En los estudios y propuestas para el perfeccionamiento y actualización del modelo cubano, se han identificado las difíciles condiciones de la economía mundial y el recrudecimiento del bloqueo que caracterizan la actual etapa como retos que se deben enfrentar. Ese contexto adverso implica un enorme esfuerzo interno para el avance de las transformaciones para el desarrollo socioeconómico y la industrialización próspera y sostenible, pero para ello también se requiere aumentar las inversiones externas y el acceso a tecnología avanzada.
La tecnología y el capital son dos de los factores principales para el desarrollo proyectado. Como en otros países en circunstancias semejantes, el ahorro interno es insuficiente para realizar la necesaria transformación de las fuerzas productivas, modificar la composición y calidad de las exportaciones de bienes y servicios, diversificar mercados y, al mismo tiempo —y esto es lo decisivo—, satisfacer las auténticas necesidades de su población, que en Cuba exhiben un alto nivel de desarrollo humano en relación con su PIB.
El bloqueo financiero es sin duda un duro escollo, pero no una imposibilidad para alcanzar tales objetivos, debe servirnos como estímulo para esforzarnos más. Al restringir y encarecer el acceso a recursos externos y dificultar las normales transferencias bancarias del comercio de bienes y servicios, desacelera el ritmo de crecimiento y su calidad en términos de eficiencia productiva.
La adquisición y asimilación de tecnología avanzada permite ahorro de energía e insumos, reduce los costos en el proceso productivo y de servicios, con la consiguiente afectación a la competitividad de los bienes y servicios cubanos en el mercado mundial, así como a los ingresos aportados y al bienestar interno.
No hay nada extraño en que el bloqueo económico y financiero dañe al pueblo cubano en todas las esferas de la vida, porque ese es el objetivo verdadero; aunque discursos y documentos oficiales del gobierno estadounidense tratan sistemáticamente de engañar al mundo y a su propio pueblo con campañas propagandísticas que hablan de falsas ayudas al pueblo cubano, contribución a su libertad y a los derechos humanos, cuando la realidad es todo lo contrario. Agresión de las transnacionales petroleras negándose a refinar el petróleo comprado a la URSS, reducción y posterior eliminación de la cuota azucarera, que reduciría sustancialmente los ingresos del país dada la alta dependencia de la exportación de ese producto y de ese mercado.
Ha transcurrido casi el mismo tiempo desde el inicio del triunfo de la Revolución Cubana, que de las sanciones económicas aplicadas para sabotear y descarrilar el proceso que retomaba triunfante las luchas por la independencia, soberanía y justicia social que se iniciaran hace siglo y medio, el 10 de octubre de 1868.
En la actualidad, a pesar de la declinación de su poderío en algunos indicadores, Estados Unidos sigue siendo el principal centro financiero mundial y el mayor mercado en las inmediaciones de Cuba. El dólar estadounidense concentra el 60 % de las reservas monetarias del resto del mundo. Por lo tanto, el bloqueo, acoso y persecución a las transacciones internacionales de Cuba acarrea enormes afectaciones financieras muy difíciles de medir en términos de valor. La globalización financiera y la existencia de un mercado de capital funcionando de manera continua mediante redes que enlazan las principales bolsas del mundo con Wall Street facilitan dicha persecución financiera contra Cuba realizada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) del Departamento del Tesoro. Grandes bancos transnacionales se muestran temerosos ante la posibilidad de ser objeto de abultadas multas.
En el terreno del desarrollo también deben incluirse las dificultades que conllevan las transferencias financieras de Cuba con el mundo para el intercambio científico de los investigadores cubanos con sus contrapartes norteamericanas e, incluso, el acceso a literatura científica y software especiales para esos propósitos. Las restricciones o mayor costo para adquirir la tecnología más avanzada, destinada a investigaciones propias o colaboración internacional, perjudican también el medio ambiente. Para mitigar los impactos y reducir el consumo de combustibles fósiles, por ejemplo, se requieren tecnologías ahorradoras más limpias. Motores que recorren mayor distancia por litro y expulsan menor cantidad de gases contaminantes, transportes eléctricos, paneles solares, sistemas de alumbrado ahorradores, entre otros ejemplos. Es decir, la tecnología no solamente tiene un beneficio económico directo, debido al incremento de la productividad, eficiencia y competitividad en el mercado, sino que redunda en la salud y el bienestar humano.
Por otro lado, entre las decisiones que caracterizan al gobierno Trump está su afición a mentir, y cuantas más falsedades por minuto, mejor. Niega obstinadamente el cambio climático y decide la retirada del Acuerdo de París sobre este tema, lo que evidencia su desprecio por el medio ambiente y las generaciones futuras. En el corto plazo, el propio presidente pudiera pensar que tal política sirve a sus intereses políticos y electorales, enardece a sus fanáticos seguidores, plagados de odios y rencores; pero en el largo plazo la mayoría de los estudiosos de la economía y la política mundial concuerdan en pronosticar nefastas consecuencias para la economía, el medio ambiente y la sociedad mundial, de la que no escaparán los propios ciudadanos de Estados Unidos.
Bloqueos económicos, muros, amenazas de guerras, intervenciones y ataques de todo tipo, chantajes financieros y creciente proteccionismo, no permiten augurar nada bueno para la economía mundial, ni crean empleo, ni benefician a la economía de Estados Unidos en ningún sentido.
La próxima gran crisis financiera y económica está a las puertas. Después de una etapa expansiva de casi diez años es muy probable que ocurra antes de las próximas elecciones presidenciales en el 2020. Como se sabe, las crisis económico-financieras, las recesiones, constituyen una regularidad del capitalismo y es el modo de restablecer desequilibrios fiscales y financieros.
Las políticas económicas de Trump no pueden corregir ni modificar transformaciones profundas que han estado ocurriendo en esa sociedad. La automatización y el avance tecnológico de la industria hacen imposible el regreso de empleos competitivos en industrias manufactureras del acero y el automóvil, que requerirán cada vez menor cantidad de empleo de mucha mayor calificación. Los puestos de trabajo en las manufacturas de la década de 1950 y 1960 definitivamente no se recuperarán, ni cuantitativa, ni mucho menos cualitativamente.
El presidente estadounidense se esfuerza por subrayar que el buen comportamiento de la economía se debe a su gestión. Ello es importante de cara a las elecciones de medio término del 6 de noviembre, pero la realidad es distinta. El comportamiento actual de la economía es consecuencia de la etapa del ciclo y condiciones políticas heredadas de la anterior administración, enormes retos estructurales esperan agazapados la oportunidad para develarse.
La acumulación de desequilibrios económicos parece la fórmula perfecta para acelerar el estallido de la próxima gran crisis económica y financiera. Cabe esperar que Estados Unidos registre un aumento en el déficit fiscal y el empeoramiento del balance comercial. La combinación de políticas proteccionistas, guerras comerciales, bloqueos, sanciones económicas y rechazo a acuerdos multilaterales de libre comercio y renegociación de importantes acuerdos comerciales como el TLCAN, no pueden conducir a otro destino que afianzar la disminución del ritmo de crecimiento del comercio mundial, que ya venía observándose.
Problemas como los señalados anteriormente permiten anunciar que la próxima gran crisis financiera y económica, aunque no se pueda pronosticar el momento en que ocurra, será tan dura o peor que la anterior ocurrida en 2008, y el presidente Trump tendrá el dudoso mérito de haber contribuido a ella de modo decisivo.
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