Con solo haber sido amigo y confidente de José Martí, y haber compartido juntos la autoría de la carta a Carlos Castro de Castro, habría sido suficiente para recordarlo y reverenciar su nombre.
Pero Fermín Valdés Domínguez, el “amigo del alma” del Apóstol, quien falleciera el 13 de junio de 1910, a la edad de 56 años, fue mucho más que eso.
Pues, además de haber compartido la autoría de dicha misiva al condiscípulo apóstata de Rafael María de Mendive, que hizo que el joven Martí fuera condenado a seis años de presidio político y él a seis meses, resultó el cubano que reivindicó ante el mundo la inocencia de los ocho estudiantes de Medicina y fue el patriota valiente que alcanzó en la manigua los grados de coronel del Ejército Libertador.
Y si eso no hubiera bastado, Fermín Valdés Domínguez Quintanó resultó precursor de los estudios sobre higiene del trabajo en Cuba, con un artículo científico publicado en 1885, con el título “Causas de algunas de las enfermedades de los obreros elaboradores del tabaco”.
De su gran amistad con Pepe, nuestro Martí, se conoce bastante, pues ambos fueron alumnos aventajados de Rafael María de Mendive y juntos editaron los periódicos La Patria Libre y El Diablo Cojuelo; y los dos se autoproclamaron autores de la susodicha carta al discípulo alistado en el Cuerpo de Voluntarios.
Fermín fue el primero en hacerse responsable, prueba de su entrañable amistad con Pepe; pero Martí lo desmiente en un derroche de la oratoria que siempre le caracterizó, diciendo: que su amigo mentía, porque él era su mejor amigo, y que más que un compañero, “es para mí como un hermano, quiere hacerse responsable de esta carta que yo escribí, pero no lo permitiré…”, y continuaba afirmando que “Yo y sólo yo la he escrito”.
Luego Fermín, estaría involucrado en los sucesos que condenaron a muerte a los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871. Estuvo entre los que fueron sorteados para morir, pero no tuvo tan mala fortuna y fue condenado a seis años de presidio, del que resultara indultado y partió con destino a España, el 30 de mayo de 1872.
Allí se reencuentra con un Martí pobre y enfermo, a quien ayuda a salir de aquel estado: “Oh, pena grande fue la mía al encontrarlo en España, viviendo en una buhardilla y comiendo gracias a unas clases que daba en casa de don Leandro Álvarez Torrijos y de la señora viuda del General Ravenier”.
En España, Valdés Domínguez matricula en cuatro universidades, en fechas distintas, un hecho bastante inusual. Hasta que el 28 de noviembre de 1875 pudo graduarse de Licenciado en Medicina en la Universidad Central de Madrid, dos años antes de lo que correspondía. Tenía Fermín 23 años, pues había nacido el 10 de julio de 1853, según consta en documentos de la época, pues era un niño expósito, recogido de la Casa Cuna, de ahí su primer apellido Valdés, y adoptado por la familia Domínguez, que lo quiso y educó como a un hijo propio.
Regresa a Cuba, a La Habana, el 2 de enero de 1876. Pocos días después, el 25 de febrero de 1876 contrae matrimonio con Consuelo Quintanó Ramos, sobrina de su madre adoptiva, con quien tiene una única hija, que fallece al poco tiempo de nacer.
Como patriota gana prestigio al lograr que fuera reconocida la inocencia de los ocho estudiantes de Medicina, a los que pudo sacar de sus tumbas anónimas y hacerles un monumento de recordación a su memoria. La obra reivindicadora lo convierte en una persona muy conocida y popular en los medios intelectuales habaneros, donde se le solicita con más asiduidad para dictar conferencias, usar de la palabra, presidir actos de beneficencia, políticos y de otra índole.
Y como médico incursionó en varias ramas del saber, en las que hace gala de sus conocimientos clínicos de higiene y epidemiología pediátrica: “Misión de consuelo es la medicina; nadie como la madre sabe apreciar lo que esta le brinda, y es esto así porque en ellos ven asegurado algo que estiman más que a sus vidas: la de sus hijos. A ellas pues dedico los pobres esfuerzos de mi escasa inteligencia”, afirmó en un artículo publicado en 1884, bajo el título “El primer beso y los primeros dolores”.
Al estallar la guerra de 1895, Fermín Valdés Domínguez se entrega por completo a la causa que lleva adelante José Martí. Fue designado jefe de sanidad del cuarto cuerpo de Las Villas, asistió como representante a la Asamblea Constituyente de Jimaguayú, en septiembre de 1895, y fue electo subsecretario de Relaciones Exteriores.
El 19 de diciembre de 1895 fue nombrado jefe de Sanidad del primer cuerpo de Oriente. Del 11 de enero de 1896 al 7 de mayo de 1896 ocupó, interinamente, la secretaría de Relaciones Exteriores sin abandonar sus deberes como jefe de Sanidad, cargo al cual renunció el 13 de julio de 1896. Fue también delegado constituyente en la Yaya, en 1897.
Durante la República no ocupó ningún cargo político y se dedicó a escribir numerosos artículos en la prensa local, hoy totalmente desconocidos, en los que volcó su pensamiento revolucionario muy radicalizado social y políticamente. También atacó la injerencia norteamericana en nuestros asuntos y todo lo malo de aquella primera etapa neocolonial burguesa. Muy enfermo, casi paralítico, regresó a La Habana para fallecer en ella el 13 de junio de 1910, hace ahora 108 años.
“Todo un pueblo llora su eterna ausencia, todo él le acompaña al lugar donde hoy su materia reposa, y es enterrado en el Mausoleo de los Estudiantes de Medicina, en el Cementerio de Colón”.
Esos estudiantes que había reivindicado, y sobre lo cual, escribió su “amigo del alma” Martí: “Tú has hecho con singular elevación, lo que acaso nadie más que tú se hubiera determinado a hacer. Lo has hecho como se hacen las cosas verdaderamente grandes. Tú, sin pompa y sin odio, recabando sin cólera de los matadores la confesión de su crimen, has sembrado para el futuro con mano más feliz de los que alientan esperanzas infundadas, o pronuncian amenazas que no pueden ir seguidas de la obra, ni preparan a ella con determinación y cordura. Tú nos has dado para siempre, en uno de los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia, la fuerza incalculable de las víctimas. ¡Oh si por desdicha hubiésemos estado en guerra podría decirse, Fermín, que tú solo has vencido a muchos batallones!”.
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