Los pueblos disfrutan conocer, de manera más o menos detallada, aspectos relacionados con aquellos antecesores que ocuparon el espacio que hoy ellos ocupan. De satisfacer ese interés se encargan hombres y mujeres ilustrados, que dedican sus días a rebuscar entre el polvo de los archivos, en los documentos y los libros antiguos, en las cuevas y las piedras, en los montes y las ciudades, y en la falible tradición oral. Luego esparcen la luz más resplandeciente en artículos, memorias, ensayos.
Gracias a su sensible intuición y esmerado oficio, los historiadores rescatan leyendas y tradiciones, hechos y lugares; personajes en sus osadías, vanidades, energías, hábitos, cantos, preocupaciones y ridiculeces, también. Así, hemos apedreado a los colonizadores; asistido a endemoniadas cargas al machete, a heroicos asaltos y combates, a viriles protestas y reuniones decisivas; leído cartas conmovedoras y escritos febriles, escuchado discursos inolvidables; sentido el dolor punzante junto a las madres de los mártires y los familiares de las víctimas del terrorismo. Hemos aprendido de sacrificio, unidad e intransigencia.
Pero sobre todas las cosas, nos hemos convencido que las trincheras de ideas valen más que las de piedra, que la libertad se conquista con el filo del machete y que Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos. Porque el registro de esos testimonios de nuestras raíces no se limita al mero placer de revivir la atmósfera de siglos pasados o al regocijo umbilical del investigador que diserta o escribe un encomiable panfleto, sino que significa preservar muchos valores de nuestra identidad sociocultural que la voracidad del tiempo habría borrado, irremediablemente.
Asombra pensar el trabajo, la constancia y los inconvenientes que debe afrontar en su quehacer profesional, a fin de reunir la mayor cantidad de datos y aportar las conclusiones objetivas. Quizás para otros sea pesada e ingrata la labor de reconstruir el ayer y trabajar con papeles calcinados y hediondos a viejo. Pero el historiador tiene cualidades extraordinarias entre las que destacan la tenacidad, la agudeza, el talento, el compromiso con la verdad, y el amor por la patria.
El historiador hurga, entrevista, corre a la información, viaja en el tiempo, se nutre de la savia de la historia; no se conforma. Como el catador de vinos, es ese genio capaz de descifrar los misterios embotellados, darse cuenta de porqué los acontecimientos tomaron determinado rumbo y no otro, analizar el carácter de los héroes con sus virtudes y sus tachas porque no se trata de dioses sino de seres humanos, enjuiciar los hechos en la efervescencia de su época precisa.
Con ese vasto legado de enseñanzas, puede entonces ilustrar a las personas del presente, para que aprendan a defender las conquistas, a determinar lo importante y lo baladí, a advertir ciertos peligros y a aprender de los errores antes cometidos, para no pecar de nuevos extravíos. He aquí la gran misión social de los historiadores.
Mucho se ha insistido en el principio de que, para avanzar hacia el futuro, es necesario conocer al dedillo de dónde venimos. Y no es esta una frase manida sino una idea fundamental, cuya esencia debe comprenderse particularmente en nuestros días, donde se ha vuelto a arreciar la hostilidad imperialista contra Cuba y como ha alertado Díaz-Canel reiteradas veces, se pretende descontinuar la historia y modificar determinados símbolos.
Esto requiere una respuesta coherente e intencionada de todos los articulados en el sistema institucional y, en especial, de los más de 4000 afiliados a la Unión de Historiadores de Cuba. Igual que las aspiraciones y expectativas son enormes los retos: apoyar y desempeñar un rol más activo en la protección del patrimonio de la nación; desarrollar la investigación; aplicar la tecnología en la digitalización de impresos y su divulgación on line; enseñar la historia de manera didáctica, verídica, sin mistificaciones ni encartonamientos, para transmitir a las jóvenes generaciones, más que los papeles, lo distintivo de un pueblo, el sentimiento legítimo y profundo. Es civilizar a la sociedad a partir del conocimiento de sus propios anales.
Emilio Roig de Leuchsenring primer historiador de la ciudad de La Habana. (Foto: Ecured).
El 1ro. de julio de 1935 cupo a Emilio Roig de Leuchsenring la honra de ser nombrado, oficialmente, primer historiador de la ciudad de La Habana. Por la trascendencia que tiene –aún en la contemporaneidad– la obra y las acciones de ese intelectual insigne, cuyas contribuciones a la cubanía fueron y son de valor inestimable, esta fecha se dedica a rendir homenaje a todos esos profesionales veladores de la cultura y la identidad nacionales desde los campos de la historiografía, la arqueología, la etnología, la archivología, la museología, el patrimonio, entre otros.
Llegue a todos los que ejercen la necesaria labor de sustentar la memoria de la nación –que por demás integra la cultura universal– nuestros agradecimientos y felicitaciones.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.