No puedo olvidar la primera vez que entré en una cabina de trasmisiones. Fue hace años, cuando hice unas prácticas en la CMHW. Por entonces era un estudiante de periodismo que soñaba en grande, sin tener en cuenta ningún valladar de la realidad. Así son los tiempos de formación, uno quisiera tragarse el mundo, crecer infinitamente. La emisora estaba en su habitual edificio frente al parque Vidal de la ciudad de Santa Clara, poseía un aire señorial que había heredado de su historia de planta antigua, de esas que narraron los grandes sucesos e incluso las nimiedades de la gente, esos detalles que parecen pequeños, pero que resultan tremendamente significativos. Y es que la CMHW no comenzó el otro día, sino que su devenir ha pasado por varias lógicas de producción y pudiera escribirse una novela a partir de los avatares y los dolores, las dichas y las incertidumbres.
La radio acompaña a la nación, nuestras notas más exaltadas han estado presentes en las ondas hertzianas desde que dicho invento tocara la tierra cubana. No importa dónde se hizo primero la trasmisión, sino que hubo un proceso de imbricación entre los oyentes y su patria a partir de que el sonido surge como elemento aglutinador. Desde entonces no solo se sabe que Cuba posee símbolos, personalidades, momentos trascendentales, sino una melodía hecha con los muchos ritmos y voces, con los artistas, locutores, periodistas, realizadores. Y eso ha acontecido con la CMHW. Desde sus orígenes en la radio cubana de la primera mitad del siglo XX hasta su desarrollo en el siglo XXI, no hubo un momento de descanso. Las manos han trabajado como orfebres haciendo posible que la belleza de la imagen se sostenga en el aire. Se sabe que la radio es sonido para ver y gracias a ello cada día pudimos hacernos una idea acerca de nosotros mismos, una que expresara la forma más concreta y justa de los ideales nacionales más puros.
¿Quién puede negar que esa crónica sobre la historia de la CMHW es también la de un país que estuvo urgido a hacerse a sí mismo? Noventa años al aire han servido para que el pueblo de Villa Clara sostenga que no hay nada más creíble que lo que diga la radio. También, Cuba ha tenido la oportunidad de escuchar sus programas, ya sea a través de cadena nacional o mediante la tecnología, que nos permite el servicio de audio real por internet. Para alguien que ha sido corresponsal y periodista por varios años de dicha planta, el honor no cabe en el pecho. Y aunque ahora estoy en otro medio de prensa, se siente el compromiso, la devoción y la gratitud hacia ese conglomerado profesional que nos dio un día la bienvenida, nos prestó sus micrófonos y nunca indagó otra cosa que no fuese nuestra honestidad intelectual y disposición. Era yo un reportero inquieto, que en su avidez por hacer le colocaba música a todos los trabajos, que usaba unos efectos sonoros a veces poco sobrios; pero la escuela fue siempre la emisora, ese lugar de indiscutible presencia en el plano mediático cubano. Allí se aprende a ser precisos, a no decir ni más ni menos que la verdad. Ese es el acto deontológico y ético en el cual vale la pena formarse, por duras que sean las circunstancias, por difícil que resulte el camino. Siempre será más hermoso incluso fracasar siendo honrado y a eso también se aprende en la radio. La CMHW constituye un camino de fuertes lecciones, que sirven para aprender a caer con prestancia y levantarse con la esperanza de volver a intentarlo.
Por eso no vale rendirse, ni siquiera porque escaseen los recursos. La emisora sigue siendo ese espacio al cual los trabajadores le dedican casi todo el tiempo. Se está más en sus estudios y departamentos que en la casa, se aprende más oyéndola, que en las clases de la escuela de periodismo. Aún queda mucho que decir sobre una planta donde laboran algunas de las figuras que en su momento hicieron cátedra y fundaron la carrera en la universidad de Santa Clara. Abel Falcón, Alexander Jiménez, Dalia Reyes Perera, Alicia Elizundia, Eloy Montenegro por solo mencionar algunos nombres; le dieron entidad a un proyecto que desde entonces ha dado inmensos frutos. Desde las clases de documentalística radial hasta los reportajes investigativos, la era de los saberes no ha terminado nunca por estas tierras. Y aunque mucho ha llovido desde la primera vez que estuve en estos lares y supe que los estudios de radio eran una especie de conjuro, sigo aprendiendo sin llegar jamás a las alturas y el nivel de estelaridad de mis admirados profesores.
Cuando dentro de 90 años más se vuelva a celebrar un aniversario cerrado de la CMHW, quizás haya que auxiliarse de los archivos para conocer las glorias de este tiempo, pero lo cierto es que habrá también fascinación en esos hombres y mujeres del futuro hacia un oficio tan bello como el de la radio. En momentos en los cuales nos reinventamos y buscamos en los podcasts y los medios digitales ese realce para llegar a las audiencias, el periodismo radiofónico continúa poseyendo la fuerza y la pegada de antaño. Nada le es insólito, todo pasa por su cuño y se beneficia de la autoridad de su forma de hacer. La obra es más que nada colectiva, los logros, también. El mayor momento de lucidez siempre será cuando la población se informa por las noticias y los estados de opinión de la planta. Nada se compara con ese ejercicio ciudadano de poder.
La CMHW es la Reina Radial del Centro, pero más allá de la resonancia de este sobrenombre, nos acaricia con sus sueños, es una sensibilidad especial que nos acompaña. Pienso que esa relación hogareña, de familia, esa esencia humanista; son los sellos y los baluartes de todo buen nexo entre el medio y sus públicos. Por la confianza, por el decoro puesto en el modo de informar, hay que contar con la planta y con los saberes y las peculiaridades de cada quién. Allí, en ese acto de participación de pueblo, nos place siempre oír que la gente prefiere al programa Alta Tensión para formarse una opinión sobre su realidad, o que sintoniza Radio Revista W porque allí existe un panorama amplio sobre la verdad del territorio, o que en Patria desfilan aquellos titulares que son de gran impacto. Se trata de un orgullo sano en el cual no anidan vanidad ni superficialidades.
Un aniversario es algo que debe recordarse, máxime si es sobre la voz por excelencia, esa que prestigia y que sirve de vehículo a la sociedad toda. Para quienes hemos trabajado y sentimos gratitud, la historia nos rebasa, representa mucho más que el modesto aporte de uno de nosotros. Hay una gloria misteriosa, una que tenemos el deber de representar en el día a día y que la CMHW ostenta con la energía de las grandes familias. Ese hogar guarda a fin de cuentas aquellas imaginerías de recién graduado, las ingenuas alucinaciones de un joven que aprendió, en los estudios y pasillos, en las coberturas y las redacciones, que la mayor y más dura lección está en el simple ejercicio de la transparencia informativa. Así es CMHW y de esta forma celebra sus 90 años: cobijando nuestros más viejos sueños para que mañana vayamos a intentarlos de nuevo.
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