En noviembre de 2009 -vísperas de cumplirse doscientos años del inicio de las luchas por la independencia de América Latina- el suplemento literario Babelia, del diario español El País, seleccionó a 109 personalidades para preguntarle por los diez personajes que han marcado la historia contemporánea de la región. El resultado no debe haber agradado mucho a los encuestadores y de él se habló bastante poco: Simón Bolívar, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y José Martí encabezaron la lista, evidenciando la profunda huella que el ideario de la Revolución cubana ha dejado en la conciencia latinoamericana.
Si lo revelado por aquella encuesta se hubiera divulgado mejor, no estarían pasando tanto trabajo algunos analistas para comprender lo que acaba de suceder esta semana en la Primera Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en Santiago de Chile, donde se entregó a Cuba la presidencia de la naciente organización que por primera vez agrupa a las naciones de la región sin la presencia de Estados Unidos y Canadá.
La autoridad de Cuba no viene de su poderío económico -coartado por el bloqueo que EE.UU. le impone y Latinoamérica condena-, procede de su capacidad política que la hace acoger las negociaciones de Paz en Colombia, de su ética solidaria que le ha regalado decenas de miles de médicos a las poblaciones más humildes del subcontinente, de colocar al ser humano en el centro de cualquier decisión. Pero es su vocación de independencia frente a la agresión norteamericana la que marca su designación al frente de CELAC.
Golpes de estado exitosos y fracasados, decenas de miles de desaparecidos y torturados por acciones como el Plan Cóndor, intervenciones militares en Centroamérica y el Caribe, miles y miles de millones de dólares gastados en “ayuda militar”, ríos de tinta e innumerables horas de radio y televisión dedicadas a demonizar a Cuba no han podido evitar que la historia comience a colocar las cosas en su lugar: la isla caribeña a la cabeza de América Latina y Estados Unidos fuera de las decisiones que toma la región a la que siempre ha considerado su patio trasero.
Aunque las reglas de la diplomacia impidan decirlo, toda unidad es “en oposición a”, y en este caso está muy claro de quién se trata. "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, escribió Simón Bolívar; José Martí declaró como su deber, poco antes de morir en combate, “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Nadie ha hecho más que la Revolución martiana de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Raúl Castro por cumplir con ese mandato.
Las ideas suelen adelantarse a la realidad. Así lo reveló aquella encuesta ignorada por la política exterior de EE.UU. y los grandes medios de comunicación que le sirven de caja de resonancia. Pero, no caben dudas: llegó el tiempo en que los proyectos de Bolívar, Fidel, el Che y Martí, comienzan a echar raíces en la América nuestra.
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