Solían contar en la década de 1960 los veteranos mambises en Bayamo, que en una ocasión el Mayor General Máximo Gómez fue a visitarla al rústico hospital que ella había construido y en el cual ejercía sus servicios de salud durante 1873, en plena guerra de los Diez Años.
El dominicano quedó sorprendido con lo que allí vio y elogió la labor de Rosa la bayamesa. Le dijo además: “Yo he venido con mis ayudantes expresamente para conocerte. De nombre ya no hay quien no te conozca por tus nobles acciones y los grandes servicios que prestas a la patria”.
Rosa le respondió con su habitual modestia al bravo guerrero:
“No general, yo hago bien poca cosa por la patria. ¿Cómo no voy a cuidar de mis hermanos que pelean?, ¡pobrecitos! Ahí vienen luego que da grima verlos, con cada herida y con cada llaga, ¡y con más hambre General!; yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie, porque lo que se defiende se defiende”.
Y añadió: “Yo aquí no tengo a ningún majá [vago]; ¡el que se cura se va a su batalla y andandito para el combate”.
Aseguran los periodistas e investigadores Sara Sariol y Enrique Milanés que el encuentro terminó en un diálogo con todos los enfermos, entre tragos de Cuba Libre hechos con miel y limón, y una comida cubana preparada y servida en trozos de yaguas verdes por ella misma.
En lo adelante, el Generalísimo la llamaría “mi querida amiga Rosa la bayamesa”.
PEQUEÑA BIOGRAFÍA
Según la tradición oral, Rosa María Castellanos nació esclava, en el poblado de El Dátil, Bayamo. La investigadora Rosaida Cobiella asegura que fue el 24 de septiembre de 1834, “tal vez en un simple jergón de pajas o hierba seca en un barracón de esclavos”.
Al comenzar la Guerra del 68, sus amos le otorgaron la libertad y, como buena negra criolla, toma el camino de la insurrección y se une al Ejército Libertador, que la ubica en una prefectura de la Sierra Maestra.
Allí comenzaron a llamarle Rosa la bayamesa y demostró ser muy útil curando heridos y enfermos con plantas medicinales que solo ella sabía cómo elaborarlas y dónde hallarlas.
No tenía secretos para Rosa la manigua, esta le procuraba alimentos para sus compañeros de armas, con retazos de tela confecciona ropa, con plantas y cueros, calzado.
En un principio radicó en la finca La Caridad de Dátil curando heridos, lo que no le impidió participar como simple combatiente en distintos enfrentamientos. Por aquellos días conoció a José Florentino Varona Estrada, también antiguo esclavo negro, su siempre compañero de vida y de luchas.
Las tropas españolas desataron una feroz y sangrienta ofensiva en la región oriental de Cuba y sobre Rosa la Bayamesa mantuvieron un permanente acoso. Por lo que en 1871 la valerosa mambisa tuvo que trasladarse a Camagüey.
Instalada en la Sierra de Najasa, allí fundó varios hospitales, el primero de ellos en una cueva de la loma del Polvorín.
En sus labores hospitalarias salvó muchas vidas como enfermera y comadrona, y un testigo presencial de su abnegación, el periodista estadounidense Grover Flint, la hizo conocer internacionalmente a través de sus escritos.
Refirió Flint que los heridos en el combate de Saratoga estuvieron “perfectamente hospitalizados; la mayoría en la Sierra de Najasa. Once de ellos hallaron reposo en la montaña del Polvorín; los más afortunados, porque de su restablecimiento cuida una buena mujer llamada Rosa”.
La valerosa mambisa siguió erigiendo hospitales a todo lo largo de la geografía camagüeyana, entre ellos el de San Diego del Chorrillo, el más grande de las gestas independentistas, a unos 20 kilómetros de Santa Cruz del Sur.
Jorge Juárez y Cano, en sus Apuntes de Camagüey, narró que Rosa tenía que hacer de médico, sanitaria, forrajero, cocinera, lavandera.
Incluso fue químico para manufacturar los medicamentos criollos que necesitaba para sus pacientes, y hasta es más, tenía que servir de postillón explorador y escolta del Hospital, y que debido a su vigilancia este jamás fue asaltado.
EN EL 95
Coinciden todos sus biógrafos en señalar que la brava mambisa nunca aceptó el Pacto del Zanjón. Se carece de información precisa sobre su quehacer durante la Tregua Fecunda (1878 a 1895), pero el 1º de junio de 1895, con más de 60 años, volvió a alzarse, cuando la guerra llegó al Camagüey.
Cuentan que Máximo Gómez mandó a buscarla y le ordenó que tomara doce hombres de su confianza para iniciar la construcción de un hospital tan grande y eficiente como los que ella había dirigido en el 68. Rosa simplemente le respondió: “General, me basta con dos”.
Afirman todos sus biógrafos que en junio de 1896, en el sitio conocido por Providencia de Najasa, Rosa fue recibida nuevamente por Gómez, quien después de estrecharla en fraternal abrazo, le otorgó los grados de capitán del Ejército Libertador de Cuba.
Aunque la idea partió del propio Gómez, el entonces Presidente de la República en Armas, Salvador Cisneros, la acogió con entusiasmo y rápidamente fue ascendida. Lamentablemente solo se ha hallado la propuesta de ascenso, no así el documento de cuando se le otorga el grado.
Al cesar la dominación española, residió en Camagüey. Enferma de una afección cardiaca, sumida en la peor miseria, el Ayuntamiento de esa ciudad tuvo que aprobarle un crédito de 25 pesos mensuales como socorro, el 4 de septiembre de 1907.
Veintiún días después falleció. Su cadáver fue expuesto en capilla ardiente en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de la capital agramontina. Su sepelio fue una imponente manifestación de dolor y patriotismo de su pueblo.
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