unidos fue constreñido a comprometerse en organizar un encuentro entre los países que participaban directamente en el conflicto: Angola y Cuba de una parte, Sudáfrica de la otra. Los norteamericanos participarían en la reunión como "mediadores", aun-que en realidad eran partícipes y cómplices de la agresión a Angola.
La primera reunión "cuatripartita" se efectuó el 3-4 de mayo en Londres. La segunda, en El Cairo el 24-25 de junio, donde se acordó un nuevo encuentro para el 11 de julio en Nueva York.
En El Cairo les hablé muy duro a los sudafricanos, pues presentaron un documento absurdo, donde nos pedían hasta el número de cubanos casados con angolanas y cuáles eran nuestras posiciones militares en el sudeste de Angola. Y a los angolanos les exigían que en solo seis semanas hicieran un gobierno compartido MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola)UNITA. Al final de esa reunión bajaron el tono. Se lo habían recomendado los norteamericanos. Hace algunos años el gobierno sudafricano nos entregó el acta de aquella reunión yanqui-racista.
Al día siguiente de la cita de El Cairo se produjo un ataque artillero sudafricano sobre las posiciones cubano-angolanas en T'Chipa. El día 27 la aviación cubana descargó un demoledor golpe de réplica sobre las instalaciones militares del enemigo en Calueque, al mismo tiempo que su 61 batallón mecanizado fue casi aniquilado.
El golpe propinado a las tropas invasoras resultó lo suficientemente convincente para el gobierno de Pretoria. La negociación sería el camino de menor riesgo para el régimen. Se produjo un cese al fuego de facto en el sur de Angola. En el mes de agosto, todas las tropas sudafricanas se retiraron del país.
Sin embargo, el proceso de negociaciones se prolongó durante seis meses más con reuniones en Nueva York, Isla Sal (Cabo Verde), Ginebra y Brazzaville.
Así se llegó a la sede de la ONU en diciembre de 1988. Cuando el canciller de Sudáfrica, Pik Botha, custodiado por el general Malan, estampó su firma en la última hoja del pliego del Acuerdo Tripartito, esta vez mi pensamiento voló hacia el futuro. Era como si estuviera firmando la orden de excarcelación de Nelson Mandela y el Acta de defunción del oprobioso régimen del apartheid.
—A propósito, háblenos del expresidente sudafricano. ¿Cómo lo recuerda?
—Los acuerdos se cumplieron. En Namibia se aplicó la Resolución 435 de la ONU. La SWAPO ganó las elecciones y el 21 de marzo de 1990 su máximo líder, Sam Nujoma, asumió en Windhoek la presidencia de Namibia independiente.
Integré la delegación cubana al histórico evento, presidida por el Comandante de la Revolución Juan Almeida. También formaba parte el General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías, quien comandó nuestras tropas victoriosas en el sur de Angola, y los diplomáticos Mazola y Dalmau.
En el mes anterior, el 11 de febrero, había sido liberado Nelson Mandela, quien asistió al acto fundacional de la República de Namibia y allí lo conocimos.
Fue muy emocionante. Sus palabras de reconocimiento a Cuba son incomparables. Felizmente fueron grabadas por la cineasta Estela Bravo y en estos días su documental se ha transmitido en nuestra televisión.
—¿Volvió a encontrarse con Mandela en otras ocasiones?
—Mandela estuvo en Cuba al año siguiente, en julio de 1991. El documental que mencioné recoge los detalles de su estancia.
Hubo una tercera ocasión, en el año 2005. Mandela y su esposa Graca estaban de descanso en Maputo. Lo supe por nuestro embajador y le pedí una entrevista para saludarlo.
Graca —a quien conocía desde la época del 70— respondió inmediatamente que sí, esa misma tarde.
Magnífica casualidad, en nuestra embajada había un libro de poemas de Antonio Guerrero.
Después de los saludos de rigor, le expuse al prisionero más famoso de la historia la situación de nuestros Cinco Héroes Prisioneros del Imperio y le entregué el libro de Tony, en idioma inglés.
Mandela se sentó en un sofá y comenzó a leer. Madiba disfrutaba de la lectura. Pasaron más de 15 minutos. Todos en silencio.
Poco tiempo después, decidí terminar mi visita, que debía ser breve. Mandela transmitió muy cálidos saludos a sus hermanos Fidel y Raúl, y para el pueblo cubano. Estas fueron sus últimas e inolvidables palabras: "El poeta y sus cuatro compañeros saldrán de Robben Island".
El presidente Barack Obama, que rindió tributo a Mandela en su funeral, podría rendirle el mejor de los homenajes: ¡Liberar a nuestros Héroes prisioneros en cárceles norteamericanas!
Al concluir la conversación, Risquet nos entregó una foto de Mandela leyendo los poemas de Tony, así como una carta que el antiterrorista cubano le envió tiempo después de aquel encuentro en el 2005, en la que se refería a un mensaje y un dibujo que le había hecho llegar mediante nuestra embajada en la nación africana al fallecido expresidente.
También nos contó, que por la misma vía, Mandela le había enviado a Antonio Guerrero un breve mensaje de saludo firmado sobre una fotocopia del propio dibujo de su rostro, obra del prisionero poeta.
Fragmento de la carta enviada por Antonio Guerrero:
Fragmento de la carta enviada por Antonio Guerrero: Querido y admirado Jorge Risquet: Es una gran satisfacción terminar el año enviando una carta al compañero Nelson Mandela y a usted, haciéndole además estas líneas. Por sugerencia de mi madre, que me está visitando, decidí enviar la carta al compañero Mandela a través de nuestra embajada en Sudáfrica, de la cual tengo la dirección. A todo le saqué copia y aquí se lo envío (excepto una foto con mi dibujo del rostro de Mandela y un ejemplar de su biografía que me envió un amigo sudafricano que nos escribe).
(…) Todo ha sido a nombre de los 5 y espero brinde aliento a ese gran luchador y amigo de Cuba. Verá que traté de ser breve en mis líneas a él, ya que según me han contado su estado de salud ha estado algo deteriorado en los últimos tiempos. Todos confiamos en su recuperación y tenerlo en esta larga e importante batalla por el mundo mejor que sabemos posible.
(…) ¡Feliz Año 2006! ¡Viva la Revolución en sus 47 años! ¡Viva nuestro pueblo! ¡Viva Fidel! ¡Venceremos! Nos vemos, Antonio Guerrero
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